Dominio público

Las maletas

Oti Corona

@LaCrono__

No existe en el seno de las familias españolas un proceso más violento que el de hacer las maletas. Cualquiera que haya coincidido de visita en un hogar en el que se está llevando a cabo tal hazaña, habrá observado que los niños no tardan en arrinconarse detrás de una cortina, acongojados. Los adultos, por su parte, no cruzan la mirada, pues saben que van a decepcionarse unos a otros. Entre los miembros de cada unidad familiar se establece un lenguaje basado en murmullos, súplicas, reproches y bufidos. El ambiente se carga, se enrarece, apenas queda oxígeno, nadie responde a las llamadas telefónicas y todos se afanan en soportar lo insoportable.

Cuando la familia se moviliza en su conjunto y por un período de varias semanas, hacer las maletas se convierte en un ritual, una demostración de estatus, una forma ancestral de fortalecer la estirpe, de afianzar el lugar de cada uno en el seno de la tribu. Una forma, en definitiva, de que el mundo sepa quién eres.

Llegado el momento, es imprescindible olvidar dónde guardaste las maletas la temporada anterior. Abre los armarios, rebusca en los altillos, ráscate la cabeza y maldice tu suerte, mira debajo de las camas, pregunta a amigos y conocidos si no estarán por casualidad en el piso de alguno de ellos. Es primordial que no las encuentres y que tengas que conformarte con el maletón viejo, ese que tus padres estaban deseando que alguien se llevara de su casa porque no cierra bien.

No caigas en la tentación de elaborar una lista con lo que necesitas. Pon en marcha ese delicado proceso consistente en que los tuyos crean que controlas la situación, que distingues entre lo imprescindible y lo accesorio, aunque en realidad no tengas ni idea.

Saca a los críos de detrás de la cortina y ponlos en marcha. Lo mejor es que te rodees de entre tres y cinco niños, pero con un par también puedes apañarte siempre y cuando estén deseando prepararse el equipaje solitos. Ve respondiendo "sí, sí" a cada una de sus preguntas, pero no les hagas ni puñetero caso.

Si has llevado a cabo una buena planificación los días previos al evento, tendrás no menos de seis coladas pendientes. Líate a poner lavados rápidos, de los de veinte minutos. Pásate por el forro la indicación de "máximo tres kilos". Consulta el reloj de forma compulsiva y estrésate. Tiende la ropa bien estirada con la esperanza de que se seque rápido con este solecito justo antes de que aparezca un nubarrón, el mismo nubarrón gris oscuro con el que el parte meteorológico llevaba días amenazando y que se ha colocado precisamente encima del tendero. Hay que tirar de secadoras. Estropea tu fondo de armario y el de tus seres queridos.

No da tiempo a que se seque todo. Embute las prendas mojadas en bolsas de plástico y ve a guardarlas en la maleta. Descubre entonces que lo que te estaban preguntando tus hijos era "¿Me puedo llevar esto?" y que el maletón viejo de tus padres está lleno de cuentos, juguetes y disfraces. Grita. Devuelve a su sitio esos cachivaches e intenta explicarles que es imposible cargar con su habitación entera. Trata de hacerles comprender por qué te has pasado una hora diciéndoles "sí, sí". Sécales las lágrimas. Elude sus miradas de agudo desprecio.

Mete las bolsas de ropa húmeda en la maleta. Cuando compruebes que no te cabe ni la mitad, siéntate a llorar en la cocina. Reponte. Respira hondo. Tú puedes.

Hazte con las mochilas del colegio y comprime la ropa mojada en la de tu hijo mayor, que parece bastante impermeable.

Pon otra lavadora.

La cocina está hecha una mierda. De los baños mejor ni hablamos.

El maletón no cierra.

Ponte en ruta corriendo y mal. No olvides, antes de salir de casa, haberte cabreado con todo quisque.

Insisto: ni se te ocurra poner un pie en la calle sin haberte peleado con todos y cada uno de los miembros de tu familia.

El equipaje no cabe en el maletero; tienes que apretujar unos cuantos macutos en el asiento de atrás.

Uno o varios de tus hijos tienen ganas de llorar, pero no se atreven.

Al subir al coche, es muy importante que todos tengan miedo de dirigirte la palabra.

Vais tarde.

La pequeña dice que se está mojando. Parad en el arcén para cambiar de lugar la mochila de ropa húmeda, la que parecía más impermeable.

En serio, vais muy tarde.

En el momento justo del embarque, recuerda que te has dejado una lavadora tendida y la secadora puesta.

La maleta con la que sales de casa es la misma con la que llegas a tu destino, pero a la vez no es la misma maleta, es otra distinta: la maleta que arrastras hacia el hotel es ahora lo único que posees.

Felices vacaciones.

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