Dominio público

Nuestras batallas

Ignacio Ramonet

Director de la edición española de 'Le Monde Diplomatique'

Tierra seca y cuarteada cerca de una parque eólico en la provincia china de Gansu. REUTERS/Carlos Barria
Tierra seca y cuarteada cerca de una parque eólico en la provincia china de Gansu. REUTERS/Carlos Barria

Hace 25 años, en noviembre de 1995, se publicaba, en España, el primer número de Le Monde diplomatique en español, una traducción y adaptación del prestigioso mensual francés, considerado como el mejor medio del mundo consagrado a la geopolítica, fundado en 1954. Lanzarlo e instalarlo sólidamente en el panorama de las revistas españolas dedicadas a la política internacional y a los temas sociológicos más problemáticos no fueron tareas fáciles. Y hay que rendir homenaje a todos los equipos, mujeres y hombres (gerentes, administradores, secretarios, diseñadores, traductores,  correctores, cartógrafos, redactores, periodistas, etc.) que tanto se han sacrificado, ofreciendo todo su talento, para que puntualmente, cada mes, nuestra revista esté en los kioscos. Y debemos agradecer a nuestros suscriptores y a nuestros lectores su gran fidelidad, su total solidaridad y su apoyo constante sin los cuales nuestra publicación no hubiese podido mantenerse tantos años.

Le Monde diplomatique en español tiene la misión y el compromiso de desvelar la realidad del mundo. Más allá de las apariencias, desgarrando el tupido velo que tejen los grandes medios dominantes para ocultar las verdades que molestan, nuestros analistas ofrecen una lectura esclarecedora de lo que ocurre en el planeta. Una lectura plural, contrastada, indócil, exigente... Apostando siempre por el pensamiento crítico y la inteligencia de los lectores. Nuestra revista no pertenece a ningún partido, a ninguna capilla, a ninguna empresa multinacional, a ninguna doctrina. La única disciplina que se impone aquí es la de pensar libremente y, en la medida de lo posible, a contracorriente.

No es nada fácil. Y menos aún en estos momentos tan dramáticos cuando esta pandemia feroz sigue acosándonos y cuando la humanidad está viviendo un momento de gran transición.

En estos 25 años, el mundo ha cambiado mucho. La geopolítica de las grandes potencias estuvo casi inmovilizada durante medio siglo, durante lo que se llamó la "guerra fría", entre el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y el derrumbe de la Unión Soviética (1991)... Pero en estos últimos 25 años, la historia se volvió a poner en marcha, y el mundo se mueve hacia una dirección desconocida... Las certidumbres de antaño han dejado de serlo, pero el nuevo panorama está aún bien borroso. Además, para añadir confusión, en estos últimos 25 años, el mundo ha visto la mayor revolución tecnológica en materia de comunicación desde la invención de la escritura hace cinco mil años.

Por otra parte, y como siempre que se desvanecen las certidumbres, están surgiendo nuevos temores... Al razonamiento lógico sucede el pensamiento mágico. Antes de aquella afirmación de Gramsci: "Muere el viejo mundo, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos", ya nos había avisado Goya: "El sueño de la razón produce monstruos". Y una vez más, en estos tiempos confusos, aparecen algunos ilusionistas haciendo creer que todo se podría resolver con una varita mágica que señala al "eterno culpable" de nuestros tormentos: el extraño extranjero. Ayer judío o gitano, hoy inmigrante o musulmán. El racismo y la xenofobia ancestrales como solución elemental a complejos problemas contemporáneos... ¡Qué miseria! Pero, en efecto, en toda Europa están resurgiendo las extremas derechas y los movimientos abiertamente racistas, antisemitas e islamófobos. Es legítimo que nos preguntemos si se repetirá la historia, esta vez como farsa. Por eso, en Le Monde diplomatique en español nos oponemos con todos los recursos del racionalismo y de la democracia a esta subida de los extremismos de derecha. Nuestro análisis es que el nuevo mundo afronta, además de la pandemia de la covid-19, tres crisis globales que amenazan radicalmente el futuro de la humanidad: 1) el cambio climático; 2) las migraciones masivas; y 3) los efectos no controlados de las nuevas tecnologías.

