Dominio público

La revolución improbable: una ucronia ficticia sobre la llegada de la III República desde 2035

Guillermo Zapata Romero

Guionista de televisión y escritor. Exconcejal de Ahora Madrid.

"No avanza la acción conforme a un plan"
Q, Luther Blisset.

Odiaba las efemérides. Como si en la celebración de un hecho pasado se borraran las aristas de lo que había sido la potencia de ese hecho y quedaran reducidas a imágenes que ya no eran símbolos, sino simplemente imágenes que no dialogaban con nada. Sabía mucho de eso porque lo veía cada día en la mente despojada de memoria de su padre, que deambulaba por su casa sin saber bien dónde o con quién estaba. Llevaba ya seis meses cuidándole en la que era la antigua casa familiar, sabiendo que no habría mejoría.

Cuando le llamaron del Ministerio para preparar un pequeño reportaje a modo de dossier sobre lo sucedido 15 años atrás se sintió, primero, estafado, y luego conmovido por la posibilidad de mirar a los años en los que su madre y su padre habían atravesado acontecimientos tan importantes para la historia de nuestro país.

Habían pasado 15 años desde la instauración de la III República y aquel 14 de abril de 2035 era importante, sobre todo, para el Gobierno de concentración que mandaba en España... Y para poca gente más. El Centro de Investigaciones Sociológicas seguía negándose a preguntar por la satisfacción de la ciudadanía con la República, igual que antaño se había negado a preguntar por la satisfacción de la ciudadanía con la monarquía. La sospecha era que para los menores de 18, la República significaba ya muy poco.

Los mensajes navideños de la presidenta de la República, de tendencia conservadora, tenían cada vez menos audiencia y los datos decían que el 70% de los menores de 18 años no sabían quién era. Salir una vez al año a hablar por la televisión y contar que todo iba a bien, con las mismas palabras vacías de sentido de siempre, no servía para mantener su popularidad. Aquel "Nuestra autoridad sólo puede existir con vuestro apoyo. Seguid unidos sin alborotos en las calles y respetad el derecho de todos; pero vigilad, pues sois la guardia nacional del Gobierno que acompaña al pueblo. Procurad que en vuestra conducta no haya nunca la menor protesta que sirva de pretexto para una reacción contraria y, si ella surgiere, quede ahogada" con el que iniciaba sus discursos cada año, en honor a Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la II República, sonaba cada vez más hueco y rimbombante.

Decidió que si aceptaba el trabajo (cosa que iba a hacer pues no estaba en condiciones materiales de decirle que no a nada) sería para aprovechar el anonimato del encargo (que saldría con el sello del ministerio y sin más rastro de su trabajo) para poner en su sitio al festín de oportunistas que uno tras otro habían preparado montañas editoriales de narcisismo y literatura de "lo que yo hice aquellas noches clave". Pero sobre todo para dialogar con la memoria de sus padres. La de su madre, anestesista, muerta por covid-19 en el segundo brote fuera de la pandemia y cuyo luto no terminaba de concluir. Y para su padre, con quien nunca se había llevado del todo bien y sólo ahora, en el cuidado cotidiano, empezaba a mirar de otra manera.

Tiraba de él, también, la curiosidad por entender un momento clave de la historia que se iba apagando en una maraña de nuevos acontecimientos y, sobre todo, de nuevos problemas. Las temperaturas eran más extremas, casi no se podía estar en la calle desde mediados de mayo, los incendios primero y las tormentas después, echaban al traste los esfuerzos de zonas enteras por recuperar cierto tejido industrial y, de pronto, las redes volvían a hablar de "industrialización verde" con 15 años de retraso.

Le habían asegurado que tendría libertad para escribir lo que quisiera siempre y cuando lo sostuvieran fuentes documentales; y estaba dispuesto y deshacer, si quiera mínimamente, el relato del fabuloso "Plan de salvación nacional" que se había impuesto a fuerza de horas de televisión, un cuidadoso cribado de las fuentes autorizadas para contar la historia y trending topics pagados.

Lo que él conocía era lo que le había contado su madre, que lo vivió desde un lugar tan aparentemente anómalo para un cambio de régimen político, como clave a la postre: un hospital. Y la historia que él conocía era más bien una mezcla de casualidades, improvisaciones, errores, y la determinación más o menos inconsciente de millones de personas.

