Dominio público

Trump y los electores que no amaban a las mujeres

Luis Moreno

Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y autor de ‘Trienio de mudanzas’

Luis Moreno
Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y autor de ‘Trienio de mudanzas’

Tras su derrota, y con un indisimulado rictus de amargura, Hillary Clinton asumió en su discurso postelectoral que no había sido capaz de romper el ‘techo de cristal’, una metáfora referida al límite ‘invisible’ que impide el ascenso profesional de las mujeres y la plena igualdad de género. Como se sabe, tal invisibilidad se representa en barreras a las que se enfrentan mujeres tan cualificadas como los hombres, pero que les obstaculizan para conseguir las posiciones jerárquicas a las que aspiran por sus propios méritos.

Entre las varias razones que premonitoriamente alegaba el cineasta Michael Moore en un artículo publicado a finales de julio, y en el que vaticinaba el triunfo de Donald Trump, se argumentaba sobre la conducta de los contrariados hombres blancos. Estos eran identificados como prósperos trabajadores varones de los años 60 (‘male affluent workers’) propietarios de su hipotecadas casas en los barrios residenciales (‘suburbs’) de las periferias urbanas, así como de los toscos habitantes rurales (‘rednecks’) de la América profunda. A buena parte de ellos, venidos a menos posteriormente en sus rentas salariales, se les haría muy difícil tolerar con su voto que una mujer acabase tomando las riendas de su país. Sería como aceptar su propia extinción social como actores principales del ‘sueño americano’ (‘american dream’) y su pase a meros intérpretes secundarios.

El incisivo cineasta de películas como ‘Sicko’ ha sido a menudo despreciado por los dominantes medios de comunicación como un excéntrico personaje poco fiable. Sus acertadas predicciones respecto a la victoria de Trump revalidan su alta cualificación como observador de la realidad social estadounidense; muy especialmente en el caso de esos estados del Medio Oeste del llamado cinturón industrial del óxido (‘rust belt’). Entre ellos se encuentra el propio estado nativo de Moore, Michigan, cuya capital fue otrora capital mundial del automóvil. Resulta que ése estado, junto con Ohio, Pensilvania y Wisconsin fueron decisivos, tal y como adelantó Moore, en el triunfo presidencial del millonario neoyorquino.

Que el voto de los otrora trabajadores blancos de raza blanca fuese mayoritario a favor de Trump (58% por 37% de Clinton), no es del todo sorprendente, aunque se confirmase un vuelco en las preferencias de los electores de raza blanca que en 2008 optaron por Obama (apenas por un solo punto porcentual de diferencia). Es cierto que en 2012 el candidato republicano Mitt Romney recuperó el favor de los electores blancos con una diferencia de 7 puntos respecto al presidente afroamericano en ejercicio. Para nuestro particular campo de análisis en este artículo, lo verdaderamente relevante en las últimas elecciones presidenciales es que el 53% de las mujeres de raza blanca hayan preferido al candidato masculino.

Antes de las elecciones se comentó hasta la saciedad que con un ligero mayor apoyo del conjunto de las mujeres estadounidenses a Hillary Clinton, la candidata demócrata hubiera habría añicos el techo de cristal para acceder al mayor puesto de relevancia política en EEUU. En el total de los votantes que acudieron a las urnas, y según los sondeos a pie de urna (‘exit polls’), Hillary sí obtuvo más favor electoral femenino: un 54% del total le votó por un 44% que lo hizo por Trump. Pero el porcentaje fue menor al de las votantes de Obama en 2008 (56%) en su enfrentamiento con el republicano McCain (43%). Además, el apoyo ha sido más exiguo en lo que respecta a las mujeres blancas de esos estados industrialmente depauperados, donde aún subsisten formas ocultas de misoginia consentida y patriarcalismo subyacente.

En algunos apresurados análisis poselectorales se ha mencionado la falta de entusiasmo de jóvenes y latinos por Clinton, ya que su participación ha sido menor de la esperada. Recuérdese que en el conjunto del censo electoral, la abstención alcanzó el 51%. Es decir, una mayoría de los 245 millones de estadounidenses en edad de votar no lo hizo. Es la primera vez que sucede desde la Segunda Guerra Mundial, salvo en 1996 cuando la participación también bajo de la mitad de los votantes con derecho al voto. Si se considera que la participación ciudadana en las elecciones que ganó por primera vez Obama en 2008 fue del 57%, es evidente que ahora buena parte de los grupos de jóvenes y minorías etnoraciales no se han movilizado a favor de la candidata demócrata en la misma medida. Pero tal circunstancia no debería auspiciar explicaciones apresuradas y unívocas.

La mayor fuerza explicativa hay que buscarla en la conducta electoral de los votantes blancos, los cuales han conformado tradicionalmente la supremacía de los WASP (White-Anglo-Saxon-Protestant, Blancos Anglosajones Protestantes) en el país norteamericano. Los blancos caucásicos --como así se les denomina en EEUU-- suman una mayoría poblacional de aproximadamente dos terceras partes (excluyendo a los hispanos de raza blanca), aunque sólo la mitad son protestantes. En los últimos decenios se ha constatado que el declive WASP contrasta con el aumento de los hispanos, tres cuartas partes de los cuales son católicos, y que en 2012 alcanzaban un porcentaje del 17% de la población censada. No cabe la menor duda que el voto hispano se ha dirigido mayoritariamente para Clinton, pero no es menos cierto que en la última elección presidencial la hegemonía de los WASP se ha hecho meridianamente patente con su voto mayoritario al candidato varón de madre escocesa y abuelos paternos alemanes.

Más allá de los números y datos estadísticos cabe apuntar una conducta del tipo de votante masculino expresada con su inefable expresividad por el propio Michael Moore, y que reproducimos a continuación:

"... después de aguantar a un negro diciéndonos lo que teníamos que hacer durante ocho años, ¿debemos permanecer sentados otros ocho años más con una mandona alrededor? ¡Después serán otros ocho años de maricones en la Casa Blanca! ¡Y después de transexuales...!"

Ciertamente la situación en Estados Unidos es inconmensurable con la de sociedades que demuestran poco interés por la igualdad de género, como sería el caso de Irán y otros países árabes. Pero haciendo uso del título de la famosa novela negra de Stieg Larsson, también en los USA aquellos electores poco amantes de las mujeres han frustrado el legítimo sueño de Hillary Clinton por convertirse en la primera Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Aún simbólicamente, mucho se habría avanzado rompiendo ése techo de cristal.

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