Dominio público

¿Por qué nos autoinculpamos con 'los Jordis'?

Víctor Sampedro Blanco, Xosé Manuel Pereiro y Manuel Rivas

Dice Jaume Plensa que la madrileña Plaza de Colón es «un espacio público donde para solucionar un problema creas otro». Una metáfora de España. En la Fiesta Nacional de 2001, el Aznarato plantó allí la bandera rojigualda más grande del mundo: 294 m² de tela flamean en el mástil de 50 metros; visible desde la sede del Partido Popular en la calle Génova. Apropiacionismo patriótico: hace 18 años el PP anticipó los balcones rojigualdos: convirtió la plaza en el suyo.

Las pasadas navidades, Plensa (Premio Velázquez de las Artes en 2013) instaló en la Plaza de Colón una escultura blanca de 12 metros de altura. Dice que esa cabeza de una muchacha llamada Julia «está dirigida al corazón de nuestro ser [...] Es un espejo poético y virtual en el que cada uno pueda verse reflejado en sus preguntas más íntimas, provocando un instante de reflexión personal e íntimo».

Julia nos interpela: cuestiona mitos enfrentados. Ignora la estatua del Colón (1892), descubridor y gobernador de las Américas, que acabó desplazado a una rotonda de la Castellana. En la Transición, la epopeya colonial (y masculina) de la Hispanidad dejó espacio a tres bloques de hormigón y dimensiones continentales, que representan un encuentro cultural de magnitudes colosales y que Joaquín Vaquero Turcios culminó en 1977. El PP plantó «su» bandera en los jardines diseñados por este artista total, que también realizó el monumento a Francesc Macià en la barcelonesa Plaza de Cataluña. Eran tiempos más inciertos y convulsos que los actuales y, sin embargo, reivindicar memorias históricas diversas no constituía una ofensa intolerable para los desafectos.

Finalmente, un banderón (único y pretendidamente hegemónico) quiso cubrir el cielo con los colores patrios. Pero ese paño al viento arroja más sombras que luces. Faltaba (sigue faltando) una revisión a fondo de las (in)culturas políticas y nacionalistas. Para solucionar un problema, creamos otro.

La FAES invocó espuriamente el patriotismo constitucional habermasiano para convertirlo en puro exhibicionismo de quien tiene la bandera más grande. La llamada de Jünger Habermas a que cada generación relea el texto constitucional, actualizando sus principios, se transformó en una guerra de símbolos. Se arrogan legitimidad exclusiva para ocupar el espacio público y desalojar de él a sus oponentes. El que esté libre de culpa, que ice la primera bandera. Pero que no cuente con Julia. Ni con nosotros.

Harta de trifulcas sobre telas y lazos, una adolescente aporta «ternura y silencio», susurra Plensa. Con los ojos cerrados imagina un futuro que obvia el pendón del PP. No jura bandera ni abjura de ella. Le da la espalda. La convierte en pasado o trasfondo inocuo. Sabe que enardece, pero no alimenta las bocas. Desafía su prepotencia y desmesura.

La epopeya de Julia es íntima y cotidiana; soberana, desnuda y sin uniforme. Y nos ha dado por pensar que representa la insumisión, que acabó con el servicio militar obligatorio en los 90. Julia tiene por patria Can Serra: el barrio de Hospitalet donde en 1975 algunos antimilitaristas realizaron un Servicio Social autogestionado en «el frente del barrio» (construyeron la casa de la asociación de vecinos) o el «frente de la mujer» (alfabetizaron y cuidaron niños y ancianos). Procedentes de varias regiones de España, su ejemplo cundió en otras ciudades. Exigieron que el Generalato les reconociese que ya habían hecho la mili y que legislase una prestación social. Algo que los sucesivos gobiernos fueron incapaces de implantar. Veinte años después decenas de miles de objetores e insumisos derribaron la mili, forzando una apresurada profesionalización de las FAS.

Casi treinta ciudadanos de a pie hemos celebrado las tres décadas de soberanía innegociable que han transcurrido desde que en febrero de 1989 surgieran los primeros insumisos. Siguiendo a quienes se auto-inculparon con ellos, entendemos que «el enjuiciamiento de los Jordis [Cuixart y Sánchez] encubre la criminalización de la disidencia política [...] llevar a juicio a quienes se han manifestado pacíficamente en pro de un objetivo político lamina los fundamentos de nuestra democracia» Las comillas recogen el texto de nuestro escrito de autoinculpación con los dirigentes de Omniùm y la ANC ante el juez en Madrid el 26 de marzo de 2019.

Nos auto-inculpamos sin estar «necesariamente de acuerdo con los fines políticos de las movilizaciones del 1 de octubre en Cataluña. No obstante, entendemos que esta movilización social responde a un legítimo ejercicio de Derechos Fundamentales recogidos en nuestra Constitución: entre otros, el derecho de asociación, de reunión y manifestación y la libertad ideológica y de pensamiento, libertad que abarca, ciertamente, el derecho a expresar y difundir dicha ideología y pensamientos».

La defensa de las libertades no se ejercita firmando manifiestos, sino transformándolos en apoyo y compromiso personales; especialmente, con quienes no comparten el mismo proyecto político. Pero tenemos claro que la auto-convocatoria de la sociedad civil catalana en torno al 1 de octubre fue un acto masivo de desobediencia civil no-violenta. Y la suscribimos como herramienta legítima de transformación social.

Por ello «nos proclamamos corresponsables de los hechos e imputaciones que pesan sobre D. Jordi Sànchez y D. Jordi Cuixart y nos auto-inculpamos de los mismos [...] en defensa y solidaridad de la democracia que se ve cuestionada con esta acusación injusta».

Admiramos la autoorganización del tejido social catalán para proveerse de urnas y papeletas y hacerse oír. La respuesta a esa muestra masiva de coraje y civismo no puede ser nunca la represión. Como las feministas, sentimos que quien agrede a una de nosotras nos agrede a todas. «En consecuencia, si la Justicia desea depurar responsabilidades penales por el ejercicio de Derechos Fundamentales, solicitamos que valore la apertura de una causa penal contra nosotros y nosotras».

A los trabajadores de la cultura y la educación, mayoritarios entre nosotros, nos llena de orgullo y alegría vernos acompañados por Pepe Beunza, el primer objetor insumiso al franquismo, y Ovidio Bustillo, fundador de Can Serra. También se autoinculpan algunos premios nacionales de literatura, escritores y creadores culturales, periodistas y activistas sin edad... hasta sumar 29 autodenuncias.

«Debemos volver a desobedecer ante lo que no es justo. E invitamos a la ciudadanía a participar en otras autoinculpaciones colectivas, con los encausados y los planteamientos que les sean más afines. Esperamos, como logramos hace treinta años, modificar la concepción de lo que es justo y posible. Es preciso recordar, periódicamente, que tenemos derecho a decir no».

Como escribió José Agustín Goytisolo y cantó Paco Ibáñez a una Julia que era a la vez la madre y la hija del poeta:

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones

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