Dominio público

Darwin, robespieristas, realistas, radicales y la “paguita”

Daniel Raventós

Editor de la revista 'Sin Permiso', profesor titular de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, presidente de la Red Renta Básica (www.redrentabasica.org)

Días pasan y el panorama social y económico es más negro. Kissinger, poco dado a la gesticulación y más ahora que ya es más que veterano, dejó escrito en un artículo en The Wall Street Journal del pasado 3 de abril que "La actual crisis económica es de una complejidad inédita. La contracción desatada por el coronavirus, por su alta velocidad y su amplitud global, es diferente a todo lo que hemos conocido en la historia". Es solamente una muestra de pocas palabras de alguien que le falta poco para llegar a 100 años y por ello con cierta perspectiva de lo que puede leerse en declaraciones, informes, proyecciones y modelos de simulación que estos días proliferan como setas en otoño cuando las lluvias previas han sido generosas.

Estos análisis coinciden en que las condiciones de vida, de existencia material, para la inmensa mayoría de la población no rica se deteriorarán de forma acelerada. Repetir que en todas partes del mundo millones de trabajadores y trabajadoras han perdido y seguirán perdiendo sus puestos de trabajo, que centenares de miles de pequeñas y medianas empresas no volverán a abrir sus puertas, que la pobreza se engrosará con nuevas decenas de millones, repetir todo eso decía forma parte del día a día. Y lo seguirá siendo durante mucho tiempo. Para algunos será una realidad que podrá seguir siendo analizada, para una gran parte de la población la existencia será una vida de mierda.

Ante este panorama no es extraño que medidas que no gozan habitualmente de amplia simpatía en el mainstream político y académico, como una imposición a las grandes fortunas y una renta básica, se expandan en medios de comunicación, informes y, lo que es más importante, entre una buena porción de la ciudadanía. Medidas "excéntricas" las llamaba un editorial de Financial Times de hace pocas semanas, pero medidas que había que tomar en consideración. Exactamente decía: "... La redistribución debe situarse en la agenda; los privilegios de los más ricos deben ponerse en cuestión. Políticas hasta ahora consideradas excéntricas, como la renta básica o la imposición sobre la riqueza deben empezar a considerarse".

Ciudadano Bergoglio, Darwin y "robespieristas"

Parece ser, en una primera aproximación poco atenta, que ahora están a favor de la renta básica todo tipo de personajes políticos, académicos y hasta religiosos. Que si Guindos, que si... hasta el Papa, o "ciudadano Bergoglio" como le llama ahora el quídam que manda en Vox. Como reacción a la Revolución francesa y al uso igualitario y orgulloso de la palabra "ciudadano" entre las clases bajas. —muy robespierista eso último, eso sí es verdad— las clases altas usaban "ciudadano" despreciativamente como insulto. Un poco más allá de la aproximación inicial, suponiendo que se quiera dar el siguiente paso, aclara completamente la situación: lo que se defiende es un subsidio para pobres. No una asignación pública monetaria incondicional y universal, como internacionalmente se ha considerado que es la renta básica, al menos como la defiende desde 1986 la Basic Income Earth Network, sino una renta condicionada, no universal y condicionada y, por tanto, para pobres. Como renta para pobres es el ingreso mínimo vital que un día de estos, parece que sin mucha urgencia a finales de mayo, hará público el gobierno español. Pero hay otros partidarios imprevistos y recientes de la renta básica que, efectivamente, la defienden universal e incondicional, declarando que nunca han sido partidarios de la misma (por cara, por poco incentivadora al empleo, por lo que sea), pero que ante la situación tan excepcional como la que vivimos y la que se prepara, reconocen que se trata de una medida a aplicar. Junto a estos nuevos partidarios, aunque sean provisionales porque defienden una renta básica de cuarentena, otros se han vuelto más hostiles si cabe a la propuesta. Aseguran que defender la renta básica ahora es caer en el dogmatismo (sic), el esencialismo (resic) o cualquier calificativo parecido que pretende todo menos ser amable. Y con ánimo no precisamente de resultar amable hay quien ha calificado de "robespieristas" —jugando con la idea de lo radical que fue el dirigente revolucionario— a los defensores de la renta básica, en fin... En el marco geográfico del reino de España algunos de estos refractarios viscerales lo adornan con una defensa del ingreso mínimo vital (que está por ver aún como se concretará) con una poco capacidad crítica que sería más digna de una mejor causa. No hay duda que el carcamalismo de la derecha extrema y la extrema derecha española y su tabernaria campaña sobre "la paguita" hace bueno a cualquiera que se compare con quien se sitúa a semejante nivel. También han (re)aparecido nuevos o reciclados darwinistas sociales haciendo una defensa darwinista (sic) por los efectos de la enfermedad infecciosa Covid-19 porque se llevaría por delante preferentemente a los viejos, enfermos y pobres con lo que ello permitiría rebrotar en mejores condiciones la economía. No es preciso entrar en el análisis de la catadura moral de estas defensas de la muerte de los "débiles" para que el resto luego esté mejor. Se trata del abuso habitual de servirse de Darwin para pasar de su impecable teoría de la evolución por selección natural a cualquier tipo de defensa del llamado darwinismo social —cometiendo la conocida falacia naturalista— que no se debe a Darwin sino entre otros a Herbert Spencer. Darwinistas sociales declarados o vergonzantes siempre han abundado. Y sus propuestas han sido sonadas. Como el caso del catedrático de política económica en la Universidad de Harvard entre 1902 y 1935, así como presidente de la acreditada American Economic Association, Thomas Nixon Carver, que propuso esterilizar a unos 60 millones de estadounidenses por ser pobres, es decir, "palmariamente ineptos" en sus doctas palabras. Quizás suenen muy raras estas propuestas, quizás. Son más familiares otras como culpabilizar a determinados colectivos étnicos o culturales o, incluso laborales, como los casos conocidos de enfermeras y cajeras de supermercados que han sido hostigadas durante el llamado estado de emergencia para que se fueran a vivir fuera de su casa porque sus vecinos consideraban que suponían un peligro de infección.

