JOSEP BORRELL
Después de su renuncia a repetir candidatura, José Luis Rodríguez Zapatero manifestó reiteradamente su intención de que el candidato a la Presidencia del Gobierno fuese elegido directamente por los militantes socialistas. Pero, por las razones que se conocen, las "primarias" socialistas se han convertido en la ratificación de un único candidato propuesto por el Comité Federal. Casi al mismo tiempo que en España se va a proceder a su proclamación, en Francia el partido socialista inicia sus primarias con varios candidatos representantes de sus distintas sensibilidades políticas, a los que se ha sumado a última hora su secretaria general, Martine Aubry.
Es interesante comparar ambas situaciones. En primer lugar, las "primarias" del socialismo español no han sido esta vez unas verdaderas elecciones, ni han sido nunca verdaderas "primarias", sino elecciones "internas". Así es como habría que llamarlas puesto que en ellas sólo pueden votar los afiliados al partido, a diferencia de lo que ocurre en las primarias allí donde este procedimiento tiene tradición, como en EEUU o en Chile, recientemente en Italia y ahora en Francia.
Esta es la primera gran diferencia entre lo que hubieran podido ser unas primarias socialistas en España y lo que van a ser en Francia. Por primera vez en su historia, los socialistas franceses escogen su candidato a la Presidencia de la República a través del voto de todos los ciudadanos que paguen un euro y se comprometan a defender los valores de la izquierda. Para quien tenga dudas acerca de cuáles son esos valores, han elaborado un documento programático a través de un proceso participativo que ha durado más de un año. No se trata, pues, de una improvisación en la que la elección de la persona se superpone, camufla u obvia el tantas veces reclamado y poco ejercido debate sobre las ideas.
Las primarias socialistas en Francia no serán un proceso de confirmación, sino de competición, pero con reglas bien definidas, una neutralidad organizativa muy clara (por ejemplo, Aubry dejará la Secretaría General después de proclamar su candidatura, algo que nunca ocurrió por aquí) y un proceso previo de preparación programática abierto a la ciudadanía y no sólo al círculo numéricamente muy restringido de los afiliados, como en las de 2006 que ganó Ségolène Royal.
Lo que van a hacer los socialistas franceses es arriesgado. El papel del militante y la soberanía del partido se modifican sustancialmente. Puede generar una división amplificada por el mayor número de votantes o pueden ser una poderosa máquina de propulsar un candidato. Pero las "internas" del 2006 fueron en sí mismas un fracaso. Sobre todo porque el aparato del partido y sus barones, que en Francia se llaman "elefantes", aceptaron a regañadientes el resultado y no se creó un clima de unidad en torno a la candidata ganadora. Han recurrido a este procedimiento más abierto y participativo que unas "internas" porque, después de Mitterrand, el socialismo francés no ha encontrado un liderazgo fuerte y duradero. Pudo ser Jospin, pero se retiró después del imprevisto acontecimiento de su derrota frente a Le Pen, en 2002.
En aquel momento, los socialistas franceses, lamiéndose las heridas de sus derrotas electorales, reconocían que su partido daba la imagen de una organización endogámica, esclerótica, desconectada de la sociedad y minada por sus conflictos internos. Además, tenían que recomponer sus relaciones con otras fuerzas de izquierda y con nuevos partidos que reflejaban preocupaciones que ellos no habían sido capaces de integrar, como las del medio ambiente. Sin ellos, no podían esperar ganar frente a una derecha monolíticamente unida en torno a un liderazgo fuerte.
Por eso la primera propuesta fue la de unas primarias en las que las distintas fuerzas de la izquierda escogieran un candidato común, como hacían los partidos de la Concertación chilena, que agrupaba a todas las fuerzas democráticas progresistas, desde la democracia cristiana a los comunistas. Pero Francia no es Chile, y los demás partidos renunciaron a participar en lo que creían que podía ser el abrazo del oso socialista para privarles de competir en las presidenciales.
Como suele ocurrir, el entusiasmo por las primarias se enfría cuando aparece un candidato providencial, a veces llamado "natural", que se impone en los sondeos (o así se quiere presentar) y que no quiere desgastarse en unas internas compitiendo con sus compañeros. Entonces se reclama la suspensión de un procedimiento "divisor" o inútil, una "feria de vanidades" o "concursos de pasarela", como por aquí las han calificado despectivamente, y se prefieren los acuerdos por la cúpula en el interior de la organización. Se supone que así se superan milagrosamente las divisiones, gracias a las virtudes del consenso y la negociación entre dirigentes.
Esta era la situación creada en torno a la candidatura de Dominique Strauss-Kahn, aupado por las encuestas hasta que su arresto en Nueva York, por razones que también se conocen, cambió radicalmente el panorama.
Ahora la cosa va en serio: se juegan mucho tanto los socialistas franceses como el proceso de renovación democrática de los partidos políticos que la gente reclama en las calles. El éxito del proceso se medirá en la participación ciudadana, que, en el caso de las primarias de la izquierda italiana, fue muy fuerte cuando se eligió a Prodi en 2005 con cuatro millones de votantes. Entonces resultó fundamental la capacidad de los candidatos de confrontarse sin dividir y de cerrar filas después en torno al ganador. Sé por experiencia que eso es difícil, pero, tarde o temprano, la izquierda tendrá que abrirse a procesos de participación más amplios y abiertos.
Josep Borrell es presidente del Instituto Europeo de Florencia
Ilustración de Iker Ayestaran
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