Dominio público

La victoria del kirchnerismo

Nicolás Cherny

La victoria del kirchnerismo

 

Nicolás Cherny
Politólogo e investigador en el Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina

Sebastián Lavezzolo
Politólogo e investigador en la Universidad de Nueva York

Ilustración de Mikel Casal

Hace apenas dos años existían numerosos indicios para pronosticar un cambio de ciclo en la política argentina. En las elecciones legislativas de 2009, los candidatos kirchneristas al Congreso habían sido duramente castigados por las urnas, la popularidad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) había caído en picado a raíz del conflicto con los agricultores, y abundaban las acusaciones por corrupción, enriquecimiento ilícito o por la supuesta manipulación de los datos de inflación. Del mismo modo, el carácter poco transparente, muchas veces beligerante y muchas otras chulesco del Gobierno, aumentaban el nivel de crispación de la vida política argentina que, se auguraba, no podía beneficiar a los Kirchner en el medio-largo plazo.
Pero CFK arrasó en las recientes elecciones. Y lo hizo de una forma contundente. No sólo ganó la Presidencia con el 54% de los votos, evitando una segunda vuelta y dejando a su rival más próximo nada más que a 37 puntos de distancia, sino que recuperó las mayorías legislativas en la Cámara de Diputados y en el Senado, allanando el camino para la gobernabilidad del país. Asimismo, el Frente para la Victoria (FPV) –marca electoral del kirchnerismo– ganó en siete de las ocho provincias en donde se elegían gobernadores, configurando un mapa político prácticamente monocolor: 20 de 24 provincias estarán gobernadas por fuerzas políticas próximas al Gobierno. ¿Cómo se explica semejante victoria?
Mucha tinta ha corrido por la prensa local e internacional al respecto. No obstante, cierta pereza analítica ha contribuido a instalar en la opinión pública española la idea de que los argentinos están hipnotizados por el carácter populista de sus líderes y que su criterio político se rige por –algo así como– un pensamiento mágico maradoniano: una mezcla de fantasía, fanatismo e idolatría política. Lo cierto es que existen razones bastante menos rebuscadas para entender la victoria del kirchnerismo.
En primer lugar, por lo que la ciencia política llama "voto económico", esto es, la correlación positiva entre el desempeño de la economía y la suerte electoral de los gobiernos. A lo largo de las presidencias de los Kirchner, la economía se expandió a un ritmo envidiable: nada más y nada menos que a un promedio del 7,7% anual, acumulando un crecimiento del PIB entre 2003 y 2011 del 70%. En momentos en que la mayoría de las economías del mundo se encuentran estancadas, CFK concurrió a las elecciones de octubre con uno de los crecimientos económicos más elevados del mundo (8,3%). Así, los resultados económicos de la gestión K podrían explicar los espectaculares resultados electorales.
En segundo lugar, más allá de los resultados económicos, la abultada agenda política del Gobierno –pero sobre todo del proyecto kirchnerista– ha sido un gran activo político para CFK. Ejemplo de ello son la reapertura de los juicios a los militares de la última dictadura, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Matrimonio Igualitario, la entrega de ordenadores portátiles a alumnos en la escuela pública o la congelación de las tarifas de servicios públicos para compensar el impacto de la inflación sobre los sectores de renta media y baja. Un reciente trabajo del Centro de Estudios de Opinión Pública de la Universidad de Buenos Aires indica que algunas de estas políticas contaron incluso con un amplio apoyo entre los votantes no afines al Gobierno. Por tanto, el carácter social y redistributivo del Gobierno de CFK también podría justificar la nueva victoria del peronismo.
Por otro lado, es indudable que el papel de la oposición ha contribuido enormemente en la reelección de la presidenta. En primer lugar, los partidos de la oposición se mostraron incapaces de construir una o dos coaliciones competitivas a partir del triunfo en las parlamentarias de 2009. Ni siquiera los incentivos del nuevo sistema de elecciones primarias abiertas para producir cooperación entre los partidos hicieron que los intentos panradicales (entre la UCR y el centro izquierda) o panperonistas (entre líderes territoriales del peronismo disidente) dieran su fruto. El resultado fue una oferta electoral muy fragmentada. Sumado a esto, la falta de carisma y liderazgo entre las principales figuras de la oposición impidió que el voto anti-K se concentrase en torno a una de las candidaturas.
Por último, es probable que la muerte de Néstor Kirchner, en octubre de 2010, haya marcado un antes y un después en la consideración de la ciudadanía sobre el Gobierno de Cristina. El expresidente se había formado una imagen negativa entre los votantes, lo cual le supuso perder las elecciones legislativas de 2009. Pero su muerte contribuyó, curiosamente, a un relanzamiento de su proyecto político: amplificó el legado positivo de su mandato en torno a la rápida reconstrucción estatal y la confianza ciudadana lograda luego de la crisis de 2001, y minimizó los rasgos personalistas, la concentración del poder y la permanente creación de antagonismos. Los datos son incuestionables en este respecto: todos los sondeos de opinión muestran un pronunciado y sostenido aumento de la popularidad de CFK a partir de la muerte de su marido.
En resumidas cuentas, los resultados económicos, la política social, la fragmentación partidista y el nuevo impulso del proyecto kirchnerista a raíz de la muerte de uno de sus líderes son algunas de las posibles razones para explicar la victoria del kirchnerismo.

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