Así que decidió iniciar su investigación a partir de una lista de fuentes que consideraba anómalas por distintos motivos. Y presentó el proyecto con esa pretensión, construir un mosaico con las voces que, normalmente, no se oyen. Nadie le puso pegas, probablemente por el carácter meramente decorativo del encargo cultural. Debido al cuidado de su padre tuvo que desarrollar el proyecto a base de videollamadas, sin moverse de casa, lo cual le pareció una curiosa llamada al momento del confinamiento.

La primera conversación que mantuvo para pensar sobre qué historia debía contar este memorial, fue con Gonzalo Lago Cortés, periodista y cronista de la época. Gonzalo llevaba ya diez años jubilado viviendo en una casa en Santander cargada de recuerdos de una vida dedicada al periodismo. Estaba triste, desencantado con todo y con todos, pero mantenía un recuerdo muy vivo de lo que se cocía en el poder aquellos días. Especialmente en Madrid.

"El primer gesto audaz fue evitar que la República acabara con la República. Durante los primeros días de confinamiento, salieron una serie de informaciones que vinculaban a la Corona española con diversos casos de corrupción y hubo una llamada por redes a protestar para que ese dinero se recuperara y se usara para curar a la gente que estaba afectada por el covid-19. Pero esas cacerolas fueron... republicanas"

Hablaba con desprecio en la voz, sin reconocimiento. La razón es que al inicio de la III República hubo un conflicto bastante intenso con lo que desde el gobierno se llamaba "republicanos de la memoria" y "republicanos de la Tercera" o, de forma más coloquial, "terceros".

Lago Cortés lo explicó así: "Quiero decir, de gente que estaba más por la memoria de la Segunda República que preocupada por la corrupción del rey. No niego que no abrieran la puerta a la III República, pero afortunadamente no fueron los que la cuidaron, no sé si me explico. Así lo pienso y así lo dije. Y así me costó, claro".

Se refería a algunos de los pasajes más polémicos de su libro sobre el momento y que le condenó prácticamente al ostracismo, y por qué no decirlo, a acercarse a los sectores más conservadores del país.

"El primer efecto fue activar lo que yo luego llamé 'la partidización de los balcones'. La derecha protestaba por sus cosas, la izquierda por las suyas y al que le gustaba el fútbol, pues por el fútbol también... Y hubo una reacción, que fue la de la cuestión sanitaria, claro, que fue la importante. La gente no quería una República, ni una monarquía, quería no morir... y que no se murieran sus padres y sus abuelos"

Sentía que necesitaba una voz que complementara aquella, tan cargada de resentimiento, para entender mejor lo que estaba pasando, así que dedicó su segunda entrevista a charlar con la exministra de Cultura, Deportes y Desarrollo local, Margarita Mendieta. El Ministerio le había ayudado a conseguir su contacto y la encontró perfectamente dispuesta a charlar sobre todo lo que fuera necesario.

Mendieta había ejercido su cargo durante el primer Gobierno progresista. "Breve pero intenso", según sus propia palabras. Fue una firme defensora, aún fuera de un cargo que se negó a ejercer por más de cuatro años, de que hubiera un gobierno de unidad nacional. Una República de unidad. Margarita no estaba tan dolida con los acontecimientos, más bien al contrario. Quizás por la edad, más joven, o por la forma en la que se había situado ante los mismos.

"Es verdad que hubo una disputa, sobre todo por la cuestión de la bandera... Pero más a posteriori. Esta cosa de si la bandera de España debía ser la tricolor tradicional, mantener la que había o que fuera la seña de la sanidad, con la bandera blanca... Pues si, hubo ese debate, pero yo creo que se le da mucho peso a la pelea con los 'republicanos de la memoria'. Sé que ahora parece un término peyorativo, pero para mi no tiene ninguna connotación negativa, al contrario, fue una política que impulsamos intensamente desde el ministerio. La memoria republicana no es una anomalía en nuestro país. No se entiende el siglo XX sin ella ni se entiende el presente, claro. Fíjese, la forma de nuestras instituciones es imposible entenderla sin la memoria republicana. Y sobre la bandera al final quedó bien porque recogió el consenso de todas las fuerzas políticas, que era lo necesario".

Bandera de la III República en el relato de ficción: 'La revolución improbable', de Guillermo Zapata Romero
Bandera de la III República en el relato de ficción: 'La revolución improbable', de Guillermo Zapata Romero

A su madre le gustaba que la bandera de su país hubiera añadido una franja blanca en homenaje a la lucha de aquellos años. Le parecía un gesto que decía muchas cosas y que marcaba, de alguna manera, las prioridades. Decía que le daba "cualidad" a la República, que no era meramente la forma del estado, sino fundamentalmente los derechos sociales. Esa idea era la que, probablemente, resonaba en ese momento en tantas y tantas cabezas.

