Dominio público

Las mil y una fatwas

Waleed Saleh

Profesor de Estudios Árabes e Islámicos, Universidad Autónoma de Madrid. Autor del libro: 'Librepensamiento e islam' (Tirant Humanidades, Valencia, 2016). Es miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado también por Nazanín Armanian, Enrique J. Díez Gutiérrez, María José Fariñas Dulce, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, y Javier Sádaba Garay

La fatwa es un dictamen legal, una respuesta a una cuestión de derecho dictada por un jurisconsulto llamado muftí. Éste debe ser musulmán y profundo conocedor de las disposiciones de la sharia, es nombrado por el gobierno y suele estar vinculado al ministerio de justicia o al ministerio de asuntos religiosos.

Por la inexistencia de una clerecía legal en el islam, instituciones y líderes religiosos se han arrogado el derecho de emitir fatwas. Al-Azhar, mezquita–universidad y máxima autoridad religiosa en Egipto, emite con frecuencia fatwas que no se limitan a los asuntos estrictamente religiosos. Este organismo desde que fue nacionalizado en los años cincuenta, se convirtió en la sombra del gobierno de turno, incluso de gobiernos ajenos. Antes de la Segunda Guerra del Golfo (1991), el Rey de Arabia Saudí Fahd Bin Abdelaziz le pidió a Al-Azhar que dictaminara una fatwa que justificara la presencia de tropas extranjeras en los territorios saudíes (tierra sagrada del islam), para defenderse de un posible ataque del ejército iraquí. Incluso Mubarak en la misma ocasión le pidió que emitiera una fatwa autorizando que tropas egipcias participaran junto a la coalición internacional en atacar al ejército iraquí y expulsarlo de Kuwait. Al-Azhar no tuvo reparo en manifestarse favorable en ambos casos.

En la actualidad los canales televisivos por satélite y las redes sociales han ofrecido grandes oportunidades a los imames musulmanes para estar presentes en estos medios para opinar y decidir acerca de asuntos relacionados con la vida de los seguidores de esta fe. Clérigos de todas las confesiones y tendencias: azharíes, suníes, chiíes, wahabíes... se han convertido en protagonistas en las sociedades musulmanas, indicando en sus fatwas lo que es lícito o ilícito para la vida de un creyente. Aunque muchos de estos clérigos no cuentan con la competencia legal para dictar fatwas, sus dictámenes encuentran seguidores que propagan sus contenidos y reclaman su aplicación.

Muchos se acordarán de la famosa fatwa dictada por el imam Jomeini contra el escritor indio Salman Rushdie a raíz de la publicación de su novela Los Versos Satánicos. El 14 de febrero de 1989 Jomeini consideró la novela un ataque profundo al islam y condenó a su autor a muerte. Desde aquel momento, Rushdie se encuentra escondido y en las pocas ocasiones que aparece en público lo hace de incógnito y va acompañado por varios guardaespaldas. Después de la muerte de Jomeini, otros clérigos iraníes renovaron la condena que sigue en vigor hasta la actualidad.

En Arabia Saudí, la Dirección General de Investigaciones Científicas y de Fatwas dictó la fatwa nº 21758 en el año 2000 referente al videojuego Pokémon. Conforme al dictamen, las autoridades de los países musulmanes deberían prohibirlo por varias razones: este juego adopta la Teoría de la Evolución; contiene símbolos de religiones desviadas y anima a traicionar a la patria. Esta fatwa fue renovada en 2016.

La fiebre de las fatwas continuó, la competencia entre imames se avivó y empezamos a escuchar edictos religiosos extraños y extravagantes dictados por clérigos de escasa formación teológica y desde distintas regiones del mundo musulmán. La revista norteamericana Foreign Policy aprovechó la coyuntura y organizó durante años un concurso entre sus lectores que tenían que enviar a esta publicación la fatwa más curiosa e insólita para ser publicadas al final del año. El objetivo era ridiculizar a los clérigos del islam e incluso a la propia fe que permitía a estos descerebrados opinar sobre asuntos que conciernen a la vida de millones de personas.

Los ejemplos son abundantes y en ocasiones uno piensa que se trata de una broma de mal gusto, pero lamentablemente son tan reales como la existencia de estos seres excepcionales que parece que viven en tiempos prehistóricos.

