Dominio público

El neofascismo no se frena con esta democracia borbónica

Toni Valero

Coordinador de IU Andalucía

El presidente de Vox, Santiago Abascal, se dirige a sus simpatizantes en el exterior de la sede del partido en Madrid durante el seguimiento de la noche electoral del 10-N. REUTERS/Susana Vera
El presidente de Vox, Santiago Abascal, se dirige a sus simpatizantes en el exterior de la sede del partido en Madrid durante el seguimiento de la noche electoral del 10-N. REUTERS/Susana Vera

Han alcanzado los 52 escaños, un 15% del votante. Ya nadie puede eludir que es un problema de primer orden. Otto Bauer señalaba los procesos que hicieron emerger con fuerza al fascismo clásico en el pasado. Si bien mucho ha cambiado, al menos dos factores determinantes de entonces se dan en el presente: el impacto en las masas de la crisis económica y la vía autoritaria de los grandes industriales ante la pérdida de beneficios. Debemos hacer un diagnóstico claro porque lo que está sucediendo no es fruto de la mala suerte.

En primer lugar, corresponde determinar qué es VOX, qué defiende esta fuerza neofascista. Escrutando su programa electoral y su acción institucional cabe decir que son ultraliberales en lo económico y ultraconservadores en lo social. No tienen un proyecto económico para el país más allá de poner nuestros sectores económicos en el buffet libre al que acuden los fondos buitre y las grandes multinacionales. Tienen un patriotismo hueco. Más desregulación y menos impuestos a los ricos. Ese es su proyecto económico, el cual acompañan con la defensa del tradicionalismo. El objetivo es claro, crear sociedades autoritarias en las que la desigualdad se abra paso sin cortapisas. Capitalismo salvaje sin intervención del Estado en el mercado y con un pueblo dividido y enfrentado por las migajas. Trabajadores frente a desempleados perceptores de ayudas, nacionales frente a inmigrantes, hombres frente a mujeres, españoles frente a separatistas, etc.  Por eso podemos decir que son los capataces de los fondos buitre y el somatén ideológico de la oligarquía para tiempos revueltos, como los que se avecinan.

En segundo lugar, hemos de hacer notar que la campaña electoral de VOX ha virado hacia la fórmula Salvini. Los dirigentes de VOX intentan quitarse el tufo elitista y aristocrático propio de los intereses y extracción social que representan sirviéndose cuando conviene de una retórica antioligárquica e, incluso, se atreven a apelar al votante de izquierdas. Este rumbo tomado en campaña para insertarse en el electorado de los barrios populares supone un salto cualitativo extremadamente preocupante. A esto se le añade el resto de ingredientes del trumpismo: criminalización de los inmigrantes, confrontación con ciertos medios de comunicación y exaltación de un nacionalismo reaccionario. Los debates surgidos en campaña los han interpretado como todo fascismo que se precie: en problemas de orden público o en insuficiencia del código penal. ¿Manifestaciones contra la sentencia del procés? problema de orden público, ¿violación de tal o cual manada? cadena perpetua, y suma y sigue.

En tercer lugar, también se tiene que señalar la responsabilidad del Partido Popular y de Ciudadanos en la subida electoral de VOX. Alimentando el discurso del odio, a propósito del conflicto en Cataluña, y dando pátina de legitimidad democrática al neofascismo con los acuerdos de gobierno de Madrid y Andalucía, han ampliado las bases electorales de VOX y han llevado al electorado de centro-derecha a posiciones ultras. No es de extrañar que este electorado radicalizado haya preferido el original. La degeneración del conflicto catalán y la coincidencia de proceso electoral con la sentencia obviamente también influyen. Eso añadía un plus de irresponsabilidad a la convocatoria electoral propiciada por el enrocamiento de Pedro Sánchez. Quizá esperaba el voto útil frente a la ultraderecha que tan bien le vino el 28A. Jugar con fuego. Otro factor sobre el que volcar parte de la responsabilidad está en la banalización del neofascismo y permisividad con sus discursos en algunos medios de comunicación. A estos factores endógenos, propios de nuestro país, habría que sumar aquellos relativos al fenómeno global de auge del autoritarismo que asola EEUU y Europa.

Reconociendo que tenemos un grave problema que pone en riesgo el progreso democrático y social de las próximas generaciones es muy importante no equivocarse con el antídoto. Se nos dirá: frente a la ultraderecha, unidad de los demócratas. Insuficiente. Este neofascismo no se frena con esta democracia borbónica. Es más, este neofascismo surge de la crisis del régimen del 78 para apuntalar su restauración. No se confronta el neofascismo con esta democracia de los salarios de miseria, de la precariedad, de la ley mordaza, de la desigualdad social galopante. Ese es el caldo de cultivo de la ultraderecha. Frente al neofascismo hace falta más democracia, que dé seguridad y esperanzas al pueblo trabajador. Algo incompatible con las políticas neoliberales. En consecuencia, es preciso trazar unas líneas divisorias efectivas frente al neofascismo sobre las que articular los campos políticos y sociales. La primera línea divisoria, con la defensa de la soberanía popular. Construir patria sobre los intereses del pueblo trabajador. Soberanía popular para que el Estado regule, controle a los poderosos, proteja al pueblo trabajador y para que se exprese en la propia Jefatura del Estado, hoy ostentada por alguien a quien nadie ha votado. Los neofascistas, y no solo ellos, se sitúan enfrente de la soberanía popular. Prefieren que la mano invisible del mercado decida, no la ciudadanía. La segunda línea sobre la que hacer el perímetro del espacio político y social frente al neofascismo tiene que ver con la defensa de los derechos sociales contenidos en la Constitución y, muy especialmente, con la defensa de los Derechos Humanos. En definitiva, frente a la ultraderecha hace falta la unidad de los demócratas que hacen valer la soberanía popular y los derechos humanos.

Un gobierno progresista para las mayorías sociales tiene que tener esto en cuenta. Poner al Estado al servicio del pueblo trabajador, no es posible confrontar solo con relato. Prevengámonos de no favorecer una restauración del régimen del 78, introduzcamos las contradicciones que abran vectores de ruptura democrática. Ese es el papel de un espacio político impugnatorio en las instituciones, sea en la oposición o en el gobierno.

Este texto es una actualización del artículo publicado el pasado día 11 de noviembre

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