La victoria de Gabriel Boric en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile es mucho más que un alivio o una buena noticia para cerrar este año difícil. También es un espaldarazo al pensamiento constructivo y a la activación política, y una señal clara de hacia dónde debemos encaminar los esfuerzos para reconducir un presente político duro y complejo.
Boric ha conducido una campaña inteligente en un contexto extraordinariamente complicado. Desde el primer momento, su discurso supo evitar las encerronas que supone un balotaje con la extrema derecha. Huyendo tanto del victimismo como del triunfalismo, la campaña de Apruebo Dignidad ha sabido ir más allá de los registros apocalípticos o de la exageración fácil, sabiendo mantener un perfil abierto y un tono propositivo, confiado y optimista.
Centrado en lo concreto de su programa, pero sin dejar de interpelar a los votantes indecisos y a quienes no acudieron a votar, Boric ha abierto el campo lo suficiente para atraer a muchos aliados necesarios (e incluso a varios adversarios políticos), sin caer en las provocaciones de quienes han intentado utilizar su posición para decantar la balanza en favor de la ultraderecha. Ese equilibrio ha permitido salirse de su rebufo y disputarle la iniciativa y la articulación de la agenda política. Así han aflorado con nitidez los dos proyectos antitéticos entre los que se decidía el futuro de Chile. Su victoria, desde ese punto de vista, es tan clara como valiosa.
Por supuesto, el contexto concreto de esta elección es imprescindible para entender su desenlace. En ese sentido, es de extraordinaria importancia que el ciclo político y social que se inició en Chile hace más de una década vaya a tener continuidad y proyección hacia el futuro. En gran medida, lo que se ha dirimido en las urnas ha sido la supervivencia de ese proceso; la alianza política y social en torno al discurso de Kast, de hecho, puede entenderse como una coalición de intereses en torno a ese único punto: abortar el proceso de transición democrática que deje de una vez atrás el régimen económico, político y social del pinochetismo. Hoy sabemos que Chile tendrá una nueva Constitución democrática. Y que las luchas ejemplares de las mujeres chilenas, de los pueblos originarios, de estudiantes y trabajadores, se verán codificadas en un sistema político nuevo.
Ese proceso enfrentará por supuesto sus propios obstáculos y dificultades, como lo agónico de esta campaña ha dejado claro. Pero más allá de lo que acontezca en el Chile que viene, el desenlace electoral de estas elecciones tiene un impacto importantísimo en toda la región y en el mundo entero. Hoy América Latina espera a Lula con una correlación de fuerzas nueva, resistiendo las mutaciones del bolsonarismo y dando un mandato claro a las fuerzas progresistas -de México a Argentina, de Bolivia a Chile o Perú- para afianzar la estabilidad política en el subcontinente, reactivar la cooperación regional en un momento de extrema incertidumbre geopolítica, y rearticular un proyecto económico y político basado en los derechos humanos y la redistribución social. Sobre esa base se dibuja el enorme desafío de articular un nuevo ciclo progresista con el que refundar el horizonte democrático en América Latina.
Para quienes lo seguimos desde fuera, esta victoria deja también varias lecciones de futuro. Chile ha demostrado que, en este clima agitado y confuso al que nos enfrentamos, es posible ganar frente al oportunismo de la ultraderecha, y ganar confrontando en positivo, disputando el marco del debate y sus significantes, abriendo el campo político en vez de cerrándolo. Chile ha demostrado también que es posible construir políticamente sobre el ciclo de movilizaciones, conquistas y derrotas que viene de la década pasada: hay que corregir el rumbo cuanto sea necesario para mantener vivo ese legado. Por encima de todo, Chile ha demostrado que es posible abrir horizontes políticos alternativos a la explotación del miedo, la impotencia o la frustración que se acumula ante la crisis política y social en que nos encontramos: hay otros futuros en disputa, y es posible articularlos de una forma creíble, convincente y ganadora.
Hay elecciones que abren posibilidades de época, cuyos efectos van mucho más allá de su contexto concreto (lo fue la victoria de Trump en el 16, lo había sido también la de Syriza: el devenir de esos ciclos depende siempre de su desarrollo concreto). Hacer de la victoria de Boric la posibilidad de un ciclo democrático nuevo, que aporte certezas políticas para un futuro peligroso e incierto, es el gran reto político para el tiempo que viene.
Comentarios
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