Dominio público

Reciclar la economía

Gustavo Duch

GUSTAVO DUCH

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Tendrá esta crisis que vivimos algo de positivo? Mi respuesta es afirmativa, pues se están revisando más de uno y más de dos paradigmas neoliberales: el mito del crecimiento infinito, las limitaciones de nuestra matriz productiva o la farsa de la desregulación de los mercados, como nos enseñó Luis de Sebastián antes de irse en El rey desnudo. Gracias, Luis, porque así entendemos mejor que con la crisis financiera, con unos bancos que van quebrando y otros a punto de hacerlo, la mejor salida no es más de la misma medicina. Se nos abren los ojos a otro debate necesario: la ética de nuestro sistema bancario.

Con las informaciones que hemos venido recibiendo, el que más y el que menos se está haciendo una fotografía bastante precisa del funcionamiento de las entidades bancarias convencionales. Asusta el trasiego que le dan al dinero de sus clientes. Inversiones en transnacionales que sólo las necesitan para seguir ahondando en su afán de enriquecerse a costa de los más desfavorecidos y sin respetar el medio ambiente, con cualquier tipo de negocio, ya sea la producción de armas, ya sea la producción de energía nuclear. O, como hemos visto estos últimos años, especulando –en su más peyorativa acepción– en el sector hipotecario, en el mercado de futuros de cereales que condujo a la crisis alimentaria en el 2007 y, más novedoso si cabe, en el índice Wowax, donde se puja y cotiza por un bien escaso (puedo ver los ojos de los especuladores haciendo chiribitas) como el agua. Y moviendo el capital por estos derroteros, los bancos aumentaban sus beneficios y ofrecían intereses del 5-6%, ¿se acuerdan?

A partir de ahí la pregunta es obvia: ¿qué alternativas existen para reconducir este sistema bancario? Ya hemos visto que sí, que hay diferentes propuestas para regular el sector, pero también los ciudadanos y las ciudadanas tenemos la opción de provocar una cierta metamorfosis del modelo actual. Al menos así lo entiendo yo sabiendo que tenemos una fórmula enfrente de nosotros. Se la conoce como la banca ética, y de eso estamos hablando, de ética. Estas entidades se comprometen, entre otras cosas, a hilar muy fino respecto al destino final de sus (nuestros) fondos, rechazando inversiones donde, como decía, la banca convencional no pone peros. Y la ética también es solidaridad. Muchos de estos bancos éticos, lejos los paraísos fiscales, están presentes en las vías secundarias y marginales del planeta colaborando con una economía invisible pero fundamental para muchas personas que, individualmente o en cooperativas, pueden acceder a pequeños créditos que se convierten en un combustible muy eficiente para sus iniciativas productivas. Podría parecer una estrategia de marketing, un lavado de cara, pero aunque en España la banca ética se está iniciando, en Europa lleva ya 30 años aglutinando ahorradores que comparten sus recursos a través de estas inversiones socialmente responsables y apoyando a personas necesitadas mediante crédito.

En medio de la actual crisis financiera global, apostar por estas entidades bancarias, poco conocidas y pequeñas en dimensión, podría parecer muy imprudente. ¡Con la que está cayendo sólo falta que me dedique a pensar en los demás!

Pero debemos reflexionar. Como demuestra la encuesta que la Agencia Catalana de Cooperación acaba de realizar, el 45% de las personas encuestadas señalan que la pobreza y la desigualdad es el primer gran problema mundial, por delante del 25%, que se queda con la crisis como el mayor azote. Es decir, justamente cuando más falta hace, porque, como todos los indicadores señalan, la crisis crediticia se ensaña con los más pobres, tenemos la posibilidad de trastocar un diseño basado en la especulación por otro que parece más honrado.

Por eso creo que merece la pena resaltar cómo interpretan estas entidades éticas, a diferencia de la banca convencional, su papel. Buena parte del éxito en el día a día de la banca ética (muchos de estos bancos se mueven en índices del 2% de créditos impagados) se basa en el conocimiento de sus clientes y sus proyectos, que antes de financiarlos son revisados con mucho cuidado e incluso, además de financiarlos, pueden apoyarlos con asesoramiento o formación. Si ustedes han pasado por el ritual de solicitar un crédito, habrán sentido, tal vez, haber adquirido el superpoder de la invisibilidad y habrán detectado el calor con que les han acogido. Ni te ven ni les importas. Por otro lado, los productos que la banca ética saca al mercado son fáciles de entender, y no requieren de un abogado a tu lado que te traduzca esa letra pequeña para ver por dónde te la colarán. Consisten, simplemente, en depósitos que llegarán en forma de créditos a miles de pequeñas iniciativas que, con el reembolso de sus cuotas, generan la financiación para otras nuevas. Al tratarse de microcréditos, la cartera de clientes es muy amplia y diversificada, por lo que los riesgos para los inversores se reducen. Sabiduría campesina: contra el monocultivo la diversificación. Y, por último, y es otra gran diferencia con los banqueros de Wall Street, un gran porcentaje de los microcréditos son inversiones en sectores productivos. No se especula, no se invierte para crear y engordar las temidas burbujas financieras, sino que se entregan pequeños capitales que llegarán a una mujer para poner una tienda en el barrio, a una cooperativa de ganaderos para poder iniciar la producción de unos quesos artesanales o a una comercializadora de plátanos ecológicos que busca nuevos mercados.
Piense usted al servicio de qué quiere poner su dinero. Infórmese. Hay opciones.

Gustavo Duch es miembro de veterinarios sin Fronteras.

Ilustración de Miguel Ordoñez.

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