Dominio público

Ambición social contra la extrema derecha

Mario Ríos

Profesor asociado en el área de Ciencias Políticas de las Universidades de Girona y Barcelona

Ambición social contra la extrema derecha
El líder de Vox, Santiago Abascal, a la espera de su encuentro con el primer ministro de Hungría, Viktor Orban.- David Fernández/EFE

La mayor amenaza contra la democracia no es un golpe de Estado, sino su deterioro desde dentro por parte de aquellos actores políticos que nunca han creído en ella. Esto es lo que Adam Przeworski concluye después de décadas estudiando el funcionamiento de la democracia. Las formaciones políticas que persiguen este objetivo, todas ellas ubicadas en la extrema derecha, lo hacen sin cargar directamente contra el sistema democrático, sino alterando sus normas, sus reglas, su funcionamiento y orientándolos hacia su propio beneficio para deslegitimarlo ante los ojos de la mayoría de los ciudadanos. Los ejemplos más conocidos son Trump u Orbán, pero también sucede lo mismo en Polonia o Brasil. Todos ellos aliados de Vox. La democracia, pues, se ve amenazada por partidos o candidatos que han obtenido el poder o quieren obtenerlo por medios electorales.

La mejor vacuna contra esta dinámica política impulsada por la extrema derecha es una participación electoral masiva que permita derrotar a estas fuerzas y situarlas sistemáticamente en la oposición. Ahora bien, estas victorias electorales no se producen por arte de magia. De hecho, las contiendas electorales entre la extrema derecha y las fuerzas democráticas son cada vez más ajustadas ya que la movilización electoral bajo la amenaza del fascismo no parece actuar como acicate para muchos votantes. Una de las razones que pueden explicar el escaso éxito de estas estrategias puede estar vinculada a la pérdida de atractivo que está experimentando el sistema democrático desde la Gran Recesión: amplios segmentos de la población consideran que este no cumple con sus expectativas y no atiende sus demandas o necesidades. Otros creen que el sistema no les beneficia y que solo se ocupa de los intereses de aquellos que más tienen, ya sean personas o empresas. Esto degrada la democracia ante ciertos sectores de la ciudadanía y, aunque el apoyo genérico a la misma como tal no se resienta, la movilización contra la extrema derecha bajo esta bandera no resulta demasiado efectiva.

Si aterrizamos este marco al contexto político de nuestro país podemos percibir con claridad algunas de estas dinámicas. La primera de ellas es que la fuerza política cuya tendencia electoral es ascendente es Vox. Los de Abascal se sitúan cada vez más cerca del PP. Tanto el CIS como algunas encuestas privadas captan con nitidez cómo Vox no solo se consolida en la tercera plaza, sino que además lo sitúa como una fuerza política competitiva en el ámbito de la derecha gracias a las transferencias directas de voto provenientes del PP. Esto es lo que explica la radicalización discursiva y programática de Casado y el dilema que tienen ante sí los conservadores de cara a las elecciones de 2023: combatir la extrema derecha o legitimarla discursivamente.

El grado de fortaleza electoral que muestra Vox en las diferentes encuestas contrasta con la caída que padecen las izquierdas que forman la coalición de gobierno. Desde las elecciones del 4M en Madrid, la izquierda está viviendo un deterioro en sus expectativas electorales. Pese a que desde octubre existía una tendencia ascendente, el barómetro de enero del CIS dibuja un descenso en los apoyos al PSOE y UP. Un descenso que se debe a una cuestión de desmovilización electoral. Algunos sectores de la izquierda española muestran cierta propensión a la indecisión política y al abstencionismo. Este comportamiento puede estar relacionado con la percepción crítica que se da en parte del electorado de izquierdas sobre el Gobierno de coalición tal y como muestra el estudio realizado por 40dB para el Grupo Prisa en enero.

Dicho estudio dibujaba una contradicción política en el que la mayoría de las medidas del gobierno cuentan con un apoyo social elevado, especialmente las más redistributivas y que más han protegido a la población (SMI, ERTE e IMV), pero el Gobierno no es bien valorado. Dos datos muestran esta valoración negativa del ejecutivo. El primero es cómo los encuestados definen al gobierno: la mayoría asegura que es un ejecutivo incompetente, incumplidor, escasamente receptivo a las demandas, dividido e inestable. Aunque son los votantes de las formaciones de derechas los que más negativamente definen al gobierno de coalición, segmentos nada despreciables de los electorados socialista y morado también lo hacen. El segundo dato, más importante que el anterior, es que la mayoría de encuestados consideran que el gobierno está dando la espalda a su base social y que son las rentas altas y las grandes empresas las que se benefician de sus actuaciones. De nuevo, segmentos importantes de la coalición electoral que apoya al gobierno opinan lo mismo. Este es quizás el dato más preocupante para las fuerzas de izquierdas: parte de su propia base no se percibe como beneficiada por la acción de gobierno.

Ante esto, la izquierda debería dejarse de tacticismos y de mirar a corto plazo. La búsqueda del inexistente centro, la timidez de algunas medidas y el excesivo y constante ruido en el funcionamiento interno de la coalición generan malestar entre las bases sociopolíticas del gobierno. En un contexto en que los votantes piden solución a sus problemas y encarar las diferentes crisis que se encabalgan ofreciendo certezas, el peor error que puede cometer el actual ejecutivo es no apostar por un programa social y económico ambicioso. La base social de la izquierda solo acudirá a las urnas si siente que su voto sirve para mejorar sus condiciones de vida y las de su entorno. Es decir, si no se siente abandonada por su gobierno. Para ello, el ejecutivo de Sánchez tiene que apretar el acelerador en las medias sociales y económicas en lo que queda de legislatura.

La amenaza que supone Vox para la convivencia democrática solo se puede combatir mostrando que la democracia es la herramienta más eficaz que tiene la mayoría social para poder vivir mejor. Es el Gobierno el que debe demostrarlo con hechos. El mantra de que vienen los bárbaros ya no da más de sí. Los bárbaros hace ya tiempo que llegaron y han consolidado sus posiciones. La mejor manera de parar su ascenso en este momento es convenciendo a la mayoría social de que la política y la democracia son los mejores instrumentos para conseguir una sociedad más justa y digna. No solo el futuro de la coalición depende de ello. También nos jugamos un deterioro democrático sin precedentes desde la Transición.

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