Dominio público

Podemos: la  imposibilidad de detener la corriente del río

María Márquez Guerrero

Universidad de Sevilla

María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla

 Decía Heráclito, el Oscuro, que "en los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos] (Diels-Kranz, Fragmente der Vorsokratiker, 22 B12), aludiendo con ello al inevitable devenir  de la realidad en el tiempo, pues el río, que sigue siendo aparentemente el mismo, renueva a cada instante sus aguas, igual que se  transforma a cada momento el  ser  del propio bañista.  Aunque en la historia de nuestra filosofía y en la teoría política ha habido pensadores que han concedido un papel preponderante a la voluntad, capaz de concitar por ella misma todas las fuerzas dirigiéndolas hacia un fin, el voluntarismo no deja de ser una suerte de antropocentrismo o narcisismo que consiste en creer que el ser humano, individuo o sociedad, puede determinar el curso  de las cosas con independencia de las circunstancias objetivas, superpoder que Enrique Krauze atribuye a Podemos en su artículo de El País ("El narcisimo de Podemos", 25 / 04 / 2016). En él defiende la tesis de que los líderes de la formación morada, definidos como "capitalistas curriculares" y "guerrilleros de salón" han diseñado desde su claustro universitario este partido que "no es un núcleo de pensamiento crítico, sino un núcleo de narcisismo universitario".

Partiendo de una dicotomía muy discutible, la de teoría-discurso / práctica-realidad, Krauze acusa a los emergentes de tratar de imponer a la realidad la artificiosa maqueta generada en el laboratorio de la universidad, institución que, según se deduce de sus propias palabras, se hallaría completamente alejada de la vida. Sin base alguna en la realidad, Podemos sería una vaporosa construcción que existe gracias a la difusión a través de los medios de comunicación, instrumento ideal para generar esta suerte de espejismo.

Para apoyar esta tesis del origen teórico y criollo de Podemos (Venezuela sigue teniendo un papel importante en el imaginario de los satanizadores de la organización), cita las palabras del propio Pablo Iglesias, palabras que desmienten precisamente esa supuesta naturaleza evanescente de la organización, y, muy al contrario, reconocen su enraizamiento social a partir de la "crisis financiera global, el "vaciamiento" de las soberanías estatales europeas y la indignación social por los casos de corrupción en las elites políticas en España". Efectivamente, Podemos se levanta sobre la base social del movimiento del 15M, que llenó nuestras calles y plazas de ciudadanos indignados ante un país efectivamente dicotomizado, polarizado en dos fuerzas no teórica, sino real,  dramáticamente enfrentadas: la minoría que cada día se hacía más rica con esta "crisis", y la inmensa mayoría desposeída y explotada. Fueron los gritos espontáneos de "Que no, que no nos representan, que no...",  y "Lo llaman democracia y no lo es...", por una parte, y, por otra, la invitación de los propios representantes políticos, asustados ante la movilización social espontánea, los que inspiraron la necesidad de canalizar toda esa rabia y darle una expresión institucional. Podemos somos la gente, y los líderes de la formación morada lo saben. Tiene razón, Sr. Krauze, también en este caso "la experiencia práctica, con sus errores inevitables, es la verdadera maestra".