Sobre el cambio climático no nos extenderemos porque ya es una evidencia para muchos ciudadanos... Cada uno de nosotros ha vivido recientemente, en su entorno inmediato, un fenómeno climático que jamás antes había conocido (tempestad, inundación, incendio, sequía, calor asfixiante, lluvias torrenciales, nevada catastrófica, frío extremo, vientos huracanados, etc.). Hay una toma de conciencia general a propósito de la emergencia climática; de la necesidad de modificar nuestros hábitos de consumo; de la urgencia de descarbonizar la energía; de optar por un sistema de producción que no emita gases de efecto invernadero... Porque si no detenemos el calentamiento del planeta vamos hacia el colapso de nuestra civilización. Y nos precipitamos hacia el fin del mundo...

En cuanto a las migraciones, desde las épocas bíblicas, nunca habían sido tan masivas. A veces en relación precisamente con la crisis climática... Millones de personas se están moviendo del Sur hacia el Norte para alejarse de la desertificación, de la destrucción de las cosechas, de las crisis hídricas, de la elevación del nivel del mar... Pero también de la miseria, de las discriminaciones, de la desigualdad, de la violencia machista, de la falta de oportunidades, del paro, de la carencia de libertades, de la escasez de vivienda, de los conflictos violentos... Y estas migraciones, cuando alcanzan las fronteras del mundo desarrollado constituyen una de las causas de la subida de la extrema derecha, de los partidos xenófobos y de los populismos de derecha que amenazan la democracia. Recordemos que una de las principales promesas de Donald Trump durante su campaña electoral de 2016 en Estados Unidos fue la de edificar un muro antiinmigrantes a lo largo de la frontera con México. Y que muros contra los "extraños extranjeros" se están construyendo en todas partes, en Israel, en Hungría, en Serbia, en Bulgaria, en Grecia, en Turquía y también en España, donde no hace mucho un ministro del Interior declaró que se elevaría a una altura de diez metros el muro que separa la ciudad autónoma de Ceuta del territorio de Marruecos para evitar nuevos asaltos de inmigrantes...

Y con respecto al tercer fenómeno, los efectos no controlados de las nuevas tecnologías, resulta evidente para nosotros, en Le Monde diplomatique en español, que muchos parámetros del mundo están siendo modificados por la irrupción de los cambios tecnológicos. No solo en términos de comunicación con lo que significan las redes sociales por ejemplo, sino también en las finanzas, el comercio, el transporte, el turismo, el conocimiento, la cultura... Y sobre todo en términos de vigilancia y de pérdida de privacidad. La pandemia de la covid-19 ha acelerado enormemente este proceso.

En Le Monde diplomatique en español le hemos dado un seguimiento analítico muy importante a Internet desde su nacimiento. Recordemos que el Internet moderno, la Web, se inventó en 1989, hace treinta y un años. Es decir, que estamos viviendo los primeros minutos de Internet, que llegó para quedarse muchos siglos. Pensemos que la imprenta se inventó en 1440, y que treinta años después aún casi no había modificado nada. Pero la imprenta acabó por cambiar el mundo. Cambió la historia, el saber, la política, la vigilancia...

Ahora, con la Web y las redes sociales, ya no es únicamente el Estado quien nos vigila... Algunas empresas privadas (Google, Apple, Facebook, Amazon, etc.) saben más sobre nuestra identidad que nosotros mismos. Y en los próximos años, con la inteligencia artificial y los avances de la tecnología 5G, los algoritmos van a determinar más que nuestra propia voluntad el curso de nuestras vidas.

En Le Monde diplomatique en español hemos avisado con frecuencia: que nadie piense que cambios tan determinantes en la comunicación no van a tener consecuencias en la organización misma de la sociedad y en su estructuración tal como la hemos conocido hasta ahora. El futuro es muy largo y los cambios determinantes apenas acaban de empezar... En el mundo que viene nuestra privacidad está muy amenazada; estaremos más vigilados que nunca, mediante la biometría o las cámaras de videoprotección, mucho más de lo que imaginó el mismísimo Orwell en su distopía 1984. Pero además, la robótica, los drones y la inteligencia artificial amenazan con crear un universo del que el ser humano podría acabar siendo expulsado...

Sin hablar de la muerte de la verdad en materia de información, sustituida por las fake news, la posverdad o las "verdades alternativas". En este aspecto, el futuro podría acercarse más rápido de lo que pensamos a nuestro pasado más aterrador.

