Dominio público

De lo imposible a lo necesario

Josep Borrell Fontelles

De lo imposible a lo necesario

Josep Borrell Fontelles

Presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia

Ilustración por Javier Olivares

De nuevo al borde de otra crisis, los países del euro se han puesto de acuerdo en un nuevo plan de ayuda a Grecia. A diferencia de los anteriores, el acuerdo del 21 de julio pasado sí es una verdadera ayuda, porque rebaja los tipos de interés a valores razonables, alarga los plazos de amortización de la deuda, disminuye su cuantía a través de un default parcial pactado con los acreedores y con el Banco Central Europeo (BCE) y reconoce que la austeridad sola no sacará a Grecia del agujero y, por ello, se plantean ayudas estructurales a su crecimiento.
El nuevo plan tiene dos aspectos fundamentales. Por una parte, se organiza una restructuración, aunque sea parcial, de la deuda griega, algo que hasta ayer se consideraba tan imposible de aceptar como de aplicar, sobre todo por el BCE. Y se acepta además que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FESF) pueda comprar deuda en el mercado secundario de los países asistidos, e incluso prestar preventivamente a países en dificultad para evitar que la especulación acabe de hundirlos, lo que también había sido rechazado rotundamente por algunos gobiernos, sobre todo el alemán.
Lo que antes de la reunión preparatoria entre Sarkozy, Merkel y Trichet era impensable, se ha acabado aceptando como imprescindible para encontrar una solución de última hora y permitir que se aprobase el nuevo préstamo de 109.000 millones de euros sin el cual Grecia no podía hacer frente de forma casi inmediata a los reembolsos de su deuda.
Así, varios tabúes cayeron el 21 de julio del 2011, como otros cayeron el 9 de mayo del 2010. Se han dado nuevos pasos en la construcción de la solidaridad financiera europea y de un sistema más sólido, realista y preventivo para hacer frente a la crisis.

Todavía no es suficiente, y otros tabúes caerán. Pero hay que preguntarse por qué se ha tardado tanto en aceptar lo que era necesario. Por qué lo que ayer era impensable hoy se acepta como indispensable. Por qué tanta tozudez en negar soluciones que al final se han tenido que aceptar, mediante cesiones de unos y otros, en nombre de un pragmatismo que hubieran hecho mejor en practicar antes.
Han tenido que transcurrir 18 meses de discusiones para que acabaran aceptando que la austeridad y los ajustes impuestos a Grecia no resolverían el problema, porque mataban el crecimiento, sin el cual era imposible reducir el ratio de su deuda respecto al PIB. Al fin se ha acabado por aceptar que el problema no era de liquidez, sino de solvencia. Que no tenía sentido conceder créditos a una economía exangüe al prohibitivo tipo del 5,5 %. Para que la ayuda fuese realmente una ayuda, y no una forma de castigar a los griegos, los préstamos debían ser a largo plazo –como los 30 años ahora aceptados–, con largos periodos de carencia –como los diez años ahora acordados– y con el mismo tipo de interés, del 3,5 %, a que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera consigue recursos en el mercado.
Han sido necesarios meses de cacofonías y discrepancias de todo tipo y la tozudez de Merkel para aceptar que los acreedores de Grecia debían asumir parte del coste de la crisis, porque la deuda acumulada era demasiado grande para que los griegos pudieran pagarla. Se diga lo que se diga, lo acordado equivale a aceptar un default encubierto y pactado, pero default a fin de cuentas. Las agencias de calificación no dejarán de señalarlo, como de hecho ya han empezado a hacerlo, pero no pasará nada, porque también ellas jugarán el juego que todos saben era inevitable.
Entonces, ¿por qué tanto tiempo, tanto dinero y tanto capital político perdidos, cuando se hubiera podido evitarlo? Porque así funciona Europa –una Unión de solidaridad limitada, que avanza construyendo en el dolor su arquitectura federal, resistiéndose hasta última hora en función de las reacciones de las opiniones públicas nacionales–, por falta de suficiente liderazgo político, por falta de voluntad de avanzar en la integración hasta que la realidad lo impone. Como decía Churchill de EEUU, siempre acaban haciendo lo que no hay más remedio que hacer, pero antes ensayan todas las demás soluciones.
Las modificaciones de las posturas iniciales de unos y otros son tan variadas que todos pueden proclamar victoria. Así, el BCE ha tenido que aceptar la participación privada en el coste de la operación de ayuda a Grecia y, a pesar de ello, seguir aceptando los bonos griegos como garantía de sus préstamos. En contrapartida, consigue que el FESF le libere de la carga que para su balance representan los bonos griegos que había comprado en los últimos meses.
Alemania ha tenido que aceptar las intervenciones del FESF en el mercado secundario de deuda de los países en dificultad. Si se hubiese decidido hacerlo antes, nos hubiésemos ahorrado mucho dinero y algún susto. Con esta decisión se está construyendo un arma contra la especulación y se avanza, sin decirlo, hacia la configuración de los eurobonos, tan demandados por unos como rechazados por otros, en particular Alemania.
No está muy claro cómo se organizará la participación "voluntaria" de los bancos en la restructuración de la deuda griega. Poco dice la resolución del Consejo al respecto, y las cifras que se avanzan son confusas y contradictorias con las del Instituto Internacional de Finanzas (IIF), el lobby bancario. Las distintas opciones descritas por la prensa salen de las propuestas que ha hecho el IIF, pero los bancos salen mucho mejor parados de lo que se temían, el impacto en sus cuentas de resultados será muy asumible, y ven alejarse la amenaza de que se les aplicara un impuesto si no aceptaban participar en una restructuración "voluntaria".
En cualquier caso, los acuerdos del pasado jueves aportan una perspectiva de solución a una ecuación que hasta ahora no la tenía. Pero está por ver que sean suficientes para garantizar la sostenibilidad de la deuda griega y calmar definitivamente a los mercados.

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