Una vez asumido el proyecto de  convertirse en partido, el grupo fundador de Podemos siempre tuvo muy clara la importancia de la comunicación, pero tampoco tenían el superpoder de crear una suerte de "pseudopolítica mediática": no han sido ellos los magos que han conjurado la magia secreta de las palabras. Mucho tiempo antes de la institucionalización de la rabia, la política ya era una realidad mediática y mediatizada, como habían señalado, entre otros, Verón (1987) o Castells (2009): los ciudadanos no tenemos, en general, un conocimiento directo de la acción política, sino a través de los media, que seleccionan en su agenda-setting qué temas son relevantes y qué temas se deben silenciar, y cómo se han de orientar para su "adecuada" interpretación. Esa "pseudorrealidad" construida por los medios, ese "mundo intermedio"  donde habita la "política" condiciona el discurso de los propios políticos, que acaba por adaptarse a la difusión televisada o escrita. A este proceso circular se refiere el concepto de "mediatización". También Charaudeau había reflexionado sobre la espectacularización de la vida política, que conlleva su inmersión en una lógica económica, comercial (cfr. "La espiral del cinismo", Publico.es, 20 / 03 / 2016). Por tanto, los líderes de Podemos no solo no han dicotomizado el país, ni han impuesto una teoría vaporosa a millones de personas indignadas por la desigualdad, la injusticia y el abuso de los poderes económicos y políticos, sino que tampoco han sido los que "trasladaron la política del Parlamento a la televisión", los que descubrieron la pólvora de "pensar políticamente en clave televisiva", como sostiene Krauze.

Otra prueba que presenta el articulista para demostrar "la insorportable levedad" de Podemos, y su oculta naturaleza maquiavélica es precisamente la de sus fuentes teóricas, es decir, sus fundamentos epistemológicos en la teoría de E. Laclau y Ch. Mouffe, los cuales, según Krauze "[deben mucho] a Carl Schmitt, teórico del nazismo, experto en la "dicotomización", que veía la historia como el escenario de dos  fuerzas...". Imagino que el autor del artículo ha olvidado que, antes que Schmitt, pensadores tan relevantes como Hegel o Marx, y algunos otros que han entendido la dialéctica como fuerza motora de la historia, interpretaron la realidad como una dinámica impulsada por el antagonismo de fuerzas enfrentadas. En este aspecto, la deuda teórica es casi eterna, tendríamos que remontarnos al propio Heráclito, quien intentaba comprender la realidad confusa y ambigua a través de aforismos basados en la contradicción (paradojas, antítesis, oxímoros). Creo que él es el que se  merece, por antigüedad, el título de "mayor experto mundial en ‘dicotomizar’" la realidad. En su interpretación del universo, el motor del cambio es el conflicto, una armonía conseguida por el antagonismo o la contradicción de fuerzas enfrentadas  ("La guerra –Pólemos- es el padre de todas las cosas"). No hace falta acudir a la "mitología universitaria" para resolver estas dudas, basta con recordar a algunos de los grandes pensadores de la historia de la humanidad.

Finalmente, a falta de pruebas reales, nada extraña que el articulista recurra a los argumenta ad metum. El miedo siempre ha sido una pasión inmovilizadora, bloqueadora de cualquier impulso de transformación. Esta emoción es fundamental para activar el sistema de alerta que nos protege de los peligros; sin embargo, cuando se abusa de ella, y se instala de manera permanente en la conciencia, nos bloquea e impide la acción. Cuando desde la prensa se abusa del recurso al miedo para manipular al público, se puede provocar el efecto paradójico de la habituación, e incluso puede llegar a inducir a la risa; inevitable ésta, cuando, al final de su "Tribuna" el Sr. Krauze amenaza con el pavor de oscuras teorías revolucionarias nacidas en la soledad de "los peligrosos cañaverales de la Complutense".

Schopenhauer escribió que cualquier interpretación teórica del mundo pasa por tres etapas: primero es ridiculizada; segundo, es criticada violentamente, y finalmente es aceptada como algo evidente. Los sistemas de pensamiento que transforman la realidad no suelen ser recibidos plácidamente por aquellas fuerzas empeñadas en la conservación  del estado de las cosas presente. Ese temor irracional a que cambien las circunstancias es comprensible; en cambio, no es aceptable que, para defender las propias teorías, se nos intente manipular relatándonos cuentos fantásticos de maléficos profesores de universidad que, en la oscuridad de sus bibliotecas y laboratorios, maquinan para la destrucción de una "Sociedad del bienestar" que nunca ha sido tal para una inmensa mayoría.

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