Siguiendo el punto de vista de su madre, decidió que su tercera conversación sería con los profesionales de la salud, con las personas que esos días arriesgaron sus vidas sin esperar absolutamente nada más que cuidar a sus semejantes. También, con la idea de buscar voces anómalas y poco conocidas, se puso en contacto con la responsable de la Red de Casas de Salud Comunitaria, una de las instituciones más fascinantes y desconocidas de la historia de la III República.

Con 35 años, Evelyn Marquez, llevaba desde los 20 construyendo el movimiento, que en los primeros años de la República tuvo una enorme importancia.

"¿Cómo nos lo íbamos a imaginar? Nosotras estábamos intentando que nuestras vecinas mayores, que no podían salir de casa y estaban solas, pudieran hacer la compra o ir a la farmacia. Eso se cruzó con una cosa que yo no sé como la pensaron o por qué, pero que de pronto... No sé. Es que no lo sé. ¡Es que sacaron al rey del país! Es que eso nadie lo entendió. Con la cosa de ir a por materiales sanitarios y supongo que por darle como... yo qué se, que se le viera, pues lo mandaron para fuera. Y se hacía videos, streamings y así. Y es que era muy cómico. Entonces por un lado era como si el rey fuera menos real y más normal, pero a la vez era una guasa. La gente le hacía memes..."

El humor circulaba mucho más que la información seria, eso lo recordaba aún cuando todo aquello le pilló de bastante joven. Casi sólo recordaba las risas, lo cual es extraño y angustiante en un contexto tan duro. Tenía 12 años y sus padres hicieron lo posible por hacérselo pasar bien. Al menos su madre, su padre no venía equipado para el cuidado, sino para el orden y cuando su madre murió no fue capaz de afrontar todo aquello y se encerró totalmente. Ahora, de pronto, con la enfermedad, tenía momento de un cariño inconcebible en aquellos momentos. Como una noche que le estaba haciendo una tortilla y se acercó y le dio un beso, sin decir nada. Casi se le estropea la cena del impacto.

Aquella salida del rey del país iba a resultar fundamental, especialmente debido a que, en un afán de impulsar su figura pública, apareció como responsable de la compra de diversos materiales sanitarios, mascarillas, pruebas PCR, etc. que resultaron ser defectuosos. Era evidente que el rey no había hecho las gestiones, pero comunicativamente se generó esa imagen. Con lo que, de pronto, ya no había sólo una imagen de corrupción o inmovilismo, sino también de falta de liderazgo. Y en medio de eso llegó la orden que le obligó a mantenerse fuera de España. La investigación Suiza de las cuentas de su padre dijo que si volvía a España no podrían desarrollar la investigación y pidió una orden para mantenerle confinado en el exterior del país, donde ya estaba haciendo esas maniobras de imagen pública. Que se aceptara semejante petición sólo es creíble en el contexto de un conflicto interno de la extinta Unión Europea por el que los países del norte decidieron castigar a España convirtiendo una crisis general del continente en un problema local.

En cualquier caso, el asunto fue objeto de disputa entonces y ahora.

La hemeroteca nacional era accesible desde internet. Allí encontró dos artículos que explican bien cómo se ha construido la memoria de aquellos días.

En un columna de opinión escrita apenas cinco años después de la proclamación de la III, cuando se inició el movimiento para exonerar a la familia real de responsabilidades penales a través de una ley de punto final y en medio de todo aquel debate sobre la gestión del patrimonio de la monarquía, la catedrática de Derecho Constitucional Gloria Rodríguez Montiú escribía en el diario digital Ahora, lo siguiente: "Es evidente que en aquel momento no se tuvieron en cuenta tres elementos. El primero la reacción de la fiscalía suiza. El segundo, la respuesta europea totalmente desproporcionada... Pero también la relación entre su ausencia y la propuesta de Pactos de la Moncloa. Unos nuevos pactos de ese calibre, requerían una serie de modificaciones en la constitución que no se podían aplicar en ausencia del rey. No se podía reformar la Constitución sin entrar a la cuestión monárquica, y no se podía redistribuir la riqueza del país en serio sin la reforma. No se podía mantener el orden social con la gente todas las noches reivindicando Sanidad pública desde los balcones sin redistribución. Eso lo entendió la izquierda, pero también una parte de la derecha, sobre todo la ahora presidenta de la República y el grupo de los 36, que dejó de pensar en lo que tenía detrás y empezó a mirar a lo que tenía por delante".

