Dominio público

Rana Plaza, tres años después

Joaquín Nieto

Director de la Oficina de la OIT para España

Joaquín Nieto
Director de la Oficina de la OIT para España

Tres años después del peor accidente laboral de la historia ¿qué cambios se han producido y se están produciendo en las relaciones laborales?

El derrumbamiento del edificio Rana Plaza en Bangladesh en el que trabajaban miles de costureras, causó al menos 3.307 víctimas -929 muertes, 206 desapariciones y 2.272 heridos- y removió las conciencias en todo el mundo. La mayoría de las víctimas trabajaba largas jornadas por 29 dólares al mes al servicio de multinacionales occidentales que venden su ropa en tiendas de moda de todo el mundo. La tragedia no fue percibida solamente como un asunto local, sino global, desvelando la terrible situación de injusticia social que afecta a cientos de millones de trabajadores, empleadores y consumidores de todo el planeta.

De golpe, aquel terrible suceso acortó la distancia entre consumidores de países desarrollados y trabajadores que fabrican su ropa a miles de kilómetros. En occidente la gente ya había oído hablar algo de las condiciones laborales de quienes fabricaban y siguen fabricando la ropa de las marcas más populares.

Lo que tal vez no sabían es la cantidad de muertes que esas condiciones de trabajo provocaban, en incendios y derrumbamientos que venían sucediéndose de manera constante sin que las empresas responsables locales o internacionales hicieran nada para evitarlo. Cinco meses antes, otro incendio en la fábrica de ropa Tazreen se había cobrado 112 vidas con varias circunstancias agravantes: las salidas de emergencia estaban cerradas y a las empleadas se les ordenó seguir en su puesto a pesar del humo que las asfixiaba. En el caso del Rana Plaza, el día anterior se habían detectado grietas en el edificio pero aquella mañana se presionó a los trabajadores a incorporarse a sus puestos bajo la amenaza de no cobrar el mes. La dramática visibilidad de los riegos laborales tras la tragedia de Rana Plaza ha colocado la seguridad en el trabajo, antes ignorada, en la agenda mundial.  Los acuerdos del G20 en Brisbane 2015 sobre puestos de trabajo seguros o la reciente adopción de la iniciativa del G7 Vision Zero Found sobre prevención de accidentes de trabajo en las cadenas internacionales de valor, siempre promovidos por la OIT, reflejan la presencia en la agenda global de una realidad antes invisible.

Pero la realidad del día a día ¿ha cambiado en algo? El accidente de Rana Plaza obligó por fin a las empresas multinacionales y locales a adoptar medidas para revisar los miles de edificios que albergan a millones de trabajadores textiles bengalíes. Inmediatamente, las federaciones sindicales internacionales –como IndustriAll- lograron comprometer acuerdos con las firmas multinacionales y las empresas locales para proceder a esa revisión, que tres años después han ido llegando a casi todos los cerca de cuatro mil edificios concernidos, aunque las reformas efectivas van más lentas. En 2015 los incendios y accidentes han disminuido considerablemente y, sobre todo, el número de víctimas. Las protestas por los incendios y accidentes mortales múltiples, ya antes de Rana Plaza, obligaron a poner en marcha un Plan Nacional de Acción Tripartito en Bangladesh sobre protección contra incendios e integridad estructural, auspiciado por la OIT, dirigido a todo los edificios aunque no se trabaje en ellos para las principales marcas internacionales, porque no sólo los trabajadores al servicio de estas marcas tienen derecho a protección.

También se alcanzó un acuerdo para pagar las indemnizaciones a las víctimas, si bien necesitó más de dos años para recaudar los 30 millones de dólares demandados y tres para abonar los pagos a los más de cinco mil afectados. Lo llamativo del asunto es que el cobro de las indemnizaciones para las víctimas del Rana Plaza tuviera que hacerse a través de un acuerdo y una recaudación especiales, porque sencillamente los trabajadores de las cadenas de valor internacionales no estaban –ni están- protegidos por un sistema de aseguramiento ante accidentes laborales, lo que hace que su trabajo sea más barato. De hecho los bajos salarios son el aliciente principal para su contratación, lo que explica la importante presencia de las marcas mundiales más conocidas  en los talleres de Bangladesh.

Ha habido otros cambios notables: la subida salarial –de 29 dólares a 67- que los trabajadores textiles consiguieron un año después tras numerosas movilizaciones, aunque todavía claramente insuficientes para una vida digna y siguen por debajo de los salarios de los países vecinos; o la proliferación y presencia de sindicatos locales en las empresas y talleres, incluido en las zonas industriales especiales para exportación donde su presencia no era tolerada, presencia que explica algunas de las mejoras alcanzadas. Pero este proceso está encontrando de nuevo una fuerte resistencia empresarial, hasta tal punto que la Confederación Sindical Internacional –que agrupa a 180 millones de afiliados en 162 países- pondrá una queja ante el Comité de Libertad Sindical de la OIT por considerar que el gobierno en 2015 rechazó por razones espurias el 75% de los registros de sindicatos y que algunos líderes sindicales han sido despedidos y hasta golpeados por su labor.

Rana Plaza quedará para la historia como uno de los símbolos de la explotación extrema de los trabajadores en el proceso productivo de cadenas de valor internacionales que se ha generalizado con la globalización. Pero también puede representar un antes y un después en el reconocimiento de los derechos laborales. La influencia de los cambios mencionados en unos casos será más duradera en otros más efímera, pero todos ellos modelarán –están modelando ya- el futuro de las relaciones laborales en las cadenas de valor.

Rana Plaza ha revelado que las cosas no pueden seguir igual, no sólo porque accidentes como ese son insoportables sino también porque la explotación salarial extrema y la falta de las medidas de seguridad más elementales con resultados letales, en Estados laboralmente fallidos -sin inspección de trabajo ni administración laboral y sin sistemas de aseguramiento que permitan mutualizar las indemnizaciones y prestaciones en caso de accidente-  pueden acabar por hacer inviable el sistema productivo de las cadenas de valor. Los desafíos que se les presentan a las empresas multinacionales para resolver estos asuntos son ineludibles y tendrán que afrontarlos o perecer.

Incluso los ámbitos de negociación colectiva están llamados a renovarse. El conflicto ya no es solo local. Los acuerdos entre empresas multinacionales y federaciones sindicales internacionales aparecen tan imprescindibles como los tradicionales convenios sectoriales locales.

Desde la perspectiva de la justicia social y el trabajo decente, la exigencias contempladas en los principios y derechos fundamentales del trabajo y demás convenios de la OIT y las directrices sobre empresas y derechos humanos adoptadas por Naciones Unidas, que obligan a los Estados a proteger los derechos humanos, a las empresas a respetarlos –con la diligencia debida en la cadena de subcontratación incluida- y a todos ellos a reparar a las víctimas, son herramientas que pueden contribuir a soluciones que alivien la situación que siguen sufriendo millones de trabajadores atrapados en unas relaciones laborales injustas que han proliferado con la globalización en todos los rincones del mundo.

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