Dominio público

El hombre es un animal que amamanta a sus crías

María Márquez Guerrero

Universidad de Sevilla

María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla

La extrañeza, el desconcierto e incluso la hilaridad que puede provocar este título no se debe a que sea incorrecto o incoherente. Al contrario, respeta todos "los aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico" (I. Bosque)..., y, sin embargo, nos obliga a realizar ajustes para resolver el contrasentido aparente. Aunque se trata, sin duda, de un enunciado genérico, podríamos decir que, en este contexto, el sustantivo hombre no se caracteriza por abrir la posibilidad de interpretación espontánea a una referencia global, hombres y mujeres. La sorpresa que produce es una prueba de que habitualmente el sustantivo hombre se asocia con una referencia a ‘varón’, de ahí que parezca impertinente su combinación con el verbo amamantar. Podríamos decir que, en estos casos, el uso  de hombre no es pragmáticamente adecuado, pues la ambigüedad que conlleva plantea problemas para la interpretación de los mensajes. Numerosos estudios han mostrado que el acceso a esa interpretación genérica está muy lejos de ser algo general e incuestionable.

La ambigüedad procede, por una parte, del doble valor del sustantivo según se utilice en un plano específico (‘varón’ / ‘mujer’) o en uno universal, inespecífico (‘ser humano’, grupo mixto de hombres y mujeres). En la comunicación cotidiana, la confusión potencial que puede generar un enunciado se ve neutralizada por el contexto. Sin embargo, en este caso, la ambigüedad se ha visto muy reforzada por el hábito discursivo que durante siglos ha permitido la utilización incorrecta, abusiva, del sustantivo hombre, igual que de los masculinos "genéricos", en contextos solo aparentemente universales. Es lo que ocurre en ejemplos como la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, proclamados por la Asamblea Nacional Constituyente Francesa, o en muchos textos legales sobre los derechos de los "españoles" o de los "ciudadanos" de España antes de 1931, porque en todos estos casos la asignación referencial es incuestionable: las mujeres entonces ni siquiera teníamos derecho al voto. Por tanto, en estos ejemplos, hombre, ciudadano(s), españoles no eran auténticos genéricos.

El abuso del masculino genérico es la manifestación de una operación metonímica que reduce el todo (lo universal humano) a solo una parte (lo general varonil) provocando la invisibilización de la mujer, naturalizando su ausencia. Esta manifestación discursiva es el reflejo lingüístico de una visión androcéntrica según la cual lo único relevante, desde el punto de vista informativo, es lo que afecta al conjunto de los varones. En la medida en que la afirmación universal esconde una referencia específica, sólo a varones, se puede afirmar que ha existido encubrimiento. Lo correcto, desde el punto de vista lingüístico, habría sido la especificación: Derechos de los hombres y de los ciudadanos varones.

Ya Aristóteles denunciaba que la ambigüedad es un "vicio" del lenguaje que se debe combatir, pues suele ser una poderosa herramienta de manipulación. Ciertamente, el encubrimiento es una operación discursiva, a menudo inconsciente, de ocultación de cierta realidad a través de un uso lingüístico manipulador a favor de determinados intereses. La automatización y fijación de estos usos "abusivos" en una "rutina cultural" explica la necesidad de desambiguar nuestros enunciados para visibilizar la presencia de la mujer devolviéndole el ámbito de representación simbólica que le pertenece. Todo ello nada tiene que ver con la negación del carácter no marcado del masculino, ni con un deseo de modificar las bases estructurales del género en español, hecho, por otra parte, completamente imposible. Ningún individuo ni grupo puede cambiar la lengua consciente y voluntariamente; es el uso de la comunidad el que sanciona ciertas formas y rechaza otras. Y si es cierto que no se puede forzar el cambio lingüístico de manera voluntaria y consciente, también lo es que ninguna lección magistral, precepto legal o prescripción académica puede frenarlo.

La utilización del femenino genérico en el discurso de la diputada de EH Bildu, Marian Beitialarrangoitia, durante la última sesión de investidura de Mariano Rajoy ha despertado nuevamente el estupor, la alarma y la crítica mordaz de algunos escritores, lingüistas y académicos temerosos de que estas intervenciones rompan el sistema de la lengua. Por ejemplo, en su argumentación, el profesor Álvarez de Miranda ("Nosotras estamos dispuestos", El País, 6 / 09 / 2016) hace abstracción del contexto en el que se actualiza el discurso, el Parlamento, de los interlocutores y de la intencionalidad con que se emite. Como es sabido, al hablar actuamos: describimos la realidad, nos expresamos, nos comprometemos, persuadimos a los demás para conseguir algo de ellos, modificamos con la fuerza de nuestros enunciados el estado de cosas existente. También utilizamos la lengua para llamar la atención sobre sí misma, orientándola hacia los procesos mismos de representación simbólica. Es la función metalingüística, que sitúa a los términos del discurso en un plano especial, el de la mención, diferente al habitual del uso. Y es en ese ámbito donde se sitúa el discurso de la diputada del Grupo Mixto cuando emplea el femenino genérico para hacer una referencia mixta. Utilizando la lengua como herramienta de acción política, cuestiona los habituales modos de representación, denuncia la ocultación de la mujer tras los falsos genéricos y reivindica su presencia en la esfera política, dominio de poder tradicionalmente privativo del varón. Al emplear el femenino genérico, la diputada no pretendía, sin duda, elaborar ninguna teoría gramatical, subvertir el funcionamiento del sistema negando el carácter no marcado del masculino, ni prescribir ninguna norma; simplemente utilizaba la lengua para llamar la atención y denunciar un uso lingüístico discriminador.

Por tanto, no hay razones para el aspaviento, el estupor ni el escarnio. "Para quien tiene miedo, todo son ruidos", sentenciaba Sófocles. Ciertamente, el miedo genera todos los monstruos. Es mágico el pensamiento que considera que alguien, consciente y voluntariamente, tiene el poder de cambiar y romper nuestro sistema lingüístico. Mágica es también la idea de que la lengua ha llegado a su esplendor y hay que encadenarla, esposarla para que no se modifique. Eso pensó Nebrija en el siglo XV cuando todavía no se habían escrito ni La Celestina ni El Quijote.

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