Dominio público

No mires al cielo aunque te mueras

Beatriz Gimeno

No mires al cielo aunque te mueras
Un gorrión.- PIXABAY

Ayer paseé por El Retiro y no vi un solo gorrión. Cuando era pequeña y me llevaban al Retiro los domingos por la mañana, llevábamos bolsitas de pan y si las echábamos al suelo se acercaban palomas y gorriones. Y si te sentabas en una terraza y pedías cualquier cosa, al rato, ya tenían unos cuantos gorriones amagando con posarse en la mesa. Había gorriones en todas partes, poblaban las ciudades, pero eran tan humildes que no nos hemos dado cuenta de que han desaparecido.

Recientemente todas nos hemos puesto a comentar la película No mires arriba casi diría que con alborozo. Es, como magníficamente escribió Alba Rico, el placer del reconocionismo. Pensé en su artículo mientras pensaba en los gorriones. Nos creemos muy listos porque pertenecemos al grupo de quien ha entendido la película; de quienes somos capaces de poner nombre e ideología a los personajes que aparecen. Sabemos que habla de este tiempo que vivimos e identificamos la crítica y la burla. Los que somos de aquí vemos a Ayuso, los de allí verán a Trump, y vemos a los científicos, y a los medios... llevamos años hablando de eso en lo que se han convertido los medios. Pero mientras nos ocupamos en escribir nuestros artículos, en leerlos, y en comentar la película de moda, lo cierto es que tampoco miramos al cielo, ni a nuestro alrededor.

Los cielos se vacían. A nuestro alrededor van desapareciendo especies de aves a un ritmo insoportable. El Libro Rojo de las Aves que ha presentado SEO/Birdlife nos informa que más de la mitad de las especies de aves de nuestro país están en mal estado de conservación, una de cada cuatro amenazada por la extinción y 12 ya extintas. Las aves son un preciso termómetro de la conservación de la vida del planeta, pero un termómetro menos visible, quizá, que el que se fija en especies que se terminan convirtiendo en emblemáticas, como el lince, el oso o la ballena y en el caso de las aves, las águilas o los buitres. Se destina dinero a las grandes especies emblemáticas y se consigue que se recuperen, pero aunque es necesario recuperar todas las especies, ese dinero es mera propaganda. La vida es una cadena que se rompe si falla cualquier eslabón y no sólo el más llamativo. Las aves en general no podemos verlas de cerca, muchas de las que están en peligro no son enormes y llamativas y hay pocas fábulas, pocos mitos, pocos cuentos de infancia relacionados con los humildes gorriones. El dinero que se gasta en la recuperación del buitre leonado es la pantalla para que no nos demos cuenta del silencio en el que se sumen los cielos cuando desaparecen masivamente las aves menos llamativas; esas de las que poca gente habla.

No sólo el cielo se vacía de aves. Los campos se vacían de vida. También me sobresalté el verano pasado, cuando me tumbé en una hamaca en el campo, en julio, y me di cuenta de que me rodeaba el silencio. Los campos se están convirtiendo en espacios cada vez más silenciosos, y no sólo porque desaparecen los pájaros. Desaparecen los saltamontes, las luciérnagas y también las cantarinas chicharras y los grillos. Los campos se vacían de vida, igual que los cielos, y seguimos como si nada.

Como si nada, no. En todos los programas electorales encontramos  medidas a favor de combatir el cambio climático, por la sostenibilidad, la ecología y el medio ambiente. En los gobiernos se crean ministerios, departamentos, comités de expertos, comisiones; suscribimos documentos internacionales, asumimos compromisos, publicitamos Agendas......y una diría que todo eso se hace con la intención de que dejemos de mirar al cielo, o al campo, o a los mares.  Porque si una leve crítica a una industria como la cárnica produce tal espantada de quienes firman documentos, preparan agendas, hacen declaraciones y organizan comités, lo mejor es que o abandonamos la intención de salvar el planeta o los abandonamos a ellos.

La espantada nos ha demostrado, mejor que cualquier artículo que pueda escribir el ecologista más reconocido, en quién no podemos confiar. Las macrogranjas son vertederos que expulsan a la gente de los pueblos, contaminan el agua, son infiernos de sufrimiento animal y ofrecen carne llena de productos químicos. Pero se sigue permitiendo su instalación y no hay proyecto de cerrarlas o de, al menos, apoyar efectivamente a quienes ofrecen otra manera de criar animales y de vivir y trabajar en el campo. Lo hemos visto: ni siquiera hay intención de asumir una mínima crítica razonada y necesaria.

Así que sí. No hace falta ser Ayuso o Trump o Meryl Streep para darnos cuenta de que los gobiernos no quieren que miremos al cielo pero tampoco hace falta que hagan mucho énfasis en ello; nadie quiere mirar al cielo, ni al mar ni a la tierra si esa mirada nos obliga a cambiar de vida. Por ahora casi todos y todas preferimos mirar para otro lado. Y mientras, a nuestro alrededor, se hace el silencio. Un día ese silencio resultará ya tan atronador que no podremos evitarlo. Por entonces, puede que sea tarde.

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