Dominio público

La Europa poscolonial

Richard Gowan

 

RICHARD GOWAN

En 2009, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, anunció su intención de fundar un nuevo Museo de Historia en París. Hace semanas ha debido de estar maldiciendo la memoria de dos de las figuras menos conocidas de la historia francesa:
Louis Edouard Bouët-Willaumez y Jules Ferry. Ambos murieron hace más de un siglo, pero siguen causándole problemas. Bouët-Willaumez fue un héroe naval que comenzó en 1840 la colonización de lo que hoy es Costa de Marfil, y Ferry fue el primer ministro que autorizó la invasión de Túnez en 1881. Aunque Francia renunció al control sobre Túnez en 1957 y de Costa de Marfil en 1960, los altos funcionarios de París siempre han visto estos países como elementos importantes de la esfera francesa en África. Hoy,
esa influencia está en las últimas.
En diciembre, la violencia que siguió a las elecciones en Costa de Marfil puso a Sarkozy en un dilema. ¿Debería respaldar a las fuerzas de paz de la ONU con el fin de proteger al internacionalmente reconocido ganador de las elecciones, Alassane Ouattara? Calculando que esto podría desencadenar la violencia contra los expatriados franceses, Sarkozy dijo que no. La revuelta de Túnez de enero hizo que Francia se enfrentara a una crisis aún mayor. Mientras la violencia crecía, la ministra de Asuntos Exteriores francesa, Michèle Alliot-Marie, sugirió que Francia podría enviar fuerzas antidisturbios para ayudar a resolver el problema. Entonces, el autocrático líder Zine el-Abidine

Ben Alí dimitió y escapó, y Sarkozy, rápidamente, le negó el asilo.

Antes de que la revuelta egipcia eclipsara lo acontecido en Túnez, hubo una crítica generalizada a la diplomacia francesa. "Francia no sólo estuvo por detrás de los acontecimientos –observó The Economist sobre lo sucedido en Túnez–, sino que, a diferencia de EEUU, ni siquiera condenó la respuesta violenta del régimen hacia los manifestantes". Algunos líderes han esperado mucho tiempo para ver a Francia así de avergonzada. Tras haber adoptado la defensa de la identidad de la UE, París sorprendió al presionar para intervenir en países francófonos como Congo (en realidad antigua propiedad de Bélgica) y Chad. Ciertos gobiernos, como Alemania, han indicado que no quieren formar parte de los futuros juegos de la UE en África. La ironía es que, aunque Sarkozy aprobó la misión de Chad de 2008-2009, no tiene un interés real en esas aventuras africanas. Él mismo socavó las propuestas
de que la UE podría mandar tropas para ayudar a contener una masiva crisis en Congo a finales de 2008.
Podría decirse que Sarkozy es realmente el primer líder francés poscolonial. Su predecesor, Jacques Chirac, sentía un gran aprecio por la cultura africana –de hecho fue la fuerza motriz que impulsó la creación del Museo de Quai Branly, que alberga tanto arte africano como de otros países no europeos–. Chirac también llevó a cabo una realpolitik de aproximación a los conflictos africanos mediante el uso de la fuerza en Costa de Marfil en la crisis de 2004. Por su parte, Sarkozy no sólo ha evitado luchar en Costa de Marfil y Túnez, sino que también declaró que su nuevo Museo de Historia estaría centrado en la "identidad nacional" en vez de en las lejanas excolonias. Pero, si es cierto que Sarkozy es un líder poscolonial, no es el único. Hay diferencias obvias entre Tony Blair –quien envió tropas a Sierra Leona y se dice que estuvo considerando la idea de desplegar tropas en Darfur– y el de lejos menos
intervencionista David Cameron.

El año pasado, durante el acalorado debate sobre el futuro de las Fuerzas Armadas británicas, el agresivo ministro de Defensa, Liam Fox, advirtió a Cameron de que los posibles recortes podrían significar que Reino Unido no pudiera montar una operación similar a la de Blair en Sierra Leona. Mientras Fox bloqueó lo peor de las propuestas de recorte militar, muy pocos analistas de defensa británicos creen que el Gobierno conservador –o cualquier alternativa laborista– podría querer verse envuelto en futuras crisis africanas. Del mismo modo, los funcionarios franceses probablemente no serán capaces de influenciar a los recalcitrantes líderes africanos con promesas de mayor intervención. Europa todavía tiene maneras de influir en los asuntos africanos. Francia tiene comandos contra Al Qaeda en el Magreb. Por su parte, el Departamento Británico de Desarrollo Internacional ha enfatizado su apoyo a la prevención de conflictos en estados débiles. Y la UE ha impuesto sanciones muy duras a Lauren Gbagbo, el presidente saliente de Costa de Marfil, que se ha negado a cederle el poder a Ouattara.

Pero los líderes europeos se sentirán decepcionados si piensan que pueden controlar las crisis africanas mediante operaciones militares y medidas económicas. Incluso la ayuda al desarrollo es un recurso en declive. China e India están invirtiendo cada vez más en África, lo que está reestructurando la economía del continente y eclipsando los proyectos de ayuda. Si la UE quiere jugar un papel positivo en África, debería priorizar su apoyo a los valores que ya han sido puestos a prueba en Costa de Marfil, Túnez y Egipto: la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión. Los procesos democráticos y los movimientos sociales son los mejores mecanismos para evitar futuras crisis que las sanciones o los despliegues militares europeos. La UE debería invertir más fondos para apoyar a los activistas que luchan por los derechos humanos, a los sindicatos y a la prensa libre en África como pieza central de una verdadera política poscolonial en la región.

Richard Gowan es Investigador principal del European Council on Foreign Relations
Ilustración de José Luis Merino

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