RAMÓN REIG
La Semana Santa, ¿devoción o folklore?". Era el tema que hace unos días colocaba sobre la mesa del debate un programa de una emisora de televisión local y regional con sede en Sevilla. Para unos, devoción, sin duda, y además, con frecuencia, devoción excluyente. Quienes llegan desde otros lugares pueden sentir la Semana Santa pero no como la siente un sevillano o un andaluz. Hay una especie de monopolio del sentimiento religioso por parte del segmento más tradicional, más capillita. Da la impresión de que la seña de identidad de estas personas consiste en no dejar entrar a nadie en su espacio vital y en repartir diplomas oficiales de sentimientos religiosos.
La pregunta no estaba bien planteada, al menos si tomamos el concepto "folklore" no en su sentido despectivo (una especie de manifestación cutre y hortera) sino en su sentido antropológico, donde lo folklórico es una parte de la cultura de una sociedad, es decir, de su sistema de valores. Entre el siglo XVIII y hasta el primer tercio del XX, al menos, Andalucía tuvo una escuela de antropólogos de altura internacional. Entre ellos estuvieron Alejandro Guichot (buen estudioso de las supersticiones andaluzas) o el padre de los Machado, don Antonio Machado y Álvarez, Demófilo, que, entre otras tareas, recopiló gran número de coplas andaluzas. Su padre, don Antonio Machado y Núñez, fue profesor de historia natural en la Universidad de Sevilla y divulgador de las teorías de Darwin. Aquella labor chocaría con la mentalidad creacionista de la que, en mayor o menor porcentaje, son herederos los cofradieros fundamentalistas actuales, no pocos vinculados al Opus Dei.
Si nos despegamos de enfoques restrictivos, lo cierto es que la Semana Santa andaluza es un estallido de sensaciones y de emociones para todos los públicos: amantes de la estética, del arte, de las mentalidades, de la sociología, la psicología, la antropología, la historia y, por supuesto, de las creencias católicas. Como indicaba Manuel Saco en este mismo diario el pasado lunes santo, quien aplica la fe a sus análisis vitales, antes que la razón, puede llegar a la conclusión que desee y además a la más gozosa para su autoconservación. Feuerbach y Freud llamarían a la devoción algo así como necesidad de lo ultraterreno, ya se sabe que para ellos no es Dios el que ha creado al hombre sino al revés.
No tiene mucho sentido erigir en seña de identidad andaluza, exclusiva, un ritual propio de una cultura mediterránea con raíces ancestrales. La Semana Santa conmemora la muerte y resurrección, a los tres días, de Jesús de Nazaret. La diosa egipcia Isis resucitaba periódicamente a Serapis-Osiris para satisfacción propia. Y la diosa Cibeles permitía que al tercer día reviviera el joven Attis. Hay pocas cosas nuevas bajo el sol. Por mucho que se busque la identidad y la devoción –que existen, no hay que negarlo– cuando se aplican otros parámetros el sueño religioso se desvanece. Hay más vanidad y rechazo a la muerte en la Semana Santa andaluza que religión católica, apostólica y romana propiamente dicha.
En los barrios de las grandes ciudades proliferan las cofradías de Pasión. ¿Devoción? ¿Creencias? ¿Religión pura? No, más que eso, deseo de protagonismo popular, competencia de unos grupos con otros. Lo que sí está presente en lo que llamamos a veces inconsciente colectivo es el rechazo a la muerte. Los cristos y las vírgenes de Andalucía –a diferencia de la imaginería castellana– tienen poca sangre y pocas lágrimas. Los rostros de los cristos no suelen estar crispados ni llenos de dolor sino de sobriedad y serenidad. Los de las vírgenes son dulces, aniñados, maternales.
El andaluz no se dirige a Dios cuando reza sino al Hijo o a la Madre, eso dicen algunos expertos en aplicar la psicología –incluso el psicoanálisis– a la Semana Santa. El Nazareno o el Cristo va a morir o ha muerto pero no se acepta esta suerte inevitable y para demostrarlo se le otorga tanta importancia a la imagen principal como al soporte que la hace caminar entre el gentío: los pasos, los tronos. Y también a sus figuras secundarias: el cirineo o la Magdalena. Y las flores rojas inciden en este rechazo que lo culmina un paso de Virgen triunfante, símbolo de vida, repleto de flores y luz, a la que se mece, se le dedican las más solemnes marchas y los más diversos piropos.
No todo es tan simple como parece, en la Semana Santa andaluza se mezclan tanto la devoción y el folklore que distinguir entre ambos no tiene mucho sentido.
Ramón Reig es profesor de Estructura de la Información Periodística en la Universidad de Sevilla.
Ilustración de Mikel Jaso
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