Dominio público

El sujeto de cambio

Antonio Antón

Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Coautor de 'La clase trabajadora ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI?', ed. Siglo XXI @antonioantonUAM

Antonio Antón

Las clases populares (trabajadoras y medias), la gente corriente o los pueblos, han cambiado su composición y sus características. Pero, sobre todo, en España, se ha modificado su comportamiento social y político, su diferenciación cultural. Clase social o pueblo, en cuanto sujetos colectivos, han adquirido una nueva relevancia sociológica y política. Ayudan a explicar los procesos sociopolíticos populares y democráticos de los últimos tiempos en confrontación con los poderosos y sus políticas regresivas.

No obstante, es necesaria una clarificación conceptual, con una nueva interpretación que explique las características y la formación de nuevos actores y movimientos sociales con impacto en la representación política e institucional y, en general, en las dinámicas de cambio de progreso (o reaccionarias) en este contexto europeo y global.

En el debate sobre las clases sociales el aspecto más relevante es su influencia y análisis como sujeto del cambio para impulsar un proceso transformador democratizador y emancipador-igualitario, es decir, como movimiento popular o actitud cívica que expresa un conflicto social.

Para una interpretación multidimensional, en primer lugar, hay que exponer los cambios más significativos en el triple plano de las condiciones objetivas de las distintas clases sociales, su conciencia social y su comportamiento sociopolítico. En segundo lugar, explicar la importancia de la experiencia popular en la construcción del sujeto y la combinación de su carácter unitario y diverso. Me sitúo frente a las posiciones extremas en cada uno de los dos ámbitos.

Por un lado, en el proceso de formación (o construcción) del sujeto, frente a las ideas deterministas (biologistas, etnicistas y marxistas economicistas) que desde un rasgo ‘objetivo’ o ‘esencial’ predicen una conciencia social y un comportamiento determinado. Igualmente, en el otro extremo, frente a posiciones constructivistas (populistas y culturalistas) que sobrevaloran el papel de las ideas, la subjetividad o el discurso en la construcción de pueblo o movimiento social. La realidad es relacional e interactiva y hay que poner a la gente concreta, su posición intereses y subjetividad, en el primer plano, dentro de su contexto.

Por otro lado, respecto de la combinación entre unidad y diversidad, no son realistas ni integradoras las posiciones unitaristas con la prevalencia hegemonista de un actor particular (la clase económica o el -llamado- movimiento obrero); pero tampoco es adecuada la versión contraria postmoderna de ensalzamiento de la fragmentación y el particularismo, que también abunda en la división popular. Ambas posiciones dificultan la deseable unidad popular en la diversidad.

Apunto a una articulación democrática y participativa del sujeto como actor cívico en sus distintas configuraciones parciales, trayectorias específicas e interacciones socioculturales y políticas, sean movimientos sociales, tendencias sociopolíticas o corrientes de opinión, con una dinámica y una base social vinculadas a las clases trabajadoras o capas populares -pueblo-. Ese sujeto colectivo o corriente popular está conformado histórica y relacionalmente, a través de la interacción práctica por intereses y demandas compartidas, bajo el respeto a su pluralidad interna; por tanto, con mecanismos democráticos, unitarios y flexibles, y con objetivos y dinámicas comunes diferenciadas del poder dominante.

La clase social como sujeto colectivo

Para definir a las clases o grupos sociales de forma completa y como sujetos colectivos, hay que considerar sus condiciones objetivas y su conciencia social: subjetividad, identidad, sentido de pertenencia colectiva. Comparativamente son cuestiones más fáciles de analizar. Pero, sobre todo (siguiendo a E. P. Thompson), hay que explicar su comportamiento o experiencia relacional: práctica social y cultural, estilos de vida, participación en el conflicto social o pugna sociopolítica.

El concepto clase social (o pueblo) expresa una relación social, una diferenciación con otras capas y clases sociales. Su conformación es histórica, relacional y cultural y se realiza a través del conflicto social y según su posición en las relaciones políticas, económicas y sociales, así como los equilibrios y tensiones de género, interétnicos y nacionales.

