Dominio público

Vamos saliendo, que no es poco: de acuerdos y autocrítica en pandemia

Gaspar Llamazares Trigo

Médico y analista político

No salimos más fuertes y quizá tampoco salimos necesariamente mejores. El reto, si es posible, es que lo hagamos con la mente más abierta y como ahora se dice: siendo más resilientes...

La cuestión es si lo vivido en esta pandemia nos sirve de llamada de atención para pisar el freno de emergencia primero, y luego para avanzar en el aprendizaje y las mejoras imprescindibles. Hay quien defiende que anteriores pandemias fueron precedentes de grandes cambios, o los aceleraron. Lo más probable es que estos cambios venían gestándose desde mucho antes, y que algunos fueron para avanzar y otros tuvieron el efecto contrario. El progreso no está garantizado.

De lo que no cabe duda es que las pandemias, por su dimensión sistémica, con una gran repercusión sobre millones de vidas humanas, han tenido históricamente consecuencias sociales profundas y de efectos prolongados. Otra cosa, quizá más aventurada, es establecer por ejemplo la relación de las pestes y el cambio de época o más recientemente de la gripe española de 1918, con la posterior crisis económica, el surgimiento del nazifascismo o la segunda guerra mundial. Hay quien incluso la ha relacionado recientemente con el pacto que dio lugar al futuro Estado del Bienestar.

1) La pandemia sigue en marcha. En todo caso, la pandemia de la covid-19, en términos sanitarios y sociales, todavía están en marcha por desgracia en buena parte del planeta, y en algunas áreas de forma explosiva con millones de afectados y cientos de miles de fallecidos. Sus consecuencias finales son difíciles de prever hasta que se logre la vacuna para su mitigación o erradicación.

Por eso, las primeras evaluaciones parciales, aún en plena crisis, debieran ser eminentemente prácticas y destinadas a reforzar los flancos que hemos percibido, para así evitar que los rebrotes degeneren en una nueva ola de la pandemia y para sentar las bases de la recuperación económica y social en un contexto de control del coronavirus. Las auditorías públicas o más o menos independientes de la pandemia deberán esperar a tener una visión completa y de conjunto y no parcial, local, y mucho menos solo interesada. Es evidente que esta pandemia nos ha mostrado la enorme fragilidad de la vida humana frente a la imagen de seguridad predominante en la modernidad. Pero también la fragilidad, hasta ahora oculta, en la autosatisfacción de la globalización, de la movilidad, el consumo y las macrourbes y su vinculación con la vida y la salud de la humanidad.

Otra pandemia, que como el cambio climático, la desigualdad obscena, la nueva guerra fría comercial y la carrera de armamentos han encendido todas las luces rojas de emergencia. En especial, se ha visto la vulnerabilidad y el abandono de las personas mayores. En las residencias, pero también las fallecidas en soledad. Por otra parte, hemos constatado lo que ya sabíamos: las deficiencias de la gobernanza de la salud pública en el plano global, regional y local, tanto frente a pandemias clásicas como modernas.

Hemos visto también el impacto de los recortes sobre el sistema sanitario, en particular en la red de atención primaria, y con ello el desbordamiento de la estrategia inicial de contención antes del confinamiento. También las consecuencias del dejar hacer o de aquello de que la mejor política industrial es la que no existe, sobre la investigación y la industria sanitaria.

La última trinchera de la medicina de guerra ha tenido que responder in extremis con un estrés muy importante, pero también con una capacidad reconocida de adaptación profesional y de gestión. En el caso concreto de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, colapsadas hasta el punto de asumir el derrumbe como un castillo de naipes de la última línea de defensa civil de las residencias de ancianos.

Ante todo ello, la respuesta política ha sido paradójica: entre la retórica de guerra al virus y la realidad de la utilización de la pandemia en clave de división, oposición y confrontación. Entre la responsabilidad ciudadana de los más y la rebeldía de los sectores privilegiados. Entre el aplauso público y el linchamiento de los técnicos y la exigencia casi morbosa de conocimiento de la llamada comisión de expertos. Otra vez la culpa. Una polarización llevada a su extremo con la criminalización y la judicialización de la gestión de la pandemia. Al final, la partida de la criminalización parece haber quedado en tablas (por ahora) entre las CCAA y el Gobierno central. En todo caso, ha continuado el deterioro de la imagen pública de la política por la polarización. Como si ésta no hubiese formado parte hace ya tiempo de la dinámica electoral. Solo la llamada geometría variable ha permitido cierta relajación de la crispación.

