A nadie se le escapa el alto valor simbólico que tienen esos pedazos de tela de colores a los que se les carga con un intenso y no siempre comprensible y no siempre compartido, contenido emocional.
Junto a la bandera, otros dos elementos hipnóticos (el himno y el escudo nacional) juegan el papel icónico para la identificación con la idea de una patria, comunidad, destino, etc. compartidos.
Si ya en España el sentimiento nacional flaquea, el Ayuntamiento de Madrid y su alcalde, están usando y abusando de la bandera hasta gastarla, más de lo que ya lo está, como pretendido símbolo de todos.
De bandera española a bandería sin pasar por Génova
En su libro Mater dolorosa, el profesor Álvarez Junco defiende que la idea de España como comunidad nacional se crea en la lucha contra la invasión de las tropas napoleónicas, como reacción contra el invasor. Hasta entonces, era más un constructo de unas dinastías monárquicas, que juraban las leyes de los distintos territorios, que una comunidad unificada.
La efímera nación que representaban las Juntas creadas "de abajo a arriba" y que intentó legitimarse políticamente en la constitución de Cádiz, se arruinó rápidamente con la restauración y, tras la tambaleante trayectoria española en los inicios del convulso siglo XX de las revoluciones, la segunda república fue el segundo gran intento de articular una comunidad política federada y plural.
Es evidente que fracasó, y que la parte de la sociedad española que reaccionó con el golpe de estado, y que ganó la guerra, no quería ese modelo, y se aferró violentamente al suyo. El franquismo intentó, durante cuarenta años, identificar a toda España con ese modelo social (el resto era la "anti-España").
Los españoles somos más de patria chica
Decía un ilustre español de adopción, Gerald Brenan, en su Laberinto español, que los españoles somos más de patria chica, que nos emociona más lo que tiene que ver con nuestros ancestros cercanos, esa idea concreta de terruño, que la abstracta de la patria.
Muchos años después (el libro se publicó en 1950) y tras el pacto autonómico, las tensiones nacionalistas, etc. es evidente que, el sentimiento nacional se alimenta más de la oposición a los otros que de la identificación interna.
La transición política, espoleada por el deseo de abandonar la caspa política que ya hacía años había abandonado la sociedad, y fuertemente condicionada por las concesiones a los franquistas para que aceptaran soltar el poder (amnistía penal, intocabilidad de las riquezas acumuladas, los cargos, etc. otorgados por la dictadura), aceptó mantener dos de los tres símbolos (himno y bandera) nacionales.
Políticamente, la bandera nacional se acepta "a regañadientes" por quienes, en las banderas gallega, catalana, andaluza o vasca, etc. vuelcan más su sentimiento de pertenencia, que en la nacional. Nuestro pobre himno (si lo comparamos con la Marsellesa o la música de Haydn en el alemán), y en su origen una modesta marcha de granaderos, sin las apasionadas letras de otros himnos, apenas emociona a nadie.
En cuanto a la bandera, más allá de los intereses políticos de pulsiones nacionalistas, y a nivel nacional, creo sinceramente que la izquierda ha intentado cumplir su parte del compromiso de "normalizar" esos símbolos: desde Santiago Carrillo en 1977 hasta los intentos del PSOE de incorporarla a sus campañas. Pero el intento ha fracasado.
O han pesado demasiado tantas imágenes del pasado y el abuso que el franquismo hizo de los símbolos patrios los contaminó irremediablemente; o en la pugna derecha-esencialista-patria frente a izquierda-federalizante, la bandera se ha usado con un contraproducente éxito por la derecha al apropiárselo o, ya recientemente (Vox), se ha trabajado tanto y tanto la bandera como marca comercial para captar un nicho electoral (entiéndaseme la imagen), que ha acabado de distanciar de este símbolo a quien quiere distanciarse de esa posición política.
