Dominio público

Occidente y el poder mundial

Richard Gowan

RICHARD GOWAN

Occidente y el poder mundialDentro de 50 años, un historiador podría sentarse a escribir la historia oficial del declive de Occidente. Probablemente incluiría unas pocas líneas sobre los acontecimientos de octubre de 2010. Este mes, en un encuentro del G-20, los ministros de finanzas europeos acordaron ceder algunos derechos de voto y asientos en el consejo del Fondo Monetario Internacional (FMI). Los beneficiarios serán las ascendentes economías asiáticas, notablemente China e India.
Sobre el papel, las concesiones europeas parecen pequeñas. Los estados de la UE aún controlarán cerca del 25% de los derechos de voto en el FMI. Los chinos y los indios sumarán alrededor del 10%. No obstante, el acuerdo es políticamente importante, sobre todo porque fue diseñado en el G-20. La aparición del G-20 como el principal mecanismo para la toma de decisiones económicas globales es un hecho sobrevenido de la crisis financiera. La razón de su prominencia es obvia. Su formato permite a las ascendentes potencias no occidentales tratar con EEUU y la UE como iguales, lo que refleja el cambiante equilibrio de poder económico en el mundo poscrisis. Mientras los miembros de la UE tenían la mitad de las sillas del G-8, en el G-20 representan justo la cuarta parte. Aunque EEUU se mantiene como la fuerza individual en las negociaciones del G-20, China juega a menudo un papel decisivo en las discusiones. India se muestra también cada vez más enérgica.
La consolidación del G-20 y las concesiones de la UE en el FMI constituyen síntomas de una transferencia gradual de autoridad de Europa hacia las potencias ascendentes en las instituciones multilaterales. Este año también se produjo un acuerdo para dar más influencia a los países no occidentales en el Banco Mundial. Después de la Guerra Fría, las potencias europeas utilizaron su influencia en las organizaciones multilaterales, desde el FMI hasta Naciones Unidas, para reforzar su papel en el escenario mundial. Ahora están adoptando una estrategia alternativa dejando que otros países adquieran mayores responsabilidades. Los dirigentes europeos argumentan que, si las potencias emergentes sienten que poseen un mayor peso en el sistema internacional, ellas "jugarán según las reglas de Occidente" o "se volverán más como nosotros".
EEUU ha animado –y en ocasiones casi amenazado– a sus aliados europeos para que sigan esta estrategia. Aunque los diplomáticos europeos aceptan que el cambio es necesario, algunos se quejan de que los norteamericanos no están dispuestos a ceder su propia influencia en las organizaciones internacionales. Bajo las reglas del FMI, EEUU acumula suficientes votos para vetar las propuestas que le disgusten. Esas diferencias han sido exacerbadas por visiones divergentes sobre cómo evitar un regreso a la recesión. EEUU, como la mayoría de las grandes economías asiáticas, está aún más interesado en paquetes de estímulo. El viejo Occidente parece confundido.
A pesar de esas tensiones trasatlánticas, el mayor interrogante es si los estrategas políticos de Pekín, Brasilia y Delhi jugarán según las reglas occidentales. Y no está claro que lo vayan a hacer. Un informe reciente de análisis chinos sobre el G-20, publicado por el European Council on Foreign Relations,

encontró profundas divisiones respecto a si hay que confiar o no en la aproximación occidental. Un analista escéptico, Xu Minqi, alegó que el G-20 es una "cáscara vacía" que no hace nada para desafiar "el dominio de EEUU sobre el mundo" vía FMI y Banco Mundial.
Antes del encuentro de este mes de los ministros de finanzas, los temores a una guerra global de divisas echaron leña a otro estallido de retórica agresiva por parte de los estrategas políticos. Dirigentes indios dijeron al Financial Times que el G-20 podría debilitarse por "un choque de intereses y un choque de percepciones". "El G-20 está en serias dificultades", concluyó uno de ellos. Al mismo tiempo, dirigentes europeos y estadounidenses se han quejado de que muchos gobiernos no occidentales han fracasado en el objetivo de poner en práctica los compromisos alcanzados en cumbres anteriores. Aunque los negociadores del G-20 se las arreglaron esta vez para soslayar esas diferencias –y probablemente lo consigan de nuevo cuando los líderes del grupo se reúnan en noviembre en Seúl–, está claro que el futuro de la cooperación multilateral dista de ser seguro. Los poderes emergentes han ganado peso en las instituciones internacionales, pero aún no están completamente satisfechos.
Algunos alegan que las potencias occidentales se comportan como si estuvieran al cargo de las instituciones internacionales. Otros creen que la creación del
G-20 es una distracción frente a reformas más grandes y más difíciles como el rediseño del Consejo de Seguridad de la ONU. Y que los cambios graduales y relativamente pequeños en la gobernanza del FMI y el Banco Mundial son gestos insignificantes. "Lo que tenemos es un giro marginal en la estructura de influencia, mientras los cambios fundamentales están aún a la espera", se quejaba un columnista del diario indio The Hindu tras el acuerdo sobre el voto en el FMI.
Nos todos en Delhi y Pekín son tan escépticos. Pero las potencias occidentales necesitan ofrecer reformas más radicales del sistema internacional si pretenden que otros se las tomen con seriedad. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, que presidirá el G-20 el próximo año, ha prometido impulsar una revisión más profunda tanto de las instituciones financieras internacionales como de la ONU. Muchos comentaristas, dentro y fuera de Francia, dudan de que Sarkozy pueda acometer reformas de tal envergadura. Pero la alternativa es arriesgarse a tensiones crecientes a lo largo y ancho del sistema financiero. Y el resultado es que, tanto la UE como EEUU, perderían más influencia.

Richard Gowan es investigador principal del European Council on Foreign Relations

Ilustración de Javier Olivares

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