Dominio público

De 'matria', peleles y nueva censura

Ana Pardo de Vera

Me había resistido con todas mis fuerzas a entrar en el pseudodebate que la (ultra)derecha ha querido poner encima de la mesa -con el beneplácito de cierta progresía acomplejada, que siempre aparece o desaparece en el momento oportuno de dar la razón a los reaccionarios- desde el momento en que a la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se le ocurrió utilizar el concepto matria y, lo que es más aberrante, explicar la conveniencia de aplicar un término que ha pisado grandes textos de la historia pero no ha sido recogido en el diccionario de la Real Academia Española. Sí, hay quien ha usado el argumento de que la RAE no ha bendecido matria para atacar a Díaz; sobre todo en las redes sociales, que como bien constatamos cada día, son nichos de cultura ortográfica y gramatical. ¿Para qué necesitan nuestros retoños profesores y asignaturas de Lengua y Literatura teniendo Twitter, Facebook, WhatsApp o la Oficina del Español de Toni Cantó?

No quería, digo, ni poner un tuit sobre este asunto para no perder tiempo en una falsa polémica creada por las derechas patrias, ya que estamos, pero como no soy capaz de callarme (y por eso me pagan), voy a dejarles aquí algunos apuntes sobre lo que se me ha venido a la cabeza cuando supe del desmadre (con perdón) que había en Internet tras hablar la ministra. En primer lugar, en esta España virtual nuestra, cada vez que se apunta -o se cree que se apunta-  a algo parecido a modificar, matizar o simplemente sumar un término o concepto femenino a otro masculino, se monta un carajal que apesta a testosterona. Y fíjense lo que digo, porque a efectos gramaticales, patria es tan femenino como matria, es decir, que en ese punto los machistas ibéricos podrían estar tranquilos... O no, porque son dos términos femeninos y a lo mejor, con la controversia de Díaz acaban de ser conscientes de su tragedia.

Segundo, la nueva censura sobre cualquier intento de la no-derecha reaccionaria (es decir, de cualquiera menos de los que beben de PP y Vox) de introducir debates culturales que puedan apuntar a una transformación, a un dinamismo, que decía mi admirado Javier Sádaba en Público, sigue intacta. No se asesina en masa como en las épocas de Primo de Rivera o Franco, pero se encarcela, se sanciona o se obliga a callar por puro agotamiento o falta de recursos para abogados, en el caso de los medios de comunicación particularmente.

Tras la falsa polémica del chuletón, ha venido la de matria. Vaya por delante la casualidad de que los dos señalados ministro (Alberto Garzón, Consumo) y ministra (Yolanda Díaz, Vicepresidencia Segunda y Trabajo) son de Unidas Podemos, los más rojos de todo el Gobierno bolivariano, etarra, comunista y comeniños. ¿Que ese Ejecutivo se ha quedado en socialdemócrata moderado? Esos matices no son apreciables para los de la España libre.

Vayamos a la censura ideológica de la dictadura con las películas y los libros -que aquí en Público nos gustan mucho la historia y la memoria- para entender la reacción histérica -e histórica- de los peleles de (ultra)derecha, siempre imprescindibles para los que saben de verdad de esto, que suelen acariciar un gato blanco en silencio mientras se produce el linchamiento. La censura del cine en España, por ejemplo, emergió en 1912, ley mediante, como suelen hacerse estas cosas (ley=orden=justicia, esa falacia).

Franco fue el gran experto en esta tarea con su Junta Superior de Censura Cinematográfica, en la que más que ninguna otra la autoridad católica tenía la última palabra para preservar la moralidad de los españoles de las cintas que venían de fuera o de las que se producían aquí, mayoritariamente a imagen y semejanza de la moral franquista. El dictador y sus matones lo pasaban muy bien recortando películas, falsificando doblajes, cambiando músicas originales o tirando obras a la basura. Lo importante, según han analizado ampliamente los historiadores profesionales, es que todo aquello que tuviera que ver con la patria, la religión o la familia no se tocase. En definitiva, que no se diesen ideas que invitasen a pensar, debatir, ampliar, romper costuras,... O a querer transformar la sociedad española en una plena de libertad y derechos.

El método de actuación es, como ven, muy básico; solo se ha adaptado la acción a las nuevas tecnologías y a los nuevos tiempos, con su feroz sociedad de la (des)información y el ruido, que bloquea cualquier tipo de debate sosegado. Precisamente, aquel que nunca quieren los reaccionarios y los peleles que les hacen el trabajo sucio, de cara a la galería, de cara a las redes. Da igual que el planteado por Yolanda Díaz fuera ya una interesante propuesta de reflexión aperturista en los textos de Unamuno, Borges o Woolf, por citar solo a algunos/as.

Y qué pereza, matria mía.

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