Dominio público

Cambio climático y acción política

Juan López de Uralde

Cambio climático y acción política

 

JUAN LÓPEZ DE URALDE

Acudí a la reunión de Copenhague en diciembre de 2009 con la esperanza de que asistiría a una reunión histórica en la que por fin la humanidad se iba a comprometer a luchar contra el cambio climático a través de medidas concretas que redujeran las emisiones de CO², y protegieran los bosques tropicales. Participaba en el equipo de Greenpeace en la Cumbre con el ánimo de conseguir un acuerdo internacional justo, ambicioso y vinculante. Demasiado pronto comprendimos que no era esa la dirección que estaban tomando las cosas. En sólo unos días, los responsables de Naciones Unidas nos indicaron que iban a retirar miles de credenciales a la sociedad civil, mientras las detenciones se multiplicaban en una ciudad tomada por la policía. Los intereses de las industrias petroleras y carboneras se anteponían una vez más a la protección del planeta.
Viendo que aquella reunión, llamada a ser histórica, se encaminaba al abismo, un grupo de activistas tomamos una medida desesperada: entrar en la cena de los jefes de Estado e intentar trasladarles el mensaje de que su papel era imprescindible y urgente para salvar el clima. Lo dijimos en el texto de una pancarta: "Los políticos hablan, los líderes actúan". La acción fue absolutamente pacífica, pero espectacular.
A pesar de ello, los líderes mundiales no escucharon, y las consecuencias las estamos viviendo hoy. Mientras a nosotros nos llevaban a prisión, ellos se retiraban a sus países sin haber hecho nada para salvar el clima del planeta.
Hace sólo unos días se conocían los datos sobre emisiones globales de CO² en 2010 de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Ese año se alcanzaron los 30.600 MTm, un 5% más que el anterior récord, registrado en 2008 (29.300 MTm), después de un ligero descenso en 2009 como consecuencia de la crisis económica. Ambos niveles se acercan peligrosamente al límite de las 32.000 MTm que las emisiones no deben sobrepasar a partir del año 2020 para evitar un calentamiento superior a los dos grados centígrados, considerado como el límite de seguridad por los científicos del IPCC.

No es casualidad que en el año 2010 las emisiones contaminantes se disparasen: después del fracaso de la Cumbre de Copenhague, los líderes del mundo desarrollado enviaron un mensaje muy negativo al resto. Aquel fracaso tuvo consecuencias muy concretas y que ya hoy son visibles y medibles.
La falta de resultados de Copenhague tuvo unos actores protagonistas. Entre ellos destacó el papel de Obama, que se trasladó a Copenhague después de recibir el premio Nobel en Oslo el 10 de diciembre. Todo el mundo esperaba un anuncio esperanzador del país que todavía era el mayor contaminador del mundo, pero no ocurrió, y ahí empezó el derrumbe. La Unión Europea simplemente abandonó el papel clave que había jugado hasta aquella Cumbre en materia de lucha contra el cambio climático, al anunciar que sólo haría algo ambicioso si lo hacía primero Estados Unidos. En este contexto, el grupo BASIC de los grandes países en desarrollo recogió el mensaje de que lo más poderosos no se moverían. Entonces ellos tampoco.
La primera víctima de esta situación fue el propio proceso global de lucha contra el cambio climático. Las negociaciones internacionales en el marco de Naciones Unidas prácticamente descarrilaron, y la posterior COP16 en Cancún sólo serviría para recuperar el proceso. Por eso la reunión de Cancún obtuvo buenos resultados para el Convenio, pero no para el clima. Ahora se mira a Durban (Sudáfrica), donde se celebrará la próxima Cumbre, con la esperanza de que, esta vez sí, sea la definitiva.
Sin embargo, en Copenhague se rompieron muchas cosas, y retomar el camino en la lucha en defensa del clima no será sencillo. Los llamados escépticos de clima vieron en aquel fracaso el espaldarazo que necesitaban para arremeter de forma brutal contra la comunidad científica que investiga e informa sobre el avance del cambio climático inducido por la actividad humana. Se robaron los correos privados de la Universidad de East Anglia, uno de los bastiones de la investigación climática, y se construyó un escándalo artificial. Las investigaciones posteriores demostraron que la actuación de los científicos fue impecable, pero su reputación ya había quedado muy dañada. Luego atacaron al Panel de Naciones Unidas y a su presidente Rajendra Pachauri, y así sucesivamente. La estrategia es clara: desprestigiar a las personas para descabalgar la ciencia.
A pesar de los preocupantes datos de emisiones, y de la acumulación de evidencias científicas que confirman que el cambio climático inducido por la actividad humana no hace más que agravarse, no hay síntomas de que la voluntad política para hacerle frente esté aumentando. Cada vez parece más claro que la humanidad sólo es capaz de reaccionar ante la catástrofe. Hemos vuelto a ver, en el caso de Fukushima, cómo ha sido el accidente nuclear el que ha devuelto el riesgo nuclear a las portadas de los periódicos. Con el cambio climático el problema es que, cuando la catástrofe llegue, ya no habrá manera de dar marcha atrás. Por eso reclamamos medidas ahora.
No podemos seguir esperando a que las empresas petroleras vendan todo el petróleo que puedan extraer, porque simplemente la concentración de CO² en la atmósfera es demasiado alta. El límite en este caso es ambiental, y los datos hablan por sí solos. Las soluciones existen, y están disponibles. El problema del cambio climático ya no es técnico, ni científico. Es simplemente político.

Juan López de Uralde es director de Equo

Ilustración de Enric Jardí

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