Dominio público

No es el museo, es el XIX, amigo

Marián López Fdz. Cao

Catedrática de Educación Artística y Visual de la Universidad Complutense de Madrid

Detalle de la obra
Detalle de la obra "La bestia humana" en la exposición "Invitadas", en el Museo del Prado. EFE/Emilio Naranjo

He de advertirles del momentáneo desánimo que les puede sobrevenir si son mujeres o se identifican con ellas, tras ver la exposición "Invitadas (1833-1931)" del Museo del Prado. Yo misma volví a sentir lo que muchas mujeres hemos sentido en distintas ocasiones a lo largo de nuestras vidas: la fatalidad de ser mujer y el destino deplorable que en nuestras venas parece correr por haber nacido. Si el Museo quería transmitir a las mujeres del siglo XXI lo que sintieron las del XIX, lo ha conseguido.

Desde que comienza la exposición, a cada paso que se da sala tras sala en penumbra, se va perdiendo ligereza y el peso de los siglos de este Museo que nunca ha tenido una directora, va cayendo sobre la potencial visitante. El pesado mandato de género se va haciendo cada vez más aplastante y consigue, como pocas exposiciones, que tome rango casi de ley física.

Es cierto que quizá no necesitásemos –o quizá sí- una exposición que plantease las limitaciones de las mujeres españolas del XIX desde el punto de vista legal, educativo, económico, político o cultural, pero cuando menos hubiera sido de agradecer una mínima contextualización: una  cronología, unos datos claros que ayudaran a comprender la situación de las mujeres (por cierto, la exposición sólo las nombra en plural en el subtítulo, el resto es siempre "la mujer", como si de un todo sin matices se hablara constantemente). A través de las cartelas se puede adivinar, por ejemplo, que les estaba prohibido el acceso a la academia y al dibujo de desnudo, pero en ningún lado se contextualiza la época, no sólo en clave de género, sino política y social: las leyes que permitían o sancionaban acciones femeninas, las tasas de analfabetismo y de escolarización femeninas, de admisión en las academias, y comparativas, por ejemplo, con otros países. En contraste, aparece una división entre simbólica y artificiosa a partir de la que el comisario del Museo divide a "la mujer" del XIX:  intrusas,  extraviadas, "desnudas" (que no "desnudo" como género), censuradas, maniquíes, "náufragas", "señoras copiantas", "señoras antes que pintoras"..., pareciera que el comisario quisiera hacer, con lenguaje poco riguroso, a veces un guiño a la época y otras marcar entre el chascarrillo y la ironía un contenido que incide en la prescindibilidad, la utilización o el abierto rechazo a las mujeres.  Es, no cabe la menor duda y como el Museo ha aclarado, una exposición sobre la misoginia en el mundo del arte del XIX.

Detalle de
Detalle de "Autorretrato de cuerpo entero" de Maria Roësset (1882-1921) en la exposición "Invitadas", en el Museo del Prado. EFE/Emilio Naranjo

Sólo la presencia, de cuando en cuando, de pequeñas frases de alguna mujer nos alivia en este peregrinar de afirmación patriarcal decimonónica: sólo las palabras de Pardo Bazán hacen recordar que el XIX también fue otras cosas para las mujeres además de desprecio, aunque el Museo no lo refleje más que en esas frases que dan existencia a otras visiones. Por último, la sala, colofón de la visita, donde se llega entre agotada y esperanzada para ver, por fin, alguna "anfitriona de sí misma", transmite la idea de que la gran mayoría de las mujeres creadoras que intentaron con grandes dificultades y a duras penas labrarse una carrera profesional no lo consiguieron, porque la época, el siglo XIX –así, en general- no lo permitió.

Parafraseando a algún político, podríamos decir que la causa por la que no hay obras de artistas mujeres en el Museo, en vez del mercado, "es el siglo XIX, amigo".

Me pregunto cual es el objetivo del museo con esta exposición. Trato de imaginar una muestra sobre la situación de las personas afroamericanas, por ejemplo, en un museo de Alabama, que se titulara "Esclavos" y señalase sin un posicionamiento claro ni mayor comentario del museo, cómo la sociedad blanca humilló, caricaturizó, utilizó y prescribió conductas "al negro" y explicase que los pocos artistas negros que lo intentaron, nunca llegaron a ser artistas de renombre. No sé, francamente, me cuesta entender la lógica que subyace en esta exposición. Y me sigue costando comprender el título, "Las invitadas".

El determinismo histórico parece acompañar la exposición, haciendo del concepto de historia un discurso monolítico y cerrado donde no hay disidencia o escape. Todo fue así para todas las mujeres. Nada parecido a la concepción de Walter Benjamin y su visión dialéctica, entreviendo una mirada desde el presente, abriendo grietas hacia el futuro, señalando peligros y planteando tensiones presentes.

Detalle de las obras
Detalle de las obras "Maria Hann, esposa del autor" (Izquierda) y "Después del baño" (su mujer en el mismo diván) de Raimundo Madrazo (1841-1920) en la exposición "Invitadas", en el Museo del Prado. EFE/Emilio Naranjo

Cuando la exposición finaliza, uno -o una- insiste en preguntarse qué ha querido señalar el Museo con esta exposición, qué quiere el museo y para qué la hace. Porque la labor de un museo es siempre educativa –por activa o por pasiva- y con una gran responsabilidad social –construye simbólicos legitimados nada menos que por la gran cultura-. Me pregunto cuál es el mensaje educativo –y social- de la exposición.