En los últimos diez años, con la crisis socioeconómica, las políticas de austeridad y el nuevo autoritarismo, se han acelerado grandes cambios en los tres planos, ya iniciados en las décadas anteriores. Los más evidentes son la precarización de las condiciones materiales y de derechos de la mayoría de la sociedad, la configuración de una conciencia de indignación cívica y democrática frente a la injusticia social, el debilitamiento de la democracia y una nueva dinámica sociopolítica progresista que ha terminado por configurar un nuevo sujeto político, Unidos Podemos y confluencias, así como una renovación parcial del Partido socialista.

Se ha generado una actitud polarizada de amplios sectores populares con el poder económico y financiero y la hegemonía institucional de las derechas. En la agenda sociopolítica ha reaparecido una amplia opinión crítica y un prolongado conflicto social, a veces de baja intensidad, pero persistente, distinto a los procesos de la etapa anterior. Es la suma de profundos descontentos sociales y la convergencia de movilizaciones y grupos sociales; pero, sobre todo, es la superación de cierta fragmentación representativa y expresiva, con una mayor dimensión, duración y polarización sociopolítica en la expresión pública (incluido en las redes sociales).

Se ha ido configurando, por un lado, una identificación del adversario común (los poderosos, el 1%, ...), con una gestión política regresiva de la crisis socioeconómica, además del autoritarismo y la corrupción entre las élites dominantes; por otro lado, una dinámica emergente, con una actitud social y ética más igualitaria y democrática en defensa de la mayoría social que padece el paro masivo, la austeridad y los recortes sociolaborales y de derechos, así como con una opinión crítica respecto de la representación política tradicional y la pérdida de calidad democrática de las instituciones.

Son aspectos que aparecen como blanco de las movilizaciones y la contienda política de estos años, junto con la deslegitimación del poder financiero e institucional, incluido el europeo –la troika-. Es una dinámica social progresiva y democratizadora con importante impacto político-electoral que apunta a un cambio institucional significativo y que es objeto de la reacción airada de las derechas y el poder establecido.

Se reconfiguran las clases sociales en su dimensión de actores y vuelven al espacio público agentes sociales y políticos con una dinámica de empoderamiento ciudadano frente a los poderosos. Se reafirma una cultura cívica de justicia social, se conforman nuevos y renovados sujetos colectivos con fuerte impacto sociopolítico, con un laborioso proceso, lleno de altibajos y vacilaciones, de conformación de una representación social, unitaria y arraigada en un amplio y diverso tejido asociativo, aunque solo converge públicamente en las grandes movilizaciones. Incluso partiendo de un movimiento social específico se ha podido configurar un movimiento popular unitario con unos intereses comunes y una dinámica compartida. El último ejemplo ha sido la reciente y masiva expresión pública del movimiento feminista en defensa de la igualdad que ha representado y canalizado un profundo clamor popular contra la injusticia y la discriminación de las mujeres.

Estas tendencias sociales de fondo han cristalizado en el campo político europeo con el declive de la derecha y la socialdemocracia y, paralelamente, la emergencia, por un lado, de fuerzas de extrema derecha, xenófobas, autoritarias y nacionalistas, y, por otro lado, nuevas dinámicas alternativas, solidarias y progresivas. No hay una crisis profunda del poder establecido europeo (en torno al eje Merkel-Macron), pero sí de su legitimidad y su articulación representativa, con asimetrías de distinto signo en el norte y el sur de Europa y una pugna de fondo entre dinámicas reaccionarias y regresivas y tendencias democrático-igualitarias y progresivas.

Particularmente, en España, tras el amplio proceso de protesta social democrática simbolizada por el movimiento 15-M, se han conformado nuevos gobiernos municipales y autonómicos progresistas y de izquierda, así como un nuevo ciclo político tras el desalojo gubernamental del Partido Popular, con una mayor colaboración entre Partido Socialista y Podemos y sus aliados. Se ha generado la expectativa de un giro favorable a la mayoría ciudadana, con una agenda social y abordando la plurinacionalidad, aunque todavía incipiente y limitado y con el aplazamiento del horizonte de un Gobierno de progreso en España. Persisten energías populares, democráticas y de justicia social, su impacto sociopolítico es evidente y de su activación dependerá la dimensión del cambio social e institucional.

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