Y al igual que hay palabras, que por más que los académicos aprecien y mantengan un tiempo en el diccionario, si la sociedad deja de apreciarlas, mueren y desaparecen; cuando un símbolo pierde su afección para una parte relevante de la población, dejan de tener el sentido fundacional.
En mi opinión, eso ha pasado con el himno y la bandera (el escudo es tan oficial que no lo considero en este artículo). Salvo en las competiciones deportivas, y mal que les pese a los que querrían que fuese de otra manera, la bandera española hoy "no les representa" a muchos españoles. Es así.
Y el problema es que no hay una alternativa de mejor aceptación. Ni tenemos un símbolo que enganche a todos ni dejamos de tener uno que se intenta "imponer" como si no pasase nada. Pero pasa.
Pedida su conexión, cada vez más, con una España moderna, y arrebatado por Vox el marchamo patriótico, el PP navega de manera errática. Un día cesa a Cayetana (la del "no te lo perdonaré...") y otro la saca del baúl para bracear en Cataluña; un día está orgulloso del partido y de su legado y otro día reniega y era un diputado por Ávila; un día Vox es una fuerza que propone una España a garrotazos en blanco y negro, de trincheras, ira y miedo...un engendro antiespañol... una política cainita destinada a hacer que los españoles se odien y se teman... y otro es un socio de gobierno.
Soplar y sorber al mismo tiempo. No sólo te hace poco fiable, sino que es ridículo, que es peor.
Todo esto, todo este recorrido histórico, en nuestro actual Madrid, se está sublimando. Madrid se está convirtiendo (a la fuerza por su pérdida de conexión en muchos otros territorios) en el repositorio de las esencias del PP.
Durante los años del "España va bien" el modelo de "autonomista bueno" del PP, defensor de su identidad sin confrontar con la pertenencia nacional, fue Valencia. Laboratorio neoliberal, ejemplo de prosperidad, derecha "sin complejos" ... Pero la bazofia de la corrupción arruinó este intento. Se lo cargaron ellos mismos. Camps, Rita Barberá, Fabra, etc. simbolizan lo que simbolizan.
Y ahora les queda Madrid
Gracias al incomprensible regalo suicida de Ciudadanos, el PP más conservador (frente al más civilizado de Andalucía o Galicia –ninguno, por cierto, votó a Casado en las primarias) ha tomado el relevo en Madrid.
Al principio parecía claro el juego: Ayuso da caña y Almeida el dialogante. Poli bueno poli malo. Nada nuevo. Pero, dada la creciente popularidad del alcalde, incómoda para el débil liderazgo de Casado, esta ha tenido que ser cortocircuitada, encargándole, comprometiéndole, con la portavocía nacional. Menudo favor. Está sacando al peor Almeida.
Y en ese contexto, la bandera. La bandera omnipresente. En la navidad (como todo el mundo sabe, Jesús no nació en Belén sino en Chamberí), elemento navideño por excelencia: tres kilómetros de banderas de luces rojas y amarillas, en Recoletos, en los puentes, en la plaza de Colón. En las muchas, gigantescas, izadas en varios distritos (¡alguna con patrocinio privado!). En la saturación banderil en Cibeles. Gastando, solo en 2019, veinte veces más en bandera que el gobierno de Manuela Carmena en cuatro años. Y ahora, subvencionando, con el burdo truco de una subvención artística, que la gente cambie la rota y desvaída de los balcones, por una nuevecita pagada por todos.
Otra vuelta de tuerca en el despropósito, otro flaco favor a un símbolo a normalizar y compartir. Otra vez una derecha torpe frenando el avance sosegado, incapaz de liderar a una mayoría que "pasa" de estas banderías.
Creo que nos toca, a quienes presentamos una trayectoria alejada del sectarismo, centrada en construir, en gestionar lo más profesionalmente posible, en tejer alianzas, ayudar en este empeño.
Me temo que el tándem Almeida (una vez deglutido Ciudadanos), más VOX, no es el futuro.
Comentarios
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