Dominio público

La supervivencia de los más aptos

Jorge Moruno

Sociólogo

Jorge Moruno
Sociólogo

Dice Rajoy, que "hay gente que nos quiere negar el derecho al optimismo y a la esperanza". Detrás de esta aparente lanza por la confianza en la mejora se esconde un perverso argumento: lo que menos importa es que cambie la vida de la gente, lo único que importa es que se perciba en la opinión pública que las cosas van a mejor. Como decía El Roto en una viñeta donde dos personas salen con una manguera apagando un fuego y una le dice a la otra: "Olvídate del fuego, lo que importante es que no se vea el humo". Instalar la creencia de que estamos mejorando porque se ha creado empleo, es decir, porque han bajado los porcentajes de desempleo es una verdad a medias, la peor de las mentiras. Hay más paro que cuando Mariano Rajoy llegó a la Moncloa, pero además, el empleo que se crea no cumple la función que supuestamente debería tener el empleo como medio de acceso a la condición de ciudadanía. Vayamos a la realidad.

Con la reforma laboral de 2012, los costes de despido se redujeron un 23%, así que hoy no significa lo mismo que antes ser indefinido. El 8% de los contratos firmados en 2014 fueron indefinidos, de estos, un 44% han sido a tiempo parcial. Los trabajadores a jornada completa cobran 15,67 euros por hora, los de tiempo parcial, sólo 10,33 euros. El 92% de los contratos firmados en 2014 eran temporales y el 40% de los contratos temporales duró menos de un mes. De los contratos temporales que duran menos de una semana, el 40% son, además, a tiempo parcial, un total de 1,6 millones en 2014. Tras las dos últimas reformas laborales los contratos de menos de siete días se disparan un 48%. Los contratos temporales por horas crecen un 31% desde 2008. Según datos ofrecidos por la Agencia tributaria hay casi 7,7 millones de trabajadores, el 46,4% de los asalariados totales, que ganan por debajo o muy por debajo de los mil euros. Un 34% ganan 645 euros en 14 pagas o menos. El Comité Europeo de Derechos Sociales acaba de denunciar que el salario mínimo español no garantiza una vida digna. A ellos les tenemos que sumar cientos de miles de autónomos y de falsos autónomos que hacen malabares para llegar a fin de mes.

La primera reacción de una sociedad de trabajadores sin trabajo, como bien apuntaba Hannah Arendt, es la del estupor y la desorientación. Más bien hablamos de una sociedad del empleo pero sin empleo, pues hoy se trabaja más que nunca. Esta apreciación no es terminológica, no es un detalle, es el punto que nos puede hacer oscilar entre la reivindicación de una explotación nostálgica a modo de hogar conocido frente al paro (un modelo que no va a regresar), o pensar el bienestar en el mundo de hoy, no en el de ayer. Ese proceso de adelgazamiento del embudo en torno al empleo se va a seguir dando, es algo digamos, objetivo y se hace estructural. Según el último estudio de la Organización Internacional del Trabajo, (OIT), el paro no descenderá del 21% durante la presente década y los empleos creados ya vemos de qué tipo son. El hecho importante entonces, pasa por cómo afrontar todos estos cambios productivos, culturales, psicosociales, y político-económicos; este cambio de paradigma civilizatorio y de universo de sentido, desde una perspectiva democrática. Se puede producir más  con cantidades de empleo cada vez menores: El problema es cómo se reparte el tiempo liberado, no el hecho de que se libere.

Se perfilan dos líneas de evolución histórica: 1) Eres un Robinson Crusoe que debe hacer uso de la información disponible para arriesgarse y estimular su capacidad comercial, esto es, la sociedad del emprendeudor, todos accionistas de nuestra fuerza de trabajo bajo el poder imperial de las finanzas, donde las personas son pensadas como si fueran empresas que ofertan servicios y compiten entre sí: adaptarse, todo es una elección personal, fracasar, empleabilidad, éxito, son las palabras clave. Se asume con normalidad en un mundo que vende optimismo, la existencia de cada vez mayores bolsas de exclusión social, inestabilidad y precariedad. 2) Repensamos el trabajo más allá del empleo de otra forma. En lugar de la comunidad de los inmunes, la comunidad que coopera e innova en red, la sociedad que prima el uso común del conocimiento en lugar de aquella que busca privar al resto patentándolo, apropiándoselo. O salimos de la lógica del pleno empleo por una vía democrática, repartiendo tiempo y riqueza, o saldremos de ella, como decía el sociólogo Herbert Spencer, hacia una -nunca cierta-, supervivencia de los más aptos (survival of the fittest).

Los luditas de principio del siglo XIX, no destrozaban los telares mecánicos -y los relojes- por un odio innato a la máquina, lo hacían porque su incorporación se traducía en su miseria material y vital. La jornada de las 8 horas se reivindicaba en 1886 para tener más tiempo propio, social e individualmente autónomo,  "8 horas de trabajo, 8 horas de descanso, 8 horas para hacer lo que nos dé la gana", "Hartos de no tener jamás una hora para pensar". Reivindicar democracia es reivindicar otra distribución del poder del disfrute seguro del tiempo. El reto pasa por pensar y articular comunidad y la convivencia, acorde al modo en que nos comunicamos, acorde a lo que hacemos, decimos, somos y pensamos, actualmente. Hay que encontrar las posibilidades de bienestar en el mundo que trabaja más allá del empleo. No hay que negar los cambios, hay que tomarlos por asalto.

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