Y pensar que hace treinta años la revolución digital se veía como un fenómeno emancipador porque iba a permitir la democratización efectiva de la información... La cual constituía una reivindicación fundamental, y en cierta medida un sueño, desde la revuelta de Mayo del 68, es decir, el deseo de que los ciudadanos se apoderaran de los medios de comunicación y de información. Y eso –que era un sueño inalcanzable– se ha hecho realidad... Hoy, con el equipamiento masivo de dispositivos de comunicación digital –teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles, tabletas, etc.–, los ciudadanos disponen, individualmente, de una potencia de fuego comunicacional superior a la que poseía, por ejemplo, en 1986, el primer canal de televisión de alcance planetario Cable News Network (CNN). Y además es mucho más barato y mucho más fácil de operar... Mucha gente lo ignora. O no sabe el poder real del que dispone. Hoy, frente a las grandes corporaciones mediáticas ya no estamos desarmados... Otra cosa es saber si estamos haciendo un uso óptimo del superpoder comunicacional del que disponemos.

Lo que pasa es que, en la vida, cada solución crea un nuevo problema... Es la trágica condición humana. Los griegos la ilustraban con el mito de Sísifo, condenado a empujar una enorme roca hasta lo alto de una montaña; pero una vez alcanzada la cumbre, la roca se le escapaba de las manos y se precipitaba de nuevo hasta el pie del monte... Y Sísifo tenía que volver a subirla a la cima, donde se le volvía a resbalar... Y así hasta el fin de la eternidad...

La revolución digital permitió, técnicamente, la democratización de la comunicación. Un objetivo, repito, que parecía impensable. Pero hoy esa "democratización" provoca una proliferación incontrolada de las comunicaciones. Y ese ruido ensordecedor creado sobre todo por las redes sociales es precisamente lo que constituye el nuevo problema.

En Le Monde diplomatique en español pensamos que ahora la verdad se ha diluido. Si todos tenemos nuestra verdad, ¿cuál es entonces la verdad verdadera? O resultará, como pretende Donald Trump, que la "verdad es relativa" ... Al mismo tiempo, la objetividad de la información (si alguna vez existió) ha desaparecido, las manipulaciones se han multiplicado, las intoxicaciones se extienden como una pandemia, la desinformación domina. Nunca se han "construido" con tanta sofisticación noticias falsas, "informaciones emocionales"... Y para colmo, las encuestas demuestran que los ciudadanos prefieren y creen más las noticias falsas que las verdaderas. Porque las falsas corresponden más a lo que creemos. Los estudios neurobiológicos confirman que nos adherimos más a lo que creemos que a lo que va en contra de nuestras creencias. Nunca fue tan fácil engañarnos...

En Le Monde diplomatique en español pensamos que Internet, es decir, el ciberespacio, el universo virtual, es ahora nuestro "nuevo territorio". Vivimos en dos espacios, el nuestro habitual, tridimensional, y el espacio digital de las pantallas. Un espacio paralelo, como en la ciencia ficción, o como en los universos cuánticos donde las cosas o las personas pueden hallarse en dos lugares al mismo tiempo. Obviamente nuestra relación con el mundo, desde un punto de vista fenomenológico, no puede ser la misma. Internet dota a nuestro cerebro de unas extensiones inauditas. Y ciertamente la nueva sociabilidad digital, acelerada por redes como Facebook o Tinder, está modificando profundamente los comportamientos relacionales. ¿Podrá haber "vuelta atrás"? Es poco probable... Las redes son sencillamente parámetros estructurales definitorios de la sociedad contemporánea. Como lo fueron la imprenta en el siglo XV, la prensa escrita en el siglo XVIII, la fotografía y el cine en el siglo XIX, la radio y la televisión en el siglo XX... No hay marcha atrás.

En Le Monde diplomatique en español hemos demostrado que Internet ya no es ese espacio de libertad descentralizado que permitía escapar a la dependencia de los grandes medios de comunicación dominantes. Sin que la mayoría de los internautas se hayan dado cuenta, Internet se ha centralizado en torno a cuatro empresas gigantes, las GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon), que lo monopolizan y de las que casi –por el momento– no se puede prescindir. No entendimos en los años 1990 que el modelo económico de "publicidad contra gratuidad" crearía un peligroso fenómeno de centralización en Internet... Porque los anunciantes tienen interés en trabajar con los más grandes, aquellos que tienen más audiencia. Ahora, hay que conseguir ir en contra de esta lógica, para descentralizar de nuevo Internet... La opinión pública debe comprender que la gratuidad conlleva una centralización tal de Internet que, poco a poco, el control se ha vuelto más fuerte y la vigilancia se ha generalizado.