2) Acuerdos de mínimos y frenos de emergencia. Ahora llegan, es verdad que precipitadamente y sin pedagogía, los acuerdos políticos y parlamentarios de mínimos. Quizá porque la oposición de la derecha a lo largo de la pandemia ha sido la deslegitimación del Gobierno, tanto por su origen, como por sus apoyos y, según ellos, por una gestión tardía, negligente y rayana en lo criminal.

Por otra parte porque frente a las desmesuradas expectativas abiertas de unos nuevos pactos de la Moncloa, la derecha ha preferido el Parlamento y con ello otra dimensión, más de control y oposición que de diálogo para el acuerdo y mucho menos para grandes pactos. Aunque tampoco hay razón para menospreciarlos. Sobre todo por parte de los que antes no daban un duro por ningún acuerdo y ahora los consideran mera anécdota, cuando no abren de nuevo las expectativas de alianzas presupuestarias alternativas, para con ello rebajar lo ya conseguido. La cuestión es seguir devaluando el espacio de la representación política. La antipolítica.

Sin embargo, estos acuerdos tienen todo el sentido en sí mismos como lección de humildad después de un durísimo periodo de confinamiento y crispación, pero sobre todo para blindar una respuesta compartida de cara a una situación de nueva normalidad con continuos rebrotes y una posible segunda oleada.

Son la pedagogía necesaria para una nueva etapa donde el seguimiento de los contactos por parte de salud pública debe ir unido a las medidas de higiene y distanciamiento físico de los ciudadanos. En este sentido, tan poco nos valen los profetas retrospectivos como los apocalípticos. Mejor la mesura.

Una vez en la nueva normalidad, pasamos de la desescalada al control de los brotes, y habrá que conjugar en mayor medida la coordinación en salud pública que el injustamente denostado mando único. También habría que aprovechar para desarrollar sobre la marcha la ley general de salud pública y la coordinación socios sanitaria, así como para respaldar a los organismos internacionales como la OMS y su papel imprescindible, en particular ahora, en los países empobrecidos.

En relación con la recuperación económica, se abre asimismo la posibilidad de dar continuidad y ampliar la concertación social con sindicatos y empresarios en España para sumarlos a los acuerdos de mínimos, y con ello garantizar la unidad para la financiación europea, aunque todavía estén en el aire las posibles contrapartidas.

3) Evaluar y aprender para cambiar. En este sentido, discrepo tanto de quienes quieren evaluar solo la gestión del 8 de Marzo y de las compras de material de protección o la disponibilidad de los test, para continuar en la lógica de la culpa del 8M, el linchamiento y la criminalización. También de los que defienden que la única valoración válida sería una auditoría independiente de los partidos y las Administraciones, y por ello con el riesgo de elaborar una serie de críticas y recomendaciones, que al margen de los gobiernos que han de ejecutarlas, pueden quedarse en meras admoniciones. Como de los que consideran que mejor no hacerlo para no pisarse la manguera entre administraciones y entre partidos.

Hacer una evaluación autocrítica al final es imprescindible, como lo son todas las miradas, si queremos que el aprendizaje responda de verdad y con rigor al nivel global de la amenaza. Pero sin prisa, no se debe dar por culminada la pandemia antes de tiempo, ni evaluarla como si de una patología local se tratase. Ni quedarse en la gestión sanitaria o en las medidas de contención económica, ni en la realidad previa a la crisis. La gravedad de la pandemia y de sus consecuencias obliga a una evaluación global, pluridimensional y, sobre todo, compartida. La prudencia. En este sentido, el sistema compartido de salud publica, la revitalización de la atención comunitaria o el nuevo modelo residencial y de dependencia, son esenciales.

Por eso hay que incorporar los debates de fondo que tienen que ver con el análisis crítico del modelo de globalización sin freno, de la alta movilidad y del hiperconsumo digital, que están entre los determinantes económicos y sociales de las últimas pandemias. Y con ello incluir la emergencia de los cambios hacia un modelo de globalización regulada y sostenibilidad. También sobre el nuevo contrato social que surge derivado de las consecuencias de la pandemia y su puesta en marcha España y Europa. Así como del papel de la gobernanza y de los organismos internacionales para regular los efectos de la globalización desbocada y de la necesaria respuesta de salud pública y del futuro de la OMS y los organismos regionales como la ECDC. La inteligencia.

Eso sí, el debate de las llamadas reformas propugnadas por los frugales remite a los recortes y las medidas de estabilización fiscal en el horizonte y con ello a la resistencia a los cambios. Por eso es tan importante, porque no solo cortaría los frenos de emergencia, sino también impedirá la reflexión y los cambios de modelo imprescindibles para el futuro de España y de Europa. Y más allá de la salud global.