Dominio público

Enrique Arnaldo, sapos y 'realpolitik'

Íñigo Errejón

Diputado de Más País en el Congreso

Enrique Arnaldo, sapos y 'realpolitik'
El candidato Enrique Arnaldo, en el Congreso. (EFE/Chema Moya)

A estas alturas no hay que gastar una sola línea en demostrar que Enrique Arnaldo es de todo menos idóneo para ser designado magistrado del Tribunal Constitucional. Hay ya una montaña de informaciones periodísticas disponibles para todo aquel que tenga curiosidad. Sin embargo y pese a toda la polémica, casi con total seguridad pasará la votación y será elegido. Con ello le hará un flaco favor a la imagen del TC y de la justicia en general, así como a sus compañeros que sí reúnen perfiles más que aptos para el puesto.

¿Por qué va a pasar eso? Porque es el resultado de un pacto entre el Gobierno y el Partido Popular, por el que los diferentes candidatos son cromos a intercambiar en el reparto institucional, sin importar demasiado su perfil o de su imagen de independencia. Tras más de un año de bloqueo de la renovación de varios órganos constitucionales, el PP los libera de su secuestro con condiciones. Entre otras este "sapo" tan difícil de tragar. Cuesta pensar que en Génova no tengan un candidato más presentable, pero esa cuestión para ellos es secundaria: al obrar así trasladan a los dos partidos que integran el gobierno los costes de un desbloqueo condicionado. El PP logra abrazar al PSOE y a UP en un desprestigio compartido que sólo puede pasar factura en el campo progresista.

Desde los dos partidos que forman parte del Ejecutivo hemos escuchado profundas incomodidades por tener que votar a semejante candidato, que se acaban justificando en nombre de la "responsabilidad" o del "realismo político". Es evidente que los partidos tienen suficientes mecanismos de disciplinamiento interno como para que la mayoría de quienes expresan reparos encuentren, finalmente, más rentable dejarlos de lado y cumplir con las directrices. Pero en mi opinión el problema sustancial está en la sinceridad de dichas apelaciones a la responsabilidad. Porque muestran bien los contornos del escenario político de repliegue en el que nos encontramos.

Prácticamente cualquier decisión política se puede justificar utilizando el comodín manoseado de la realpolitik: Razones complicadas que los "no expertos" no entienden. Es cierto que en política nunca puede haber una concordancia plena entre medios y fines. Pero también lo es que los costes de la disonancia entre unos y otros tienen diferentes lógicas de evaluación. El problema justamente es que, para una fuerza democrática que aspira a incrementar el poder de decisión de los cualquiera y a extender su alcance, la separación con respecto a los no expertos no es un coste más. Desde luego no es un coste que pase una factura en absoluto comparable a la que le pasa a los partidarios del status quo.

Estos días ha reaparecido la conocida expresión "votar con la nariz tapada". Hay pocos símbolos más significativos del retorno de lo viejo. Con algunas tonalidades nuevas -fundamentalmente mayor inflamación ideológica- el discurso con el que se han justificado quienes van a votar por el candidato no idóneo es sustancialmente el mismo de la lógica del bipartidismo, que componenda a componenda fue alejando a la ciudadanía de la política y abriendo una brecha histórica entre representantes y representados. Una forma de reparto del Estado entre partidos cartelizados que los acercaba entre sí mientras los alejaba de la ciudadanía, contra el que se alzaron las plazas de nuestro país que hace una década, durante el movimiento 15M, exigieron equilibrar la balanza hacia la justicia social y la regeneración democrática.

Aquella fue una impugnación popular y democrática del orden oligárquico de las cosas. Una impugnación que descolocaba las posiciones tradicionales y que posibilitó a una izquierda innovadora trascenderse, dejar de ser (sólo) izquierda para hacerse cargo del país y representar una nueva voluntad general potencialmente mayoritaria. Posiblemente una de las principales victorias de las fuerzas del establishment en este ciclo de restauración del orden tradicional haya sido volver a colocar a la izquierda a la defensiva ("hay que frenar a la derecha"), haberla colocado de nuevo en la izquierda: un trocito simétrico en el margen del orden y no una propuesta de reordenación general.

El combate político principal hoy no es, sin embargo, por frenar a la derecha. Esta es un resultado y un síntoma de la restauración. El combate es por hacer que la sociedad y la democracia vuelvan a ser posibles, pues sólo así la vida será más segura para los de abajo. Por equilibrar la balanza de poder entre los que mandan y los que obedecen, para que estos recuperen derechos, tiempo, lazos comunitarios, instituciones de defensa y confianza en sus propias fuerzas. En ese camino, la desconfianza hacia la política, el descrédito de las instituciones y el cinismo resultante del "todos al final hacen lo mismo", por injusto que pueda ser, es hoy corrosivo para el campo progresista y democrático. En la desesperanza y el escepticismo siempre ganan los reaccionarios. Es muy dudoso que este acuerdo con el adversario valga la desconfianza que siembra entre los "no expertos". Y sin esa confianza el adversario puede funcionar pero nosotros no. Sin esa confianza no hay transformación democrática alguna. Por eso hoy votar con la nariz tapada mientras los reaccionarios lo hacen con una sonrisa no es una buena idea.

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