A este respecto, en Le Monde diplomatique en español hemos precisado que hoy la vigilancia se basa esencialmente en la información tecnológica, que es automática, mucho más que en la información humana. Las autoridades tratan de "diagnosticar la peligrosidad" de un individuo a partir de elementos de sospecha, más o menos comprobados, vigilando (con la complicidad de las GAFA) sus contactos en redes y mensajes. Con la paradójica idea de que, para garantizar las libertades, hay que empezar por limitarlas.

Que se entienda bien: el problema no es la vigilancia en general; es la vigilancia clandestina masiva. Ni qué decir tiene que, en un Estado democrático, las autoridades están legitimadas para vigilar a cualquier persona que consideren sospechosa, apoyándose en la ley y con la autorización previa de un juez.

Pero es que, en el nuevo Estado de vigilancia, toda persona es considerada sospechosa a priori. Sobre todo, si las "cajas negras algorítmicas" la clasifican mecánicamente como "amenazante" después de analizar sus contactos en redes y sus comunicaciones. Esta nueva teoría de la seguridad considera que el ser humano está desprovisto de verdadero libre arbitrio o de pensamiento autónomo. Es inútil, por lo tanto, que, para prevenir eventuales derivas, se busque intervenir retroactivamente en el entorno familiar o en las causas sociales. Lo único que ahora quiere el Estado, con la fe puesta en los informes de vigilancia, es reprimir lo antes posible, antes de que se cometa el "delito"... Esta concepción determinista de la sociedad, imaginada hace más de sesenta años por el escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick en The Minority Report, se impone poco a poco en numerosos países a medida que son golpeados por la tragedia del terrorismo. Es el "predelito" lo que a partir de ahora se persigue. Con el pretexto de "anticiparse a la amenaza". Y el pretexto de luchar contra la expansión de la pandemia de la covid-19 está acelerando el fenómeno.

En Le Monde diplomatique en español, después de las publicaciones de WikiLeaks, bajo la dirección de Julian Assange, y de las revelaciones de Edward Snowden a propósito del programa PRISM implementado por la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (National Security Agency, NSA), la pregunta que nos hacemos es: ¿cómo defenderse contra ese nuevo imperio de la vigilancia? Oponerse a la vigilancia del Estado, cuando se es inocente, es una lucha política. Y aprender a protegerse es la primera etapa de esta lucha.

En Le Monde diplomatique en español pensamos que hay urgencia. Porque, sin que nos demos cuenta, estamos cada vez más siendo observados, espiados, vigilados, controlados, fichados. Cada día se perfeccionan nuevas tecnologías para el rastreo de nuestras huellas. Empresas comerciales y agencias publicitarias cachean nuestras vidas. Con el pretexto de luchar contra el terrorismo o contra la covid-19, los Gobiernos, incluso los más democráticos, se erigen en Big Brother, y no dudan en quebrantar sus propias leyes para poder espiarnos mejor. En secreto, los nuevos Estados orwellianos intentan, muchas veces con la ayuda de los gigantes de la Red, elaborar exhaustivos ficheros de nuestros datos personales y de nuestros contactos, extraídos de nuestras actividades en las redes sociales mediante diferentes soportes electrónicos. La lucha cívica por los nuevos derechos en la era digital no ha hecho más que comenzar.

En Le Monde diplomatique en español pensamos que, en nuestras sociedades democráticas, desarrolladas y consumistas, y que son también –en principio– Estados de derecho, los ciudadanos reclaman respeto. Desean ser respetados cualesquiera que sean sus singularidades identitarias (género, nombre, color de piel, religión, origen social, nacionalidad, etc.). Es un cambio político fundamental. Porque hoy la identidad política no la confiere tanto la pertenencia a un partido político clásico (izquierda, derecha, centro) o a una clase social determinada (burguesía, proletariado), sino la adhesión a una causa (feminismo, ecologismo, soberanismo, lucha LGTBI, defensa de los inmigrantes, de los indígenas, animalismo, defensa de la privacidad, etc.) que puede ser puntual y también plural (se pueden defender varias causas a la vez).

