Dominio público

Deportado por ser "negro" y "rojo": la experiencia de un afroandaluz durante la Huelga General del 14-D

José Manuel Maroto Blanco y Antonio Segovia Ganivet

Profesores de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada.

Ayer se cumplieron nada más y nada menos que 32 años de la mayor huelga general organizada en nuestro país. Aquel 14 de diciembre de 1988, el 90% de la población activa en España secundó una jornada de protesta contra toda una batería de medidas de precarización del sector laboral. El parón de RTVE, que dejó en negro las emisiones de la televisión pública, fue un hito que plasmó la oposición popular a una hoja de ruta neoliberal emprendida por el gobierno socialista de Felipe González, escudado en el parapetado concepto de "modernización". Una de las propuestas contra las que luchó esta jornada histórica fue la del Plan de Empleo Juvenil (PEJ) –conocido en la izquierda con el eufemismo de Plan de Esclavización Juvenil– y que trató de dar mayor soporte legal y abonar el mundo del trabajo con los "contratos basura", que arraigarían con fuerza en el futuro y serán el origen de una nueva clase social, el precariado. Pese a que el PEJ pudo frenarse, la precarización entró de lleno en una sociedad en la que ya, a día de hoy, existen generaciones de jóvenes que no conocen otra realidad laboral que no sea la de la inestabilidad y los salarios bajos.

Pese a que los relatos sobre el 14-D se han centrado en el ámbito urbano, la realidad alcanzó de lleno a todos los sectores y rincones del país. En el caso andaluz, el desempleo seguía siendo el primer problema con unas tasas de paro que ya en 1985 alcanzaban al 35,7% de los jóvenes. En el campo, la situación de los obreros agrícolas era límite. Los parados superaban la cifra de los 100.000 y cada mes los pueblos andaluces contaban con 5.000 nuevos parados. La destrucción de cultivos sociales, políticas gubernamentales que desligaban al trabajador de la tierra, una "soñada" reforma agraria que no llegaba y la mecanización "forzosa" se conjugaban con una "flexibilidad" que no hacía sino facilitar los despidos. Organizaciones políticas como el Partido Comunista y, más tarde, Izquierda Unida, centraron sus propuestas de actuación en los ayuntamientos democráticos con el objetivo de impulsar políticas de empleo que permitieran la creación de puestos de trabajo para aliviar el paro entre la población femenina y juvenil, potenciar el retorno de los emigrantes y dar una respuesta a un "nuevo proletariado rural". Esta nueva mano de obra agrícola, claramente etnificada y que llegaba a España sufriendo unas condiciones de precariedad insultantes "porque no había otra cosa", tuvieron que enfrentarse a una explotación laboral amparada por el racismo institucional de una ley de extranjería que dificultaba su llegada al país y la obtención de contratos de trabajo.

Aquel 14-D de 1988 varios autobuses salieron de las localidades granadinas de Salar y Zafarraya con destino a la ciudad de Loja para participar en esta jornada histórica. En uno de ellos iba Assane Dieng, un joven senegalés que llegó a España en 1986 siendo menor de edad y que vivió en situación irregular hasta su deportación en 1989. Después de haber viajado por toda la geografía española en busca de trabajo y haber dormido en sitios tan dispares como un cabina de teléfono o en el campo resguardado por unos plásticos, en 1988 consiguió "normalizar" un poco su situación trabajando en el campo andaluz junto a unos compañeros de clara ideología de izquierdas y con los que vivió a modo de comuna. Assane participaba para reclamar, no solo por y para la clase obrera, con especial énfasis en el sector femenino y juvenil que sufrían las consecuencias del paro de una manera mucho más grave, sino también –y con el apoyo de sus compañeros– por los condenados de la tierra, muchos de ellos migrantes africanos como él y que iban llenando cada vez más los campos españoles con el sudor de la explotación.

Fue la única persona negra y el único inmigrante que participó en Loja "porque el resto de los inmigrantes también tenían miedo, porque en aquel tiempo muchos no tenían papeles y tenían miedo de participar en la manifestación", comenta Assane. De hecho, no solo debió enfrentarse a una estructura de poder racista, sino también a otros compañeros africanos, "sin papeles", que le achacaron que con su actuación política, iba a provocar más racismo en la sociedad y una respuesta revanchista por parte del Estado. Sin embargo, y con el apoyo de colectivos de izquierda, decidió poner su cuerpo y su alma al servicio de una causa que beneficiaría a todo el colectivo migrante dentro de una serie de propuestas mucho más amplias de la clase trabajadora.