‘Izzat ‘Atiyya, ex Director del departamento de al-Hadiz de la Universidad al-Azhar de El Cairo, dictó en octubre de 2007 una fatwa que obliga a la mujer a amamantar al menos cinco veces a su compañero de trabajo para poder estar con él a solas. De este modo, la mujer se convertiría en madre nodriza del hombre y evitaría cualquier intención deshonesta entre ambos. Era una solución para que dos personas de distinto sexo y sin ningún lazo familiar pudieran estar juntos en un despacho o un laboratorio y que no estuviera satanás tentándolos.

El Jeque Ibrahim Yarwin, encargado de asuntos de la Conciencia Pública del Movimiento de Jóvenes Somalíes, emitió una fatwa en la que prohibía que las mujeres usasen sujetadores, que los hombres se dejasen bigote y afeitasen la barba o se pusieran pantalones que no llegasen hasta el tobillo. En la misma fatwa prohibía el futbol, escuchar música o bailar incluso en las bodas, ver películas o hacer fotos. Sugería que las mujeres durante el periodo menstrual llevaran pantalones de color rojo para indicar que tenían la regla y así los encargados de la moral religiosa no las persiguieran para conducirlas a la mezquita para rezar.

Varios jeques marroquíes firmaron una fatwa que prohíbe que un hombre se siente en una silla que acaba de abandonar una mujer. Debería dejarla enfriar, porque el calor que deja la mujer puede ser excitante sexualmente.

La fatwa de ‘Abd Allah Samak, Gerente de la facultad de al-Da’wa al-Islamiyya de la Universidad al-Azhar, prohíbe que una mujer tome un taxi sola o viajar con el chofer de la familia sin que esté acompañada de un hombre de primer grado de su propia familia, especialmente por la noche.

El ex Jeque de al-Azhar Sayyid Tantawi, en una de sus fatwas pidió que los periodistas que habían publicado noticias sobre la enfermedad del presidente Mubarak fueran castigados con 80 latigazos cada uno, basándose en aleyas coránicas.

El torrente de las fatwas no cesa y cada mañana nos despertamos con una nueva sorpresa. El predicador egipcio Muhammad al-Zugbi, con una seriedad pasmosa durante una entrevista televisiva, en una fatwa dictamina lícita la carne de los genios para el consumo humano. Ignoramos cuántos genios encadenados tiene este clérigo en su cocina para ser sacrificados y comidos. El ulema saudí Ibn Uthaymin, ya fallecido, prohibía en una fatwa que un musulmán le felicitara a un cristiano la navidad u otras fiestas religiosas, porque la felicitación en este caso significaría compartir con él sus símbolos y su creencia que el islam rechaza. El clérigo azharí Ahmad Sabri considera haram (ilícito) enterrar a hombres y mujeres en el mismo cementerio porque puede que ocurra un cisma bajo tierra. El decano de la Facultad la Sharia y de Derecho de la Universidad de al-Azhar, Rashad Hasan Jalil aportó su grano de arena al considerar ilícito desnudarse totalmente durante el encuentro amoroso. Hacer el amor desnudo invalidaría el contrato matrimonial a su juicio.

El territorio europeo tampoco se ha salvado de estas fechorías. Hace unos años el líder religioso Mohamad Kemal, imam de una mezquita en Fuengirola, explicó en una publicación cómo pegar a las mujeres sin dejar marca. Otro residente en este continente aseguró que las mujeres no deberían estar cerca de plátanos, pepinos, zanahorias... para evitar que desencadenen pensamientos sexuales. En una entrevista publicada en el diario digital El Senousa y recogida por el portal árabe Bikyamasr.com, afirma que estas frutas y verduras tienen semejanzas con el órgano sexual masculino y pueden ser una tentación sexual para la mujer. El diario Daily Mail difundió la noticia poniendo en solfa al islam y a sus seguidores.

De las fatwas anteriores observamos que los clérigos y las autoridades musulmanes, al igual que los líderes de otras religiones, tienen una obsesión enfermiza con el sexo y con la mujer. Su cuerpo es la medida con la que determinan la moral de la sociedad y marca el comportamiento humano.

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