Ese artículo dejaba ver la posición que, digamos, se fue volviendo la oficial. Pero no era la única. Encontró otro artículo, fechado también en torno al 5ª aniversario, de Jose Antonio Castaño, hoy líder de la derecha radical en la cámara, y entonces responsable de las juventudes de "Patria en Marcha". Castaño escribió en el periódico Frontera lo siguiente: "Seguimos sin saber con qué propósito se difundió desde las cuentas oficiales del Ministerio de trabajo el mensaje para la gran balconada de abril. La historia lamentable de que se trata de un error y que el mensaje iba destinado a la cuenta privada de la community manager ya no se la cree nadie. Fue un autogolpe y hasta que no se restaure la legalidad monárquica no se podrá reconocer la autoridad emanada de los pactos de la vergüenza. El Gobierno, por supuesto, se niega a desclasificar los documentos de aquellos días y, lo más importante, la responsable está en paradero desconocido muy conveniente".

Una de las asignaturas favoritas de nuestro protagonista en la Universidad de Periodismo había sido "conspiración y narratología" y su profesora en la materia, la activista trans, Mariana Porta, había hecho un trabajo enorme intentando identificar la relación histórica entre los movimientos de extrema derecha y la teoría de la conspiración. Lo que ella llamaba la "latencia de la sospecha". El peso de la sospecha del pasado sobre el presente para construir, a través de una ficción, una brecha, una separación y, de ahí, un antagonismo y una desconfianza institucional, que se acompañaba siempre de un orden, que era siempre el orden anterior y que aparecía como sereno, inmutable y, por tanto, seguro y justo.

La extrema derecha había cometido también errores en aquellos días que afectaron a la defensa cerrada de la institución monárquica. A la vez que defendían la figura del rey y le pedían un Gobierno de concentración dirigido por él, iniciaron un movimiento para romper la cuarentena y el confinamiento que dio como resultado que una parte importante de sus cargos públicos terminaran contagiados de coronavirus y, de facto, fuera de la vida pública de el país durante un par de semanas absolutamente claves.

Era relativamente fácil identificar quién y cómo había lanzado aquel sospechoso tuit, se trataba de Elena Vera, una funcionaria del Ministerio de trabajo que estaba encargada de las redes sociales y que se equivocó de cuenta, convocando una movilización a favor de la República desde una cuenta oficial en vez de, como pretendía, desde la suya.

Mucha gente conocía la historia del error, pero no tanta recordaba que Elena había sido juzgada por llamamiento a la insurrección años después de proclamarse la República. Uno de los pagos que se aceptaron para la construcción del primer Gobierno de unidad nacional de la Tercera.

No necesitaba, sin embargo, ninguna entrevista para recordar lo que había sucedido tras ese tuit y el correspondiente revuelo posterior, porque con 12 años de edad, lo había vivido.

El 13 de abril a las 20 horas empezó un aplauso. Aparentemente, el mismo aplauso de siempre. Pero en vez de terminar cinco minutos después, se mantuvo. A sus doce años no entendía lo que estaba pasando, pero si la emoción eléctrica que brotaba de los balcones y se transmitía como una sacudida de ida y vuelta que flotaba y flotaba. ¿Era una respuesta a ese tuit oficial que en realidad no lo era? ¿Era una catarsis colectiva? Era imposible saberlo porque el aplauso era mudo. Sólo los rompían gritos de "ánimo", de "vamos vecinas... ".

Y seguían y seguían y seguían. Recuerda a su madre cogiéndole en brazos, con lágrimas en los ojos y él preguntando si estaba bien, y ella diciendo que sí, y él preguntando porque lloraba y ella respondiendo "por todo".

Por todo.

A veces las cosas suceden cuando todo se entrecruza y ya no hay forma de distinguir el Rey de la salud, del luto, de la angustia, del reconocerse con los demás, de... todo.

Pero en un confinamiento, un aplauso, si quiera una aplauso largo, incluso un momento de unidad tan evidente, tan claro, tan lleno de alegría y emoción, no tiene por qué tener un efecto político claro. Así que lo pasó después fue, si cabe, más increíble.

Nació entonces de manera muy espontánea "El Estado de Alarma Ciudadano"al terminar el aplauso. Era una cadena de WhatsApp que decía "¿El rey de Rositas? Lo llaman confinamiento y la corona Trabajando. 26A. Encierro Ciudadano. Pásalo".

