Dominio público

Neoliberalismo persistente

Luis Moreno

Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y autor de ‘Europa sin Estados’

Luis Moreno
Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y autor de ‘Europa sin Estados’

Las ideas neoliberales persisten. Aunque el crack iniciado en 2007, tras la quiebra de las hipotecas subprime estadounidenses y el desplome de la bolsa de Nueva York, parecía vaticinar un ‘cambio de paradigma’, el credo neoliberal ha mantiene su vigencia en la economía política mundial. De poco han servido los tímidos intentos por identificar al programa neoliberal como gran responsable del desaguisado financiero global. Sus ideas siguen gozando de buena salud y de un predicamento doctrinario cuasi exclusivo.

Recuérdese que en los años 1980, su influencia se ligaba a una matriz cultural común en países anglosajones de tradición liberal. A la desregulación propiciada por el Thatcherismo y la Reaganomics se le sumaron programas tales como la política monetaria restrictiva de la Rogernomics en Nueva Zelanda --implementada por Roger Douglas, ministro de economía del gobierno laborista en 1984-- o el ‘racionalismo económico’ australiano durante los últimos decenios del siglo XX. Sin embargo, con posterioridad su crédito se extendió a otros países europeos de tradiciones culturales y políticas diversas (Alemania, Italia, o la propia Francia).

Con el tránsito al tercer milenio, la cruzada neoliberal a favor de mercados competitivos e irrestrictos fue ganando el favor de gobiernos de muy variado signo político. Para estos últimos el simple temor a que los capitales incrementasen su volatilidad les indujo a evitar regulaciones y a fiscalizar los derivados de una financiarización desbocada. Lo financiero predominó basado en su mayor rentabilidad respecto al sistema productivo. Basten algunos datos ilustrativos: en 1970, el mercado de valores y derivados alcanzó en EEUU los 135 millardos de dólares, equivalente al 13% del PIB; en el año 2000 tales cifras se habían incrementado hasta los 14.000 billones (millones de millones), o casi el 150% del PIB del país norteamericano. A finales de 2013, el patrimonio bajo gestión de los fondos de inversión y de los fondos de pensiones equivalía a tres cuartas parte de todo el PIB mundial.

Un laissez-faire apenas retocado se ha mantenido ideológicamente pese a la creciente desigualdad socioeconómica y la obscena disparidad entre superricos y trabajadores pobres. En su acepción física de recuperarse de una deformación, como la infligida por el crack de 2007, la resiliencia mostrada por el neoliberalismo parece incuestionable. Caben, empero, algunas observaciones respecto a la polisemia y longevidad del propio concepto neoliberal.

El rechazo neoliberal a cualquier intervención de los estados es engañoso. El mantra neoliberal siempre ha insistido en que lo público es el problema y el mercado es la solución. Su aversión a los controles públicos no está regañada, sin embargo, con otorgar su beneplácito a aquellas actuaciones de gobiernos y autoridades monetarias que refuerzan el dictum de la economía política neoliberal. Dichos controles se efectúan en pos de la consolidación fiscal y la garantía del pago de la deuda apalancada, como ahora sucede en el Viejo Continente. Los gobiernos nacionales son espoleados por los influyentes think-tanks a llevar a cabo políticas de flexibilización laboral o de recortes del bienestar público, si con ello se consigue preservar los intereses --y su pago-- del capital. Bienvenidas sean, por tanto, las correcciones de las externalidades negativas inducidas por las autoridades públicas y provocadas por los ajustes del mercado, la privatización y la liberalización mercantil.

La resiliencia del neoliberalismo se fortalece con la ausencia de alternativas políticas y, concretamente, por la incapacidad de la democracia cristiana y la socialdemocracia europeas por renovar sus programas de actuación política. La ‘batalla de las ideas’ ha sido ganada hasta el momento por los neoliberales, no tanto por la fortaleza de sus argumentos sino por la debilidad mostrada por sus adversarios. En Europa, uno de los aspectos claves en la victoria sin mengua del neoliberalismo económico es su éxito en la conversión del estado-nación en un estado-mercado, y en la estatalización de sus pugnas financieras. Últimamente ha sido el caso de Grecia, como antes lo fueron los de Irlanda, Portugal o España.

El enfoque estratégico neoliberal es homogéneo y transversal, pero buena parte de sus pugnas ideológicas se desarrollan en los escenarios estatales. No es casual, por ello, que se azucen los conflictos entre los estados miembros europeos y se propaguen los populismos nacionalistas. Mediante batallas parciales, el objetivo final neoliberal no es otro que ganar la guerra de la acumulación incontrolada del capital mediante una neutralización de las funciones de regulación estatales. Ante tal escenario, el Modelo Social Europeo necesita preservar la progresividad fiscal como ‘arma ganadora’ en la construcción institucional de la UE. Si cristianodemócratas y socialdemócratas no sostienen el valor de la solidaridad y las prácticas de las transferencias de rentas entre ricos y pobres (países y territorios), el Estado del Bienestar europeo habrá pasado a la historia como un mero epifenómeno de la modernidad.

A nivel institucional, el mantenimiento del intergubernamentalismo en la UE es un impedimento al progreso de las ideas de los padres fundacionales de la Europa unida, tales como Jean Monnet o Robert Schuman. Podrá argumentarse que eso es precisamente lo que desean los políticos nacionales a fin de preservar sus bases de poder locales. Más nos valdría apuntar a una Europa interdependiente cuyo principal valor civilizatorio ha sido la promoción de la ciudadanía --civil, económica, política y social-- como santo y seña de su propia supervivencia. Alternativamente, la Europa fáustica bien podría vender su alma libre, fraternal y solidaria en pos de adquirir una nueva vida para disfrutar los placeres prometidos por el modelo del neoliberalismo de corte anglo-norteamericano. Este modelo, en realidad, no es foráneo en su génesis conceptual al pensamiento europeo y occidental. Tal circunstancia refuerza persuasivamente el poder glamuroso extendido entre amplios sectores sociales. Hasta que esos colectivos no descubran el efecto adormidera e irreal del consumo suntuario y del ‘espejismo de la riqueza’, la ideología neoliberal se mantendrá persistente y hegemónica.

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