Dominio público

Las formas

Ana Pardo de Vera

Directora de 'Público'

Recuerda a menudo la periodista Esther Palomera que "A Felipe González, hay que escucharle siempre". Estoy de acuerdo; incluso cuando llevamos lustros teniendo la sensación de que Felipe González cada vez se aleja más de Felipe González. El expresidente entró este miércoles en el debate sobre la situación interna de Podemos con una valoración inesperada sobre la decisión de Íñigo Errejón de ir con Manuela Carmena a las elecciones autonómicas con la marca Más Madrid y no la de Podemos: "No creo que beneficie a nadie, la democracia es un problema de forma y fondo; hay gente que a veces tiene razón estratégica y no respeta las formas; eso liquida la democracia", sentenció.

Conocida es la dureza con que González ha tratado siempre a Pablo Iglesias desde que éste recordó en el Parlamento la oscura etapa de la "cal viva" y los GAL en los primeros gobiernos del PSOE. Un recordatorio que, por cierto, a Errejón desagradó visiblemente, no hay más que ver los vídeos de ese momento y la expresión de su cara.

El expresidente del Gobierno, Felipe González. EFE
El expresidente del Gobierno, Felipe González. EFE

Felipe González, sin embargo, ha querido ponerse firme del lado de Iglesias en la crisis desatada en Podemos tras el sorprendente anuncio del tándem de las empanadillas. La contundencia y gravedad con que, además, el expresidente ha lanzado su aviso a políticos/as y partidos (no solo a Errejón) entra de lleno en varios aspectos de la actualidad más rampante y de la crisis política estructural, que incluye la forma (otra vez "la forma") de los partidos como vehículos principales de la voluntad popular.

Una de las reflexiones que más he oído estos días (de votantes y dirigentes políticos/as de todo signo) sobre la decisión del cofundador más joven de Podemos ha sido la que le reprocha, efectivamente, la forma y el golpe inesperado que ha dado al partido morado, en general, y a Iglesias en particular: "Un candidato que es capaz de hacer eso contra quien es el líder de su partido, y lo que es peor, contra quien fue su mejor amigo, ¿qué no hará gobernando a ciudadanos/as con los que no mantiene vínculo alguno? A mí no me inspira ninguna confianza".

González conoce bien lo que es la ruptura con tu media naranja política, aun cuando no existía entre Alfonso Guerra y él la amistad de juventud de Iglesias y Errejón. Sin embargo, y pese a reconocer el daño que aquel divorcio hizo al PSOE, González sabe que el exvicepresidente comprensivo con dictaduras "eficaces" en lo económico (con la complicidad y sin el bloqueo de EEUU es todo mucho más sencillo, hasta para Pinochet) no montó una marca electoral alternativa al PSOE. Cuanto más se razonan, efectivamente, menos se comprenden las formas de Errejón y Carmena si no hay un componente de venganza personal en una de estas dos brillantes cabezas; o en ambas. El desprecio con que la alcaldesa de Madrid habló posteriormente de Julio Rodríguez, un hombre honesto y leal como pocos, supuso asimismo la confirmación de que también Carmena albergaría algún resentimiento no explicado, de momento, contra Iglesias y su gente más próxima.

"¡Qué suerte tiene, alcaldesa!", que no pertenece a ningún partido, espetó precisamente el presidente Garrido a Carmena durante la visita de ambos a Fitur. Al candidato frustrado a la Presidencia madrileña por el PP (Casado eligió a Díaz Ayuso para las elecciones del 26-M), esta frase le salió del alma. De nuevo, gente de toda ideología empatizó con Garrido: "Tuvo que hacer frente a una etapa negrísima del PP madrileño, con Cifuentes arrastrada por el fango, González y Granados encarcelados como mafiosos y Aguirre contando ranas en la charca de su casa. Lo llevó con dignidad y hasta eficacia. Merecía ser el candidato tanto o más que Almeyda", reprochan a Casado desde su partido.

También en el PSOE madrileño creen que Garrido ha sido mal tratado por el presidente del PP, además de que algunos/as lo consideran, en general, mejor candidato que Díaz Ayuso. Lo creían, digo, hasta que la canasta de Pepu Hernández impactó de llenó en el PSM con su candidatura oficialista al Ayuntamiento de Madrid y los dejó en blanco. Ahora no creen ni sienten casi por el golpe asestado desde Moncloa. "¿No se acuerda ya Pedro Sánchez cómo las formas [de nuevo] de Susana Díaz echándolo (sic) de la Secretaría General del PSOE decidieron su regreso al liderazgo socialista y, en consecuencia, a la Presidencia del Gobierno? ¿Ya no se acuerda?", enfatiza un dirigente. Independientemente de la valoración que se haga sobre la candidatura de Pepu Hernández, los/as socialistas madrileños han quedado más desconcertados que enfadados con el golpe de efecto de Sánchez. Lo primero, sin embargo, suele desembocar en lo segundo, agravado conforme pasan las horas: un enfado interno considerable que dinamite (más) las perspectivas electorales del PSOE en la capital, arrastrando incluso las más amables de Gabilondo para la Comunidad (otro candidato independiente). El peor enemigo que puedes echarte es el que duerme en tu cama o el que milita en tu partido.

A Sánchez lo rescataron las primarias sin bendición oficial alguna y Pepu se someterá a las primarias con la presidencial de Sánchez. El riesgo es el carácter propio y revolucionario que han adquirido las bases de los partidos desde que vieron que su movilización funciona y quita y pone líderes no sacralizados por el aparato. Por eso, ni a las bases ni a los votantes (particularmente en la izquierda) hay que tocarles la empatía: si sienten como propio un golpe político (les sea o no afín la víctima, como Iglesias no lo es a González) y echa a andar la maquinaria de los sentimientos, las dignidades y las afrentas; si se pone a girar la cuestión de las formas (otra vez), no hay ‘potestas’ que pare los efectos, a corto, medio o más largo plazo.

Un dirigente político, institucional o de partido, tiene entre sus responsabilidades tomar decisiones en nombre de sus votantes, militantes o ciudadanos/as teniendo el bien común como objetivo. En cambio, no debe (ni debería poder) saltarse las normas (escritas o no) establecidas en comunión, tradición o democracia con esas bases. Mucho menos, sin darles una explicación clara, creíble y previa sobre el giro o la improvisación ejecutada.

Se trata ya, y como viene a decir González, de una cuestión de fondo democrático. Tan hondo.

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