Dominio público

Una Presidencia distinta

Miguel Ángel Moratinos

MIGUEL ÁNGEL MORATINOS

07-04.jpgEn política, y particularmente en política exterior, la realidad define en gran medida la agenda. Objetivos claros y voluntad de cumplirlos conforman el resto. De ambos elementos, realidades y ambiciones, ha habido en la recién finalizada Presidencia española del Consejo de la Unión Europea. La entrada en vigor del Tratado de Lisboa y la segunda fase de la crisis económica nos han impuesto retos que hemos gestionado, sentando las bases para permitir futuros avances en ambos terrenos. Pero la Presidencia ha sido mucho más que eso. Teníamos una visión clara de algunos intereses estratégicos que había que recuperar o impulsar, de decisiones a tomar para mejorar la vida de los ciudadanos europeos. Y por ambos caminos ha transitado nuestro semestre.
Sabíamos que ser la primera Presidencia tras los profundos cambios que introducía el Tratado de Lisboa no iba a ser tarea fácil. Pero, además, entrañaba una enorme responsabilidad. Levantar un nuevo esquema institucional suele terminar dependiendo más de cómo se va construyendo en la práctica, que de las previsiones iniciales. Nuestro objetivo era consolidar un presidente del Consejo Europeo y una alta representante que iniciaban su andadura. En cada gesto, en cada reunión, en cada declaración, España estaba estableciendo precedentes. Conscientes de ello, hemos actuado buscando unas instituciones fuertes y asentadas, condición indispensable para que la Unión pueda desarrollar su papel de actor global. Haber logrado cerrar el acuerdo para la creación del Servicio Europeo de Acción Exterior, el futuro servicio diplomático europeo, es prueba visible de que hemos conseguido nuestros objetivos.
La Presidencia comenzó con la segunda ola de la crisis económica: la inestabilidad de la deuda soberana en la zona euro. Mejorar la coordinación europea en la lucha contra la crisis era nuestro primer objetivo. Pero los acontecimientos se precipitaron llevándonos a retos concretos a los que había que responder: el fondo de rescate de Grecia y el vehículo de estabilización del euro, dotado con 750.000 millones, fueron las mejores respuestas posibles. El camino queda así abonado para la necesaria mejora de los mecanismos de gobierno económico y fiscal.
Una realidad muy dura fue el terremoto en Haití, en el que coordinamos la respuesta europea en ayuda humanitaria y para la futura reconstrucción del país. O los efectos en la navegación aérea de la nube de ceniza creada por el volcán islandés, a la que respondimos con criterios que permitieron abrir los cielos de forma coordinada y segura.
Pero, más allá de dar respuestas a esas realidades, hemos hecho política exterior europea en aquellos campos en los que las nuevas instituciones todavía no estaban preparadas o debían atender otras prioridades. Así, en los Balcanes Occidentales, región clave para la seguridad y la estabilidad de nuestro continente, hemos relanzado la perspectiva europea de la región. En la simbólica ciudad de Sarajevo, sentamos a Serbia y Kosovo a la misma mesa, en clara demostración de que la cooperación y el diálogo son el único camino para incorporarse a Europa.

La relación con Estados Unidos ha ocupado un lugar central en nuestro semestre. El objetivo era claro: avanzar hacia una nueva agenda transatlántica tras la entrada en vigor de Lisboa. Así, hemos revitalizado el Consejo Económico Transatlántico, pieza clave para hacer frente conjuntamente a la crisis, y el Consejo Transatlántico de Energía, foro para actuar conjuntamente en materia de seguridad energética. Tras un primer rechazo del Parlamento Europeo hacia el Acuerdo SWIFT sobre transferencia de datos bancarios, la Presidencia termina con la firma de un nuevo acuerdo que, todo parece indicar, podría aprobarse próximamente. Si a todo ello añadimos la primera declaración conjunta sobre cómo combatir el terrorismo, o el acuerdo de cielos abiertos, cabe preguntarse si es preferible una cumbre sin contenido a los avances sustanciales obtenidos. Que cada uno haga su opción entre forma y fondo. Yo hubiera preferido tener los dos, pero nunca sacrificaré el segundo a la primera.
Por esa misma razón aplazamos la cumbre de la Unión para el Mediterráneo (UPM). Pero, entretanto, la Presidencia ha culminado el complejo andamiaje institucional de la UPM y facilitado los avances en las conversaciones entre israelíes y palestinos. Las bases para la consolidación del proceso están puestas.
Iberoamérica era otra opción estratégica clara. A las razones habituales se suman elementos nuevos: la fortaleza con la que la región está respondiendo a la crisis y la presencia de Brasil y México entre las potencias emergentes del nuevo orden mundial. Relanzar las relaciones con Mercosur, la Comunidad Andina y Centroamérica era el reto. En Cuba, la Unión ha respondido al diálogo abierto entre la Iglesia y el Gobierno cubanos, una iniciativa que está dando sus primeros frutos en materia de derechos humanos. Esa iniciativa requería tiempo y se lo hemos dado.
Asimismo se han impulsado las relaciones con socios estratégicos de la UE como Rusia, Marruecos, con un primer encuentro de máximo nivel, China, Japón y Pakistán. En todas ellas hemos introducido a la nueva Europa salida del Tratado. La solidaridad y la cooperación al desarrollo han sido también ejes de nuestro semestre por encima de los problemas financieros. Hemos trabajado para seguir ayudando al cumplimiento de los objetivos del milenio y asegurar que la Unión tuviese hechos sus deberes para la reunión de septiembre en Nueva York.
Acaba así una Presidencia distinta de cualquier otra pasada, y me atrevería a decir que futura, por su peculiar situación en la historia institucional de la Unión. Generosidad con las nuevas instituciones y eficacia eran los principios que nos guiaban. Creo que hemos respondido a ellos y ayudado a la construcción europea en uno de los momentos más delicados de su historia.

Miguel Ángel Moratinos es ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación

Ilustración de Javier Olivares

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