Dominio público

Rusia: la extraña pareja

Luis Matías López

Rusia: la extraña pareja

 

LUIS MATÍAS LOPEZ
Periodista
Ilustración por Javier Jaén

Hace meses, el primer ministro ruso, Vladímir Putin, y el presidente, Dimitri Medvédev, manifestaron en público una inusual divergencia, hoy apenas relevante, sobre la intervención militar en Libia. Resultó extraño, ya que, desde 2008, existía una dualidad de funciones al servicio de un poder en teoría monolítico y sin fisuras. Sin embargo, los kremlinólogos (que no se extinguieron con la URSS) lo vieron como el primer síntoma de que el acuerdo entre ambos podría debilitarse a medida que se acercasen las elecciones presidenciales (previstas para marzo de 2012), aunque Medvédev aclarase luego que coincidían en lo fundamental.
La voluntad popular llevó al Kremlin a Borís Yeltsin en los estertores del imperio comunista, pero luego rigió la ley del dedazo. Así ocurrió en 2008, cuando Putin renunció a forzar un cambio constitucional para optar a un tercer mandato y delegó la presidencia en Medvédev, bajo su tutela y control, y se reservó la jefatura del Gobierno, convertida así en el otro polo del poder. Este régimen ya no es presidencialista, pero tampoco parlamentario, ya que la Duma es apenas un dócil instrumento del poder.
El acuerdo no escrito de 2008 entre Putin y Medvédev establecía que el candidato en 2012 se decidiría en su momento, "teniendo en cuenta el interés del país", pero se daba por supuesto que Medvédev limitaría su perfil público, sometería a Putin las decisiones importantes y le calentaría la poltrona para devolvérsela en bandeja, esta vez para seis años (el mandato se aumentó en dos). O para doce. Así, el exagente del KGB, nacido en octubre de 1952, y llegado al Kremlin con 47 años, tendría 71 al dejar el poder en 2024.

Una vez que se decida el candidato del poder, la votación será un trámite. El resultado estará decidido de antemano. Los años de Putin han laminado a los comunistas y la oposición liberal, y el aparato mediático y administrativo del Estado actuará diligente para garantizar al designado una holgada victoria en la primera vuelta.
¿Putin o Medvédev? La respuesta llegará pronto, porque las grandes citas electorales están cercanas: legislativas en diciembre de 2011 y, tres meses después, las presidenciales. Si se retrasa el anuncio es para evitar el efecto del pato cojo que perjudicaría al perdedor. Lo más probable es que la decisión se tome de forma amistosa y que Putin imponga su criterio, en un sentido u otro, pero ya no parece imposible que Medvédev le plante cara si la impaciencia del primer ministro le impide aguardar otros seis años antes de recuperar un puesto que aún considera propiedad personal.
Medvédev le debe todo a Putin. Nunca pudo siquiera soñar que, con 42 años, se convertiría en presidente, pero eso mismo le ocurrió a su mentor cuando Yeltsin le aupó al Kremlin y, si algo demuestra la historia rusa, es que el poder imprime carácter y, una vez que se alcanza, pocos lo ceden sin pelea. Por su edad, Medvédev podría pensar que aún tiene recorrido para devolver el Kremlin a Putin (tal vez con un cambio de cromos) y recuperarlo cuando este agote sus dos nuevos mandatos, pero doce años son demasiados en política, y debe ser consciente de que, si ahora se rinde, su paso por el Kremlin podría quedar como un paréntesis irrelevante en el reinado del zar.
Medvédev ha tocado poder, se ha puesto un chaleco de bombero con la leyenda "comandante en jefe", se ha forjado un prestigio exterior, ha ganado apoyos en un Occidente que desea una Rusia más predecible, ve cómo atrae el respaldo de las élites urbanas (Putin llega mejor al ruso medio) y empieza a captar a una juventud crítica con una forma de ejercer el poder, la del actual primer ministro, desfasada tras la caída del comunismo y el triunfo de la globalización. Se ha creado el espejismo de que encarnan ideologías antagónicas: Putin, el centralismo soviético; Medvédev, el liberalismo modernizador.
Si Putin conserva el apoyo de los servicios secretos, los poderes económicos y los medios de comunicación, su triunfo será indiscutible, sea quien sea el candidato en 2012, cuestión que decidiría él mismo. Él seguirá al mando, aunque sea en segundo plano.
Medvédev tiene peores cartas. A su favor juega que la tarta del Estado se va agotando, la crisis roe el maná petrolero y la generalizada corrupción tiene muchas más víctimas que beneficiarios.
Medvédev ha visto que puede destituir al todopoderoso alcalde de Moscú, alterar algo en su favor la línea de la televisión pública y ordenar, sin que el mundo se desplome sobre su cabeza, la salida de ministros de consejos de administración de empresas estatales. ¿Símbolos de que desea encabezar la guerra contra el capitalismo de Estado o gestos para la galería? Probablemente más de lo segundo que de lo primero, pero el Kremlin es una sólida base de poder que concita apoyos y favorece deserciones del bando contrario. Sin olvidar que, en teoría al menos, el presidente puede destituir a Putin.
Si se sigue el guión previsto, estas tensiones, reales o supuestas, se resolverán entre bastidores y cristalizarán en un candidato único. Si Putin vuelve al Kremlin, se desvanecerá la débil esperanza de cambio liberal y democrático y ganará el Estado fuerte y centralizado, junto a un designio neoimperial para el espacio geoestratégico de la antigua URSS. Quienes piensan que, pese a todo, hay alternativa, la fían a la reelección de Medvédev, sin currículum soviético ni ataduras con el pasado. Sería una lástima que, de continuar en el Kremlin, se limite a seguir interpretando el papel de policía bueno, pero al servicio de Putin.

 

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