Dominio público

Comunovirus

Jean-Luc Nancy

Filósofo

Vecinos de un edificio de viviendas en Bilbao aprovechan el buen tiempo durante el confinamiento. EFE/Luis Tejido.
Vecinos de un edificio de viviendas en Bilbao aprovechan el buen tiempo durante el confinamiento. EFE/Luis Tejido.

El virus nos comuniza, pues debemos hacerle frente unidos, incluso si esta unión pasa por el aislamiento de cada quien. Es la ocasión de poner verdaderamente a prueba nuestra comunidad.

Un amigo hindú me comenta que en su casa se habla del "comunovirus". ¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Es evidente! Y qué admirable y completa ambivalencia: el virus que viene del comunismo, el virus que nos comuniza. Resulta que es mucho más fecundo que la ridícula corona que evoca viejas historias monárquicas o imperiales. Ya desde un inicio es para destronar la corona, sino para decapitarla, que se utiliza el comuno.

Ciertamente, esto es lo que parece hacer según su primera acepción, dado que de hecho proviene del país más grande del mundo, cuyo régimen es oficialmente comunista. No lo es sólo a título oficial: tal como lo declaró el presidente Xi Jinping, la gestión de la epidemia viral demuestra la superioridad del "sistema socialista con características chinas". Si el comunismo, en efecto, consiste esencialmente en la abolición de la propiedad privada, el comunismo chino consiste – desde  hace una docena de años – en una curiosa combinación de la propiedad colectiva (o de Estado) y la propiedad individual (de la que queda completamente excluida la propiedad de la tierra). Esta combinación, como es sabido, ha permitido un destacable crecimiento de las capacidades económicas y técnicas de China, incrementando a su vez la importancia del rol que juega a nivel mundial. Es aún muy temprano para saber cómo designar a la sociedad producida por esta combinación: ¿en qué sentido es comunista y en qué sentido ha introducido en sí el virus de la competencia individual, es decir, de su sobrepujanza ultra-liberal? Por el momento, el Covid-19 le ha permitido mostrar la eficiencia del aspecto colectivo y estatal del sistema. Esta eficiencia es tan palpable que China va ahora en ayuda de Italia, y tras ello ayudará a Francia.

Por supuesto, no faltará el epílogo sobre el renacimiento de la potencia autoritaria de la que en estos momentos se ha beneficiado el Estado chino. De hecho, todo pasa como si el virus viniera justo a reforzar el comunismo oficial. Lo más enojoso de todo esto es que, de este modo, el contenido del término "comunismo" no cesa de agitarse – incluso cuando este desde antes ya era incierto.

Marx escribió de manera muy precisa que, con la propiedad privada, la propiedad colectiva también debía desaparecer, y que a ambas las debía suceder aquello que llamaba la "propiedad individual". Con ella no se entendían los bienes poseídos por el individuo (es decir, la propiedad privada), sino la posibilidad para el individuo de devenir propiamente él mismo. Podría decirse: de realizarse. Marx no tuvo ni el tiempo ni los medios para ir más lejos en este pensamiento. Pero por lo menos podemos reconocer que este, por sí solo, abre una perspectiva convincente – por más que sea indeterminada – hacia una propuesta "comunista". "Realizarse", esto no es adquirir bienes materiales o simbólicos: es devenir real, efectivo, es existir de manera única.

Esta es, pues, la segunda acepción de comunovirus que nos debe retener. De hecho, el virus nos comuniza. Él nos pone en pie de igualdad (para decirlo de una vez) y nos agrupa en la necesidad de hacerle frente juntos. Que esto deba pasar por el aislamiento de cada quien no es más que un modo paradójico de darnos la oportunidad de poner a prueba nuestra comunidad. Uno sólo puede ser único entre todos. Esto es lo que hace nuestra más íntima comunidad: el sentido repartido de nuestras unicidades.

Hoy, y de todos los modos posibles, la copertenencia, la interdependencia, la solidaridad se acuerdan de nosotros. De todas partes surgen testimonios e iniciativas en ese sentido. Si añadimos a este hecho la disminución de la contaminación atmosférica a causa de la reducción de los transportes y la industria, obtenemos el encanto anticipado de aquellos que creen que ya ha llegado el desbarajuste del tecno-capitalismo. No despreciemos una euforia tan frágil – pero preguntémonos por lo menos hasta que punto ahora podemos penetrar mejor la naturaleza de nuestra comunidad.

Uno llama a las solidaridades y uno activa a muchas de ellas, pero globalmente es la espera de la providencia estatal – aquella misma que Emmanuel Macron ha tenido oportunidad de celebrar – la que domina el paisaje mediático. En lugar de confinarnos nosotros mismos, nos sentimos desde un inicio confinados a la fuerza, aunque esta sea providencial. Experimentamos el aislamiento como una privación cuando es una protección.

En cierto sentido, es una excelente temporada de reajustes: Es verdad que no somos animales solitarios. Es verdad que tenemos la necesidad de encontrarnos, de echar unos tragos y de visitarnos. Por lo demás, el brusco incremento de las llamadas telefónicas, de los mails y de otros flujos sociales ponen de manifiesto una necesidad urgente, un temor a perder el contacto.

¿Estamos mejor preparados, con ello, para pensar esta comunidad? Debe temerse que el virus acabe siendo su principal representante. Debe temerse que entre el modelo de la vigilancia y el de la providencia, quedemos liberados al virus mismo, en lugar de al bien común.

De ser así, no progresaremos en la comprensión de eso que pudiera ser la superación de las propiedades tanto colectivas como privadas. Es decir: la superación de la propiedad en general en la medida en que esta designa la posesión de un objeto por parte de un sujeto. Lo propio del "individuo", para hablar como Marx, es ser incomparable, inconmensurable e inasimilable – incluso para sí mismo. No se trata de poseer "bienes". Se trata de ser una posibilidad de realización única, exclusiva y cuya unicidad exclusiva, por definición, sólo se realiza entre todos y con todos – contra todos también o a pesar de todos, pero siempre en la relación y el intercambio (la comunicación). Se trata aquí de un "valor" que no es ni aquel del equivalente general (el dinero) ni, por lo tanto, aquel de una "plusvalía" expropiada, sino de un valor que no se mide de ningún modo.

¿Somos capaces de pensar de este modo tan difícil – y a la vez tan vertiginoso? Es bueno que el comunovirus nos obligue a hacernos estas preguntas. Es más: sólo bajo esta condición vale la pena, en el fondo, tratar de suprimirlo. De lo contrario, regresaremos al mismo punto de partida: acabar con él nos aliviará, pero deberemos prepararnos para otras pandemias.

Traducción de  Gerard Moreno Ferrer.

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