Dominio público

Oriente Medio y elecciones

Pere Vilanova

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Nadie lo cuestiona: Oriente Medio es un subsistema regional cuyo peso específico e influencia a escala global es innegable. Lo es desde siempre, o por lo menos desde hace mucho tiempo. La totalidad del sistema mundial contemporáneo, desde 1945, vive de un modo u otro pendiente de ello, pues los muchos elementos que componen eso que llamamos Oriente Medio se entrecruzan, multiplican mutuamente sus efectos: ya se trate del tema nuclear (Israel tiene armas nucleares, aunque oficialmente ni confirma ni desmiente; Irán no tiene armas nucleares, aunque oficialmente no desmiente que quiera tenerlas), del tema del petróleo (recuerden los efectos de la guerra de Yom Kipur en 1973, o la de Irán e Irak entre 1980 y 1989), del islamismo radical o de las turbulencias que desde Gaza a Líbano mantienen abierto el abanico de contenciosos y problemas.

En un contexto así, acabamos de asistir a algunos ejercicios electorales de considerable trascendencia que confirman que, incluso en zonas muy inestables políticamente, aunque estén en territorios alejados de la "democracia tranquila" de corte, por ejemplo, europeo, las elecciones importan. Y mucho, ya pasó en 2005 y 2006, cuando la comunidad insistió en que los palestinos fueran a las urnas –en condiciones muy difíciles de ocupación–, y luego se afrontó el tema de los resultados de la peor manera posible: la "comunidad internacional" (esta vez, entre comillas) aplaudió los resultados de 2005, pero no los de 2006, porque esas elecciones las ganó Hamás. Está por ver con qué retraso esta comunidad internacional hará balance de su actuación y de las rectificaciones que conviene introducir en la ecuación.

Por ello vale la pena detenerse ante todo en las elecciones de Líbano, país materialmente pequeño pero de gran importancia geopolítica, entre otras cosas porque tradicionalmente algunos de sus vecinos (en concreto dos) han trasladado allí sus problemas, o el modo de intentar resolverlos. Llama la atención que la misión de interposición de Naciones Unidas desplegada en los Altos del Golán sea desde 1973 una de las más tranquilas de todo el inventario en este 60 aniversario de misiones de paz de la ONU: no ha habido desde esa fecha ni un solo incidente armado directo entre Israel y Siria en su frontera común. Pero los ha habido –y muchos, en 1978, 1982, 1985 y 2006–, entre ellos en Líbano.
Las elecciones del otro día fueron importantes por muchas razones, sobre todo porque Líbano, a pesar de sus varias guerras, guerras civiles y ocupaciones diversas, es desde 1943 el país árabe con un mejor inventario de elecciones relativamente abiertas, competitivas, relevantes. Es decir, cuyos resultados no están cantados de antemano y pueden tener consecuencias políticas significativas.

La primera de ellas es que, según todos los indicadores actualmente disponibles, la totalidad de fuerzas políticas y sociales parece aceptar la "vuelta a las instituciones" del Estado libanés, el terreno del juego parlamentario e institucional como marco de acción. El resultado confirma el grado de apertura del proceso electoral, en el sentido de que, de 128 escaños, una veintena era de adjudicación muy incierta, y la fragmentación del voto cristiano entre los dos grandes bloques ha decantado la balanza a favor del bloque liderado por Rafic Hariri. Más importante todavía, a las pocas horas, el otro bloque liderado por Hasan Nasrallah aceptaba el resultado, y ahora empieza la negociación para formar Gobierno y, más allá, debatir las reglas de la gobernanza (por ejemplo, la minoría de bloqueo para negociar determinados cambios institucionales). Colofón importantísimo: el 13 de junio, la prensa internacional se hacía eco de la visita de Javier Solana a Beirut y, entre otras
reuniones, se ha producido la que marca el inicio de la interlocución entre la Unión Europea y Hizbollah en la figura de Hussein Hadj Hassan, parlamentario elegido en las listas de Hizbollah. ¿Por qué? Pues porque es uno de los candidatos elegidos en unas elecciones que hemos exigido, apoyado y garantizado (la misión de observación electoral de la UE ha sido la más importante sobre el terreno). El senador Kerry visitó Gaza después de la guerra de fin de año, y sólo después de ello, acudió la UE. Todo esto necesita una profunda revisión. El líder de Hamás, Jaled Meshal, desde Damasco, ha saludado como una novedad positiva el discurso de Obama en El Cairo, y hay otros ejemplos de ventana de oportunidad. Cierto, está el tema de las famosas "listas de organizaciones terroristas", pero cuando se tuvo la discutible idea de hacerlas públicas, se omitió algo esencial: la UE ha de tener una política clara –y pública– de las razones de cómo se entra, pero también de cómo "se sale" de dichas listas. ¿Cómo incentivar a determinados grupos en la dirección correcta, si no?

Queda Irán. De confirmarse los resultados anunciados, y sin que estemos en condiciones de confirmar o no su validez o las acusaciones de fraude, lo cierto es que la participación duplicó la de nuestras elecciones europeas. Las elecciones habían generado expectativas, y para empezar, sobre todo entre los propios iraníes. Sólo por esto ya son importantes. Tendrán amplia repercusión, desde Teheran hasta Washington, pasando sobre todo por Tel Aviv. Es el mejor resultado para el ala más dura del actual Gobierno israelí, que lo tiene mucho más fácil para mantener abierta la ventana del argumento nuclear como "amenaza existencial" para Israel. Sin embargo, todo parece indicar que el paréntesis aperturista de los años de Hachemi Rafsanyani y Mohamed Jatami (dos mandatos cada uno, de 1989 a 2005) se cierra por un tiempo. ¿Seguro que la comunidad internacional los supo aprovechar, sobre todo con Jatami?

Pere Vilanova es  catedrático de Ciencia Política y analista en el Ministerio de Defensa.

Ilustración de Mikel Jaso 

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