Para entender las consecuencias de esa última fase, que jamás llegó a concretarse, consiguió hablar con Valentina Cepeda, una de las personas encargadas de la limpieza del Congreso de los Diputados durante aquellos días. Valentina, de 73 años, ya jubilada, recordaba con intensidad lo sucedido.

"Con el revuelo que se montó por lo del WhatsApp, los partidos se reunieron en el Congreso al día siguiente, el 14. Nosotras estábamos de turno y no nos dejaban salir, así que nos quedamos. A ver, ninguna estábamos en las reuniones, claro, pero en los pasillos sí se entendía que algo pasaba. Lo primero que unos se acusaban a los otros de haber mandado el mensaje, con lo que nadie sabía muy bien de quién era. Luego, claro, no es lo mismo que el gobierno diga "no se sale" que que la gente diga "no salimos". Y claro, como los médicos ya decían que iba a haber que estar más días, pues claro, ¿quién mandaba ahí?"

El acuerdo parlamentario para poner en marcha la III República se inició con cuatro acuerdos:

El primero, agotar la legislatura del Gobierno progresista vigente y, posteriormente, convocar elecciones y declarar un Gobierno de unidad nacional. El segundo, blindar los derechos sociales y desarrollar los elementos de la Constitución que los protegen. En tercer lugar avanzar hacia un modelo federal y en cuarto lugar, claro, la convocatoria del referéndum para la nueva forma del Estado.

El "bloque de la investidura" de noviembre de 2019 aportó sus números, pero no eran suficientes para la reforma constitucional correspondiente. Ciudadanos se sumó al acuerdo con la propuesta del Gobierno de unidad nacional, pero seguían sin ser suficientes. Hacía falta el voto afirmativo de, al menos 36 diputados más en la cámara que tenían que venir o bien del PP o bien de Vox. Ninguno de los dos parecían estar dispuestos a dar su brazo a torcer, pero un movimiento de placas tectónicas en la derecha modificó las cosas.

La derecha se partió por abajo. Los presidentes de Comunidades Autónomas y muchos alcaldes del Partido Popular intentaron convencer a su dirección de que se unieran al pacto. ¿El motivo? Fundamentalmente dos: La financiación local que era clave para mantener sus gobiernos funcionando y, en segundo lugar, una lectura propia del asunto federal. Al fin y al cabo, si lograban imponer en el interior de ese sistema federal una autonomía tributaria total de los territorios, podrían seguir gestionando los impuestos a su manera. Era una forma de mantener su control territorial. Los líderes locales primaron su propia reproducción a la del partido y lo rompieron por abajo.

"Fue como ver caer un castillo de naipes" —le explicó la exdiputada popular Sofia Rodriguez de Hoyo— "la dirección nacional iba a hundir con su estrategia de bloqueo a las direcciones autonómicas y locales. En ese momento, el bloque de Colón estaba roto. Se rompió primero por las elecciones de noviembre y luego por la apuesta de Ciudadanos por los pactos. La paradoja es que, si hubo una ruptura en el sentido profundo, fue de las derechas"

La noche del 14 de abril los aplausos fueron más intensos, muchas personas sacaron banderas blancas en sus balcones, otras banderas repúblicanas y algunas, la bandera que terminó por ser la constitucional, una bandera de España con la franja inferior de color blanco.

Terminó de escribir su reportaje el domingo 12 de abril, en plena Semana Santa. Esa noche estaba repasando documento que le habían encargado cuando vio que su padre se levantaba del sillón en el que pasaba las horas y se ponía en pie, con una determinación extraña, poco habitual. Le vio irse hacia una habitación y abrir la ventana. Sintió una angustia, como si su padre, de pronto, en la oscuridad de su mente hubiera tenido un destello suicida. Pero no. Simplemente abrió la ventana y empezó a aplaudir.

– Papá... Papá, ¿qué haces?

Su padre le miró, y pareció reconocerle. Tenía el inicio de una barba dura, blanca ya, y los ojos azules con una bruma lechosa encima. Al verle, algo debió activar su cerebro, porque le acarició y sonrió.

Son las ocho – dijo.

– Papá, pero... Espera un momento.

Seguía aplaudiendo.

Hay que aplaudir, porque nos están salvando.

– Papá, pero eso ya se ha terminado. Ya ha terminado.

Su padre le miró confundido.

– Hace muchos años ya de eso, papá. Ha terminado.

Y su padre, mirando a la nada, confundido, entre las brumas del presente y del pasado, sin saber dónde o cuando estaba y sólo atado como una cuerda frágil a las emociones más primarias de su vida, le dijo.

– No ha terminado.

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