Dominio público

Cortarse la coleta o soltarse la melena

Pablo G. Perpinyà

 

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Daniel Rosés
Ilustración
Pablo G. Perpinyà
Secretario General de Podemos Pozuelo. Concejal y miembro de Anticapitalistas

Ríos de tinta se han escrito acerca una crisis de régimen que comenzó con el 15-M y que tras el frenazo electoral de las fuerzas del cambio parece estar parcialmente cerrada. La archiconocida "venta de oportunidad" que justificaba la adopción de un modelo de partido centralizado y constreñido por unos liderazgos totalizadores, ha resultado ser una gatera llena de obstáculos insuperables para una "máquina de guerra electoral" con los pies de barro.

Entre los logros del periodo está sin duda la mutación del sistema de partidos en un sentido multipartidista que opera en la tensión entre lo viejo que pugna por recuperarse y lo nuevo que aspira a consolidarse. Y así nos encontramos en una situación inédita de bloqueo institucional en la medida en que la formación de  gobierno resulta una tarea difícil y la formación de un gobierno estable se confirma como un imposible.

Ante la evidencia de que la política de pactos tradicional que había determinado el turnismo entre PP y PSOE ya no es suficiente para garantizar la gobernabilidad, la oligarquía se ha puesto manos a la obra. Y lo ha hecho con un pragmatismo admirable, borrando aceleradamente las líneas rojas del pasado para permitir que una hipotética abstención del PSOE en favor de Mariano Rajoy sea percibida por la mayoría como un acto patriótico y de "responsabilidad de Estado".

¿Y mientras nosotros qué? Cinco millones de votantes sudando agosto frente al televisor enrabietados con el postureo parlamentario  y maldiciendo la ambigüedad de Pedro Sánchez. Alguno probablemente con mayor pesar tras haberse quedado en casa el 26-J y en ambos casos asolados por la incertidumbre del momento. ¿Qué hacer? Esa es la cuestión.

El impass institucional obliga a buscar alternativas que eviten el estancamiento del proceso. Hemos logrado acumular por arriba una gran cantidad de fuerza pero insuficiente para decantar la balanza. Incluso en aquellos lugares en los que se ha logrado formar un gobierno del cambio, los poderes fácticos han logrado sobrevivir y frenar las medidas de mayor calado. Por tanto, se vislumbran dos caminos alternativos: el primero gira hacia la mayor institucionalización del proyecto, probablemente revestida de una apariencia movimentista, pero asentada en liderazgos mediáticos fuertes y una profundización en las dinámicas arriba-abajo que permitan una adecuación del discurso a los patrones que marcan las principales corporaciones de la comunicación. El plan "cortarse la coleta" busca en la mimetización con el adversario una oportunidad. Por otro lado, se presenta una vía que busca en los orígenes la fórmula para avanzar. Recuperar el diálogo con las fuerzas sociales que desencadenaron el ciclo de movilizaciones que derivó en el nacimiento de Podemos y experimentar un modelo de partido pluralista, horizontal y fuertemente territorializado. Es la opción "soltarse la melena".

La segunda opción ofrece dos puntos en su favor que a mi juicio son irrebatibles: coherencia histórica y aval práctico. Coherencia histórica con el movimiento del que se nutrió Podemos y con los valores y los principios que la inmensa mayoría de la gente que se identifica con el espacio político del cambio siente como propios. Romper la identidad del campo político surgido resulta una experiencia extremadamente arriesgada especialmente tras comprobar que la base social de Podemos no está ni mucho menos consolidada. Y por otro lado el aval que ofrecen los procesos que nos han precedido en el marco europeo y que demuestran que sólo es posible decantar la balanza incorporando a la batalla un movimiento popular fuerte presente en las calles. Un movimiento que visibilice en la calle el conflicto político que las fuerzas del bipartidismo quieren circunscribir a las paredes del Congreso. En definitiva, desinstitucionalizar la indignación, manteniendo las posiciones conquistadas en el Parlamento pero entendiendo que sin la fuerza de la calle es un instrumento inservible. Y ello sin caer en la fetichización de la movilización como si fuera un valor por sí mismo que todo lo puede; hablamos de movilización en términos de creación de tejido social, generación de instituciones del común, organización y disputa del territorio, etc.

La territorialización de Podemos es un proceso que debe desarrollarse en íntima conexión con la reactivación de la movilización social. No se trata simplemente diseñar los tentáculos locales de una organización sino de generar las condiciones para la articulación de contrapoderes que definan y consoliden el espacio político del cambio en la Comunidad de Madrid. El modelo de la agrupación de partido que se tensa y se destensa en función de los ritmos electorales y que mantiene una relación de subalternidad respecto de su dirección,  presenta signos evidentes de agotamiento y se antoja como una fórmula insuficiente de cara a los retos del nuevo periodo. Y es que llegados este punto se puede afirmar sin ningún género de dudas que sólo con implantación territorial, autonomía local y una apuesta decidida por el municipalismo desde abajo será posible disputar la Comunidad de Madrid al PP.

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