Una renta máxima, una renta básica... y la imposición a las grandes fortunas

Los que defendemos la renta básica, ahora con la pandemia y después, lo hemos dicho por activa y por pasiva y lo volveremos a repetir por si sirve de algo: es mejor un euro adicional dedicado a la pobreza que cero, dos mejor que uno, tres mejor que dos... y es mejor una renta para pobres como la de la comunidad autónoma vasca que la madrileña o la catalana o la gallega. Pero inmediatamente hemos repetido que incluso la mejor renta para pobres del reino de España, la vasca, queda muy por debajo de las necesidades reales. Creemos que argumentar, razonar y mostrar que eso es así resulta una obligación para quien así lo piense y los datos lo muestren. Sobre la renta básica y sobre cualquier otra cosa.

No sabemos aún como se concretará el ingreso mínimo vital, pero el ministro Escrivá ha dado muchas pistas y considera que hay que tener "mucha finura porque de lo que se trata es de llegar a los más vulnerables, a los que se han quedado atrás". Nada nuevo: lo que se dice habitualmente de los subsidios para pobres. Afirmaba que llegaría a un millón de hogares. Es decir a 2 millones y medios de personas. ¿Sabe el señor ministro cuántos pobres había en el 2019? Seguro que lo sabe de sobra: cuatro veces más. ¿Y cuántos hay ahora? Nadie lo sabe, pero muchos más que al finalizar 2019. Quizás cubra el ingreso mínimo vital, confiando en la perspectiva del señor ministro, a un 20 por ciento de la población "de los más vulnerables". ¿A un 25% siendo cándidamente optimistas? Un 75% queda fuera ya de entrada. Es lo que ya hace años se conoce: la pobreza de los subsidios dedicados a la pobreza. Ignacio Ramonet, en un larguísimo pero muy buen artículo, defendía en cambio: "Es urgente, a nivel global, la creación de una renta básica que ofrezca protección a todos los ciudadanos en tiempos de crisis... y en tiempos ordinarios." Demasiado radical deben pensar algunos, y algunos hasta lo dicen. O, en vez de "radical" se cambia la crítica por el consabido "realismo": no es realista defender la renta básica. Difícil es no recordar en estos casos a Toni Domènech y su desprecio mal disimulado por los mequetrefes supuestamente realistas: "Una izquierda no filistea, es decir, una izquierda que quiera ser realista, sensata y radical a la vez (de otro de mis maestros, Manuel Sacristán, aprendí la inolvidable lección de que, en la política como en la vida cotidiana, contra toda apariencia filistea, quien no sabe ser suficientemente radical, acaba siempre en la penosa insensatez del hiperrealismo mequetréfico) tiene hoy que aspirar a desarrollar políticas que sean más ambiciosas en el medio y en el largo plazo y, a la vez, más adaptadas a las presentes circunstancias." Ante una situación extraordinaria como la actual, no se aprecia por parte de ningún gobierno de la Unión Europea, incluido el del reino de España, algo que se asemeje a "políticas ambiciosas". Pero la UE no es de izquierdas, dirá inmediatamente más de uno. ¿Y los que son de izquierdas? Pongamos que hablo del gobierno español.