La "gran rebelión mundial" que hemos conocido en el segundo semestre de 2019 y que atravesó como un tifón una gran parte del planeta, desde Hong Kong hasta Chile, pasando por la India, Irán, Irak, Líbano, Argelia, Francia, España, Puerto Rico, Costa Rica, Colombia, Panamá, Ecuador, Bolivia, etc., nos recuerda otras explosiones semejantes ocurridas en varios momentos de la historia... Por ejemplo, la que se produjo en 1848 cuando estalló en Europa aquello que Marx llamó la "Primavera de los pueblos"; o, a finales de los años 1960, las revueltas de los estudiantes en California, Italia, Alemania y el Mayo del 68 francés; o, más cerca de nosotros, la "primavera árabe" de 2011 y, en España y otros países, los "indignados"...

Esta vez, en 2019, con grandes diferencias entre todos esos Estados, el despertar de las sociedades se produce –sobre todo– en países democráticos (o digamos donde hay elecciones regularmente) y a veces ricos (Hong Kong, Francia, Cataluña, etc.) o por lo menos con crecimiento económico (Chile, Panamá, Colombia, Líbano, etc.). No son (en su mayoría) dictaduras, ni países brutalmente empobrecidos. Luego se trata menos de una exigencia cuantitativa de libertad o de democracia que de un reclamo cualitativo de libertad y de democracia. Y está liderado, a escala internacional, por los jóvenes y sobre todo por las mujeres. Es quizás la primera protesta mundial con un protagonismo tan marcado por las mujeres y los movimientos feministas. Lo cual confirma, dicho sea de paso, que la reivindicación feminista es central en la conflictividad social contemporánea.

Pero también debemos ver esta gran rebelión como una reacción mundial contra la globalización neoliberal y sus efectos de sufrimiento social. En particular contra las desigualdades que ha generado. Y contra esa competencia general entre individuos que impone la tiranía del mercado. Podríamos decir que es la primera gran revuelta global contra el fenómeno de la globalización, que cumple ahora 40 años. Es significativo que las dos potencias que más contribuyeron a implantar en el mundo el modelo de globalización neoliberal, Reino Unido (con Margaret Thatcher) y Estados Unidos (con Ronald Reagan), estén hoy dirigidas por los dos líderes populistas, conservadores más hostiles a la globalización y al libre comercio. Respectivamente, Boris Johnson y Donald Trump. Estamos sin duda en un final de ciclo del neoliberalismo porque ya no solo las izquierdas lo critican sino también ahora las propias derechas.

En Le Monde diplomatique en español pensamos que una toma de conciencia se está produciendo, a escala internacional, ante el fenómeno que representan las relaciones entre la clase política y la clase financiera, que ponen en peligro la autonomía de la acción política. Ese fenómeno, obviamente, no es nuevo. Ya Marx lo denunció en el siglo XIX. Esa alianza entre los empresarios industriales y los banqueros con los políticos constituye una característica esencial del capitalismo tanto industrial como financiero. Y una garantía para la clase dominante de que ni la democracia ni el derecho de voto de todos los ciudadanos le arrebatarán el control de la sociedad.

Podríamos añadir que, a menudo, banqueros, empresarios y políticos son propietarios de los principales medios de comunicación dominantes (tanto privados como públicos) con los cuales consolidan su influencia en los corazones y las mentes de los ciudadanos... Reforzando así la domesticación de la sociedad.

Aunque hay que agregar que la autonomía de la acción política también está hoy amenazada por la extensión del poder judicial, el abusivo recurso sistemático a los tribunales contra los dirigentes políticos... Eso que se llama la "guerra jurídica", el lawfare, para acorralar a los políticos y acotar la acción política, como lo hemos visto últimamente en América Latina contra los líderes o las lideresas de izquierda, o en España, en Cataluña más precisamente, contra los dirigentes secesionistas.

Todos estos temas constituyen el meollo de nuestras batallas actuales en Le Monde diplomatique en español. No miramos al pasado, abordamos el futuro como el territorio inevitable de nuestro porvenir como ciudadanos y como sociedad. No podemos hacerlo solos. Os necesitamos, lectoras y lectores, a nuestro lado. Y no hay mejor apoyo ni solidaridad más eficaz que suscribirse. ¡Contamos con vosotras y con vosotros!

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