Dominio público

¿Quién ganó las elecciones en Chile?

Luis Sepúlveda

LUIS SEPÚLVEDA

12-20.jpgEl pasado domingo 13 de diciembre hubo elecciones presidenciales en Chile y la opinión casi unánime de los chilenos es que la gran vencedora no pudo ser candidata porque la Constitución heredada de la dictadura se lo impide. La presidenta Michelle Bachelet se apresta a dejar el cargo con una aceptación de más del 80% y con una popularidad inédita en el Chile pos dictadura. Además de lo que alguien definió como "carisma de nuevo estilo" o "carisma no carismático", la presidenta ofreció a los ciudadanos una gestión caracterizada por la recuperación de la normalidad democrática y las reglas de una sociedad civilizada. Ni más ni menos, y esto que en Europa podría sonar –no con mucha justicia– a perogrullada, en el país austral era una necesidad imperiosa que, sin embargo, ninguna coalición gobernante desde el fin de la dictadura se atrevió a afrontar.

Michelle Bachelet se atrevió –algunos dirán que tímidamente– a hacer que el Estado volviera a tener un papel decisivo en el devenir del país y limitó notablemente el poder omnímodo del mercado para decidir sobre cuestiones tan sensibles como la sanidad, la educación y el modelo de desarrollo. Además, y tal vez se trate de su gran logro: su gestión es el inicio del fin de la exclusión política de los comunistas y de la izquierda revolucionaria que, por mandato dictatorial y complicidad de los gobiernos que precedieron a Pinochet, impedía a la izquierda estar presente en el Parlamento.

A la elección del 13-D concurrieron cuatro candidatos. Eduardo Frei, ex presidente pos dictadura, es el hombre menos carismático de la política chilena, de imagen excesivamente fría, de discurso torpe y desapasionado, fome a decir de los chilenos, y que, o bien por miedo, o peor, por desinformado, no jugo la gran carta de triunfo que sus votantes esperaban: convertir la elección en un gran plebiscito para redactar una nueva Constitución y avanzar así hacia la plena recuperación democrática. Frei sabe que la llamada transición chilena, aunque se intente comparar con la española, carece de ese detalle tan importante que es una Constitución refrendada por toda la sociedad. Lo sabe, pero jamás se ha atrevido a decirlo en voz alta, y esa falta de valor es una de las razones del dramático 29% de los sufragios. A falta de mayoría absoluta, se convirtió en candidato para la segunda vuelta, que se producirá el próximo 17 de enero.

Por la izquierda el candidato era Jorge Arrate, un intelectual de gran prestigio, disidente de la coalición de gobierno que aglutinó a socialistas allendistas, comunistas y otras expresiones de izquierda con un discurso sensato y carente de triunfalismo, y expuso con mesura argumentos que enriquecieron el debate. Arrate apenas superó el 6% de los votos porque muchos electores de la izquierda, alarmados por las encuestas que daban por vencedor al candidato de la derecha, prefirieron votar al mal menor y lo hicieron por Frei.

La política suele transformar las derrotas electorales en victorias morales. En el caso de Jorge Arrate esto es rigurosamente así; fue el candidato con menos recursos, unió a la izquierda disidente, y sus llamados a participar votando, a ejercer el derecho ciudadano de elegir a sus representantes, a terminar con el simplismo del "todos los políticos son iguales", deberían ser un ejemplo en un país que por presión de la derecha suprimió la Educación Cívica, la versión chilena de la Educación para la Ciudadanía en los institutos.

Por la derecha se postuló Sebastián Piñera apoyado por una coalición que une a irremediables pinochetistas con una suerte de híbrido llamado centro derecha. Su discurso, una sarta de respuestas fáciles a los problema complejos, pero avalado por su éxito como empresario al estilo Berlusconi, cosechó un 40% de los sufragios. Fue capaz de seducir con un mensaje de borrón y cuenta nueva, y ofrecer, de una parte la continuidad de las políticas sociales que hicieron exitosa la gestión de Bachelet y, de otra, la imposición de una remedo austral del american way of life en el que cada chilena o chileno podrá ser tan rico como él con sólo proponérselo. José María Aznar se encargó de darle el toque de cosmopolitismo que precisaba este hombre de provincias, pero, y esto es un punto a favor de Piñera, por más que lo intentó Aznar no consiguió enseñarle su arte de envenenar el ambiente y de crispar hasta reventar los modales democráticos.

Finalmente, la novedad fue la candidatura de Marco Enríquez Ominami, hijo de Miguel Enríquez, asesinado líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Su discurso y su programa pretendían ser una versión de la tercera vía de Tony Blair, una rebelión contra la derecha y la coalición gobernante, Silo y Young Power, que se deslegitimó por la adhesión a su candidatura de dudosos derechistas y figuras cercanas a los partidos de la coalición gobernante. Superó el 20% de los votos, pero no fueron fruto de la solidez de su discurso, sino una forma de castigar a la coalición (Concertación para la Democracia) que gobierna desde el fin de la dictadura.

Para la segunda vuelta es evidente que los votos de izquierda irán mayoritariamente a Frei y no por la ley de Murphy sino por la vieja costumbre latina de convivir con el mal menor, y el gran enigma es si los votantes de Enríquez Ominami persistirán en su opción de castigo.

Una simple visión aritmética de los resultados indican que la mitad más uno de los chilenos no quiere un gobierno de derecha. Ahora queda por comprobar si esta aritmética coincide con la realidad, aunque los analistas de centro izquierda, siempre más cerca de los desmanes liberales que de las políticas de beneficio social, ya cantan el triunfo de Piñera desde los grandes grupos internacionales de comunicación. Pero los chilenos son porfiados y a veces la realidad también lo es.

Luis Sepúlveda es escritor. Autor de La sombra de lo que fuimos

Ilustraición de Patrick Thomas

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