Su participación en esta huelga, además, no estuvo exenta de polémica, y es que una semana antes y por motivo de participar en los preparativos de la huelga en Salar, fue denunciado por un guardia civil, dando lugar al inicio de su proceso de deportación. El caso trascendió a la opinión pública local, regional y nacional e incluso llegó a aparecer en el primer noticiario de la historia de Canal Sur o en el programa de televisión La Tarde de Andrés Aberasturi. De su caso se hicieron eco periódicos tan dispares como el Granada 2000, el Ideal, ABC o El País y recibió el apoyo de sus vecinos y vecinas, que lo llegaron a nombrar hijo adoptivo de su pueblo y se ofrecieron a casarse con él para que obtuviera "papeles". En febrero de 1989, Miguel Urbano publicó en Diario 16 un excelente artículo en el que señalaba, con una punzante sinceridad que "parece ser que, por participar en el 14-D, se le vieron los dos colores –el de la ideología y el pellejo" (Urbano, 1989: 8).

Manifestación contra la deportación del joven senegalés Assane Dieng, tras la huelga general del 14-D.
Manifestación contra la deportación del joven senegalés Assane Dieng, tras la huelga general del 14-D.

Assane no dudará en afirmar que el objetivo de su deportación no era sino el de debilitar al grupo organizador de los preparativos, de clara vocación de izquierdas y en donde participaban payos, gitanos y población extranjera, tanto en situación regular como irregular. A principios de diciembre se formalizó su denuncia. Assane lo explica en estos términos, dejando constancia del poso de racismo explícito que existía en parte de la sociedad local: "él (el Guardia Civil) lo que quería era debilitar el grupo [...] e identificarnos como si somos unos delincuentes, un grupo de drogatas o borrachos o venimos a hacer algo en el pueblo, porque llega un tío y dice: "como no salga el negro de aquí se va a manchar el pueblo entero", porque se creía que yo iba a estar ligando con todas las muchachas que hay allí y voy a ir dejando mi sangre en todos lados. Así dijo el tío con tan mala leche".

Las muestras de solidaridad se hicieron sentir más allá de su pueblo. Cartas de estudiantes y ciudadanos de todos los rincones del país expresaron públicamente su apoyo. Pero sin duda, el más importante, fue el que recibió de aquellas sociedades rurales que, partiendo de su experiencia migratoria –en esos momentos muy viva por ser tradicionalmente lugares de salida­– y la tradición de lucha antifranquista de las localidades en donde estaba gobernando la izquierda, fueron capitales para él. Volvió a Senegal financiado por la revista Los Aventureros, y acompañado por una periodista y dos policías nacionales voluntarios. En la embajada española en Dakar formalizó su visado de acuerdo a la restrictiva Ley de Extranjería. Allá presentó un precontrato de trabajo que le ofreció Diego García Villena, en aquellos momentos, alcalde de Izquierda Unida del pueblo de Padul, en Granada, pero cuya acción se hizo a título personal para que trabajara en una cantera.

Assane fue un referente en estas fechas para la población migrante que estaba cada vez más presente en España y se enfrentaba a lo que su compañero Eduardo Arrebola no dudó en afirmar en la televisión pública como la "nueva esclavitud". Pero su lucha no se quedó allí. Con posterioridad llegó a ser presidente de la Asociación Llano Acoge para ayudar a una población migrante cada vez más significativa en Zafarraya que se dedicaba al trabajo en el campo y contaba con numerosos problemas. De la misma manera, en la actualidad es presidente de una asociación para la promoción de la educación y la sanidad en Koki, su pueblo natal en Louga, Senegal. Su espíritu de lucha debe ser subrayado en un día como hoy porque los problemas de gran parte de la población migrante siguen ahí, cronificando una hipocresía y unas relaciones de explotación que consideramos como "normales" y no hacen sino señalar la deshumanización de grupos humanos que siguen siendo oprimidos, y la brutalidad de una sociedad que mira hacia otro lado.

Poner en el centro la experiencia africana en cada uno de los acontecimientos del país es un imperativo de justicia. No es posible entender las lógicas racistas, las lógicas de exclusión, si no es a través de una genealogía de los discursos y las prácticas que han vivido las personas racializadas. Si bien la movilización del 14 D mostró el carácter político de las relaciones laborales ante la imposibilidad de alterar las relaciones de poder y, como afirmó el sociólogo Andrés Bilbao, puso al descubierto la distancia existente entre la calle y el Parlamento, el caso de Assane es uno de los episodios que demuestra la heterogeneidad interclasista del movimiento huelguístico, los intentos de trascender los intereses de la sociedad "blanca", pero también los fracasos y los límites de un sistema que necesita del racismo para perpetuarse.

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