Otra propuesta que va extendiéndose, por supuesto "demasiado radical" para algunos sedicentes realistas, es la imposición a las grandes fortunas. Lo que republicanamente se conoce por renta máxima. En un reciente artículo de Carlos Fernández y Borja Villa se mencionaba que "Si estimamos que hubiera alrededor de 50.000 personas en España con un patrimonio superior a 5 millones de euros, la recaudación según los tipos indicados, podría ser alrededor de 300.000 millones de euros." Los autores entienden por estos tipos: "se trataría de establecer un umbral mínimo (por ejemplo de 5 millones de euros) a partir del cual se comenzase a tributar de manera progresiva, de modo que para un primer tramo (por ejemplo, entre los 5 millones y los 10 millones de euros) el tipo estuviese en un 5% y que aquellos que poseyeran bienes por un valor de 10 millones de euros acabarían pagando 250.000 euros); en un segundo tramo (por ejemplo, entre los 10 millones y los 50 millones tributarían al 7,5%, de modo que los que poseyeran 50 millones de euros tendrían que pagar 3.250.000 euros); y así progresivamente hasta un último tramo del 20% que se impondría a partir de los 500 millones de euros (un ciudadano como Amancio Ortega, que tuviera un patrimonio de 60.000 millones de euros, acabaría pagando unos 12.000 millones)." Puedo aportar datos más concretos gracias a mi colega y amigo Jordi Arcarons. Si se implantase un impuesto del 10% a la decila más rica la población del reino de España (sin contar su vivienda de residencia), podrían obtenerse más de 96.000 millones de euros. Exactamente sería aplicar al cruce de la decila de mayor patrimonio (riqueza) y de la decila de mayor renta, que según la Encuesta Financiera de las Familias del año 2014 acumula las nada despreciables cifras de más de 0,15 billones de euros de renta y de 0,96 billones de euros de patrimonio (descontando la vivienda habitual). No dinero del fraude fiscal, no dinero en las cloacas fiscales, no. Riqueza legal. La evasión fiscal se estima en 70.000 millones de euros en el Reino de España. 96.000 millones de euros es una cantidad impresionante. Más que todas las pensiones contributivas y no contributivas juntas. Aun así, este 10% de la población seguiría siendo rica, sin lugar a dudas. Piketty en su último libro Capital e ideología sugiere unos tipos impositivos según una escala que el mismo autor asegura que la propone tan solo de forma indicativa: a quien disponga de 100 veces el patrimonio medio, se le aplicaría un tipo del 10%; a quien lo tenga de 1.000 veces, del 60%; a quien lo tenga de 10.000 veces, del 90%. Esto último se acerca a una renta máxima. No hace falta precisar que tales imposiciones no serían exactamente una renta máxima, que en realidad sería una tasa marginal impositiva del 100% a partir de determinada cantidad de riqueza.

En un artículo que estoy escribiendo con María Julia Bertomeu decimos: "puesto que la riqueza y la propiedad privada son un producto esencialmente político y social, una república democrática debe ser capaz de diseñar algunos instrumentos —como una Renta Máxima— que eviten que ésta quede concentrada en unas pocas y confiscatorias manos, y debe impedir también que estas manos puedan disputarle a la república su capacidad para definir el bien común y para garantizar una vida republicana y democrática normal, para todos." Es verdad, estamos bajo una monarquía, no en una república democrática. Pero el argumento no queda invalidado.

Renta básica y renta máxima (o en su defecto, una tasa impositiva no simbólica a las grandes fortunas): propuestas para el mundo que empieza. "Un mundo se acaba" decía un ministro del actual gobierno español hace pocas semanas. Un mundo empieza. Una renta básica y una renta máxima son propuestas para que este mundo que empieza valga la pena vivirlo para toda la inmensa mayoría de la población no extremamente rica. Vale la pena intentarlo. Y vale la pena aunque por el medio esta defensa sea tildada, con razón o sin ella, de radical.

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