Y desgrano algunas dudas: Primero ¿Por qué mezclar la imagen de "la mujer" y la situación de las mujeres artistas del siglo XIX? Hay multitud de obras que han trabajado el tema de los estereotipos de las mujeres, desde la obra "Las hijas de Lilith" de Erika Bornay en los años 90 –hace treinta años-. Por otro lado, han sido ya bastantes las exposiciones y seminarios que se han hecho sobre el tema. Llega un poco tarde porque, además, esas obras y exposiciones que analizan las categorías iconológicas, han sido tratadas desde hace décadas desde muchos movimientos de deconstrucción de la cultura, con mucha profundidad, más allá de esa discutible clasificación. En su mayoría, además, han sido realizadas por los propios grupos subalternos dándoles la voz –no sólo en la audioguía-, la reflexión y la denuncia. Hacer la imaginada exposición sobre las imágenes de "el negro" en el museo de Alabama por un equipo blanco queda no sólo poco profesional sino profundamente irrespetuoso.

Por otro lado, me pregunto qué sentido tiene, en una sociedad que aspira a la democracia real y la igualdad, donde la cultura es responsable de la reproducción, consolidación o transformación de símbolos sociales, plantear la historia pasada como un todo inamovible que oprime e imposibilita a un grupo humano. Qué sentido tiene para ese grupo humano, a quien el Museo tiene también como visitante. Si la revisión de la historia quiere ser emancipadora, es decir, si pretende mirar hacia el pasado, denunciar la opresión y desigualdad de un colectivo y reivindicar su derecho a existir libremente, aplica siempre un sentido dinámico y abierto, dialéctico de la propia historia. Sólo hay que buscar el concepto de "situación" de Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre o aplicar el método regresivo-progresivo que tan sabiamente desarrolló Beauvoir. A saber, recomponer ciertas formas-tipo que responden a las salidas que las mujeres han habilitado para realizar su condición a la vez que la transcienden. Es decir, señalar cómo el ser humano dispone, siempre, de un resquicio de libertad para trascenderse. Esa es la clave que no existe en ningún resquicio de la exposición y que señala, única y exclusivamente, la primera parte de un proyecto inacabado.

Detalle de la obra
Detalle de la obra "El sátiro", en la exposición "Invitadas", en el Museo del Prado. EFE/Emilio Naranjo

Señalaba la premio Princesa de Asturias, Siri Hustvedt, que los hombres no leen a las mujeres. Lástima, porque de haber leído a Simone de Beauvoir, esta exposición podría haber sido emancipadora. No sólo se trata de saber cómo los hombres sueñan a las mujeres -fase regresiva y analítica-, sino de combinarlo y complementarlo con una fase sintética y progresiva que dé cuenta de lo que la existente humana, que diría Celia Amorós, "ha hecho con lo que han hecho de ella" . Es decir, es esencial que llegados a esta parte, la exposición hubiera respondido con las figuras de la heteronomía. Aquellas que consiguieron zafarse de su destino, desafiarlo y construir su propio camino. Pero la exposición no sólo no lo consigue sino que dudo que siquiera lo pretendiera. Queda subsumida por la primera parte, los sueños de los hombres. De tal modo es así que la cartela de la última sala termina del siguiente modo: "(...) se sucedieron distintas iniciativas para enmendar la escasa consideración de las artistas (...) aunque ninguna lo consiguió plenamente."

Si el Museo quería rescatar a las artistas de su colección, y comprometerse con una política que las reconozca, sería recomendable una exposición de estas pintoras, una exposición, no una sala en la que reconoce su poca trayectoria en vida. Y podría titularse "Bienvenidas".

Mezclar, sin embargo, ambos temas -la imagen que los hombres construyen de las mujeres y las mujeres como creadoras- no sólo hace difícil el relato a favor del protagonismo de las mujeres creadoras sino, más bien, parece justificar su inexistencia y reafirmarse en su ausencia. Peligroso mensaje, museo del Prado. Las mujeres seremos sus invitadas, pero pagamos mensualmente con nuestros impuestos "su" museo.

En la rueda de prensa sobre la exposición, se insistió varias veces en que la exposición no mostraba el punto de vista del museo, sino del siglo XIX. Pero el museo se ha posicionado claramente. Ha optado por señalar y desgranar limitación, opresión y subalteridad. Sus motivos tendrá.

El museo se defendió, también, en la rueda de prensa, ante las inminentes críticas, encerrándose en lo que se ha venido a llamar el "discurso autorizado del museo" y reprobando todo discurso otro, calificándolo de poco profesional, no académico o falto de rigor. Señores del museo, qué poco profesional no saber escuchar, con humildad y atención, otros discursos. Qué poco rigor no saber argumentar autorizando al otro. Demasiados siglos de arrogancia. Abran su museo, compartan y sobre todo, escuchen. Y lean, de vez en cuando, a Simone de Beauvoir, no se queden sólo en los títulos de sus obras.

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