En octubre de 2019 las chilenas y los chilenos salieron a las calles de forma espontánea, sin líderes ni jerarquías, sin hoja de ruta. Jóvenes, estudiantes, mujeres, indígenas y trabajadores tomaron las plazas durante semanas y sufrieron la violencia policial, unos perdieron los ojos por los disparos, algunos murieron y muchos fueron detenidos. Aquel estallido social fue propiciado por una subida del precio del transporte público. En unas imágenes que dieron la vuelta al mundo se vio a un grupo de estudiantes echando abajo las puertas de acceso a una estación del Metro de Santiago, y a partir de ese momento nadie les pudo parar. 

Llevábamos varios meses viendo protestas similares en Hong Kong, Líbano, Francia, Irak, Argelia, Haití, Ecuador o Colombia, todas fueron duramente reprimidas por las fuerzas de seguridad, pero cada una de ellas tenía una causa distinta: desde falta de democracia y subidas del precio del combustible hasta gobiernos corruptos y economías precarias. El trasfondo de los hechos acaecidos en Chile era una acumulación de hartazgo, de desigualdades, de falta de oportunidades, de subida de precios y de crecimiento de la pobreza. El año 2019, previo al de la pandemia, fue el año de la protesta global y Chile despertó. 

Los chilenos son en buena medida conservadores, católicos, a veces vistos como los más tristes de Sudamérica, pero quienes se rebelan contra la opresión exponen una valentía inusitada. Son capaces de enfrentar con fiereza a los carabineros y a su caballería; saben que les disparan a los ojos, pero no les amedrentan. 

Las revueltas estudiantiles venían de atrás, surgieron en 2006 y crecieron en 2011, cuando se forjó un movimiento para exigir educación gratuita y de calidad en uno de los países más caros para estudiar en el mundo. De allí surgieron varios jóvenes que fueron tomando protagonismo en las calles y luego en los platós de televisión y en las tertulias de la radio, esos líderes estudiantiles obligaron a todos los aspirantes a la Presidencia a incluir promesas sobre mejoras de la educación en las elecciones de 2013; pero no las cumplieron. De esos jóvenes destacaron cuatro: Giorgio Jackson, Camila Vallejo, Karol Cariola y Gabriel Boric, quienes obtuvieron un escaño en representación de sus distritos ese año.

¡Qué paradoja! Justo diez años después del surgimiento de aquel movimiento estudiantil, en 2011, Boric, uno de sus precursores, ganó este domingo unas elecciones presidenciales cruciales, y con solo 35 años. Nunca antes en la historia de Chile se había designado a un presidente tan joven, y había pasado demasiado tiempo desde que la izquierda ganara en las urnas chilenas, quedaba lejos aquel año 1970 y la victoria de Salvador Allende.

Chile es un país fascinante, geográficamente está alejado de todo, separado del resto del mundo por las altas cumbres andinas y por la inmensidad del Pacífico, con conflictos territoriales y marítimos con sus vecinos Perú y Bolivia, quienes no perdonan haber sido los perdedores de la nefasta Guerra del Pacífico (1879-1884). Chile es una franja alargada en el mapa que coincide con una gran falla geológica que hace temblar con frecuencia una tierra rica en recursos naturales.

Este país, con sus particularidades, fue cuna del neoliberalismo económico salvaje, no en vano, los Chicago Boys eran chilenos, aquellos chicos adiestrados por Milton Friedman en la Escuela de Economía de Chicago que regresaron a América Latina para imponer el más injusto y doloroso de los sistemas económicos y monetarios con el objetivo de afianzar las dictaduras del Cono Sur, todas ellas empujadas y sostenidas por Estados Unidos. Friedman, el padre de la teoría del shock económico, atribuye a sus "chicos" o Chicago Boys el llamado "milagro chileno". 

Con el regreso de la democracia a Chile no se desmontó ese modelo neoliberal, por contra se reinventó incluso durante los gobiernos de la Concertación, de centro-izquierda y abanderados por Michelle Bachelet. Chile entró en una carrera de fondo y firmó multitud de tratados de libre comercio con China y otros países asiáticos, fue gran receptor de inversión extranjera y uno de los primeros integrantes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), así como la envidia de algunos de sus vecinos, como Perú, que buscaba siempre parecerse a Chile pese a las rivalidades. 

Por su lado, la clase dirigente chilena promotora del modelo capitalista a ultranza ha querido siempre emular a un país del primer mundo, pero con un nivel de desigualdad desvergonzado e inadmisible en un estado del bienestar.

Durante las protestas de 2019, Plaza Italia, lugar de concentración durante semanas, pasó a llamarse Plaza de la Dignidad porque desde ese espacio público y simbólico, donde se volvieron a escuchar las canciones de Víctor Jara, se decidió desmontar el sistema de Pinochet y los Chicago Boys; también allí se forjó la necesidad de convocar una Asamblea Constituyente, y así ocurrió en mayo de 2021. Ahora Gabriel Boric gobernará al tiempo que los constituyentes escriben una nueva Carta Magna que elimine todo vestigio pinochetista, toda seña de identidad del modelo económico y social que se impuso durante la dictadura. 

Tras ser elegido por el 55,9 por ciento de los votos, frente al ultraderechista y pinochetista José Antonio Kast, Boric, el primer presidente millennial de la historia de Chile, se dirigió en la noche del domingo al escenario instalado en la céntrica Alameda de Santiago, pero no le fue fácil llegar, tuvo que saltar varias vallas porque la multitud le cerraba el camino. Con la misma dificultad que tuvo para alcanzar la tribuna, afrontará la misión de transformar Chile desde el 11 de marzo de 2022, cuando tomará posesión de su cargo y gobernará desde el Palacio de la Moneda. ¡Cuánta historia y cuánta memoria en su interior!