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El verdadero cordón democrático a la extrema derecha

Miquel Ramos

El verdadero cordón democrático a la extrema derecha
El portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, alza la mano en presencia del líder del partido, Santiago Abascal, y de la portavoz adjunta Macarena Olona durante la sesión plenaria del Congreso de los Diputados el pasado 17 de febrero. EFE/ Mariscal

Andan las calles de Madrid agitadas estos días tras el espectáculo cainita del PP. La imagen de la revuelta ayuser bajo su sede de Génova, el revival Cayetano que ya vimos en pandemia en Núñez de Balboa, se revuelve hoy contra el principal partido de derechas. No voy a hablar de este sadomasoquismo habitual de los hooligans de la derecha, acostumbrados a embadurnarse en las heces de sus amos y a hacer gárgaras con sus orines, pero el esperpento de estos días me sirve para que no perdamos de vista lo que se cuece más allá.

Uno de los interrogantes y temores de muchos ante esta situación es que sea la ultraderecha quien la rentabilice. Obviamente, esta se está frotando las manos. Otros, sin embargo, a pesar de reivindicarse de izquierdas, piensan que todo lo que destruya al principal partido de derechas, aunque lo gane la ultraderecha, le va a beneficiar. Esto, aunque sea obsceno, ha sido bastante habitual entre quienes viven de la política partidista, y no solo en España. Calculan todo según su partido, sin pensar en quienes de verdad sufrirán las consecuencias de una derecha extrema cada vez más poderosa y presente en las instituciones, aunque sea en la oposición. Por eso, histórica y erróneamente, algunos tecnócratas que se creen de izquierdas ven con buenos ojos que, a su principal oponente, el partido conservador, le salga un competidor por su derecha más extrema.

Sé que suena mal, pero es que el auge de la extrema derecha tiene también responsabilidades por la izquierda, y estas son proporcionales a sus capacidades. Quiero decir, que los principales partidos de izquierda, sobre todo los que gobiernan, han tenido en sus manos implementar medidas que sirvieran de contención a la campaña ultraderechista, y no lo han hecho. No hablo de cordones democráticos a posteriori, que suenan muy dignos pero que sabemos imposibles en este país en el que la ultraderecha se normalizó desde que se transformó en demócrata de la noche al día hace más 40 años. Hablo de las políticas que no se hacen, que precarizan, que enmordazan y que desaniman a la mayoría a seguir confiando en que la izquierda institucional es capaz o tiene voluntad real de cambiar algo.

El auge de la extrema derecha no se explica únicamente con su gran inversión económica ni responsabilizando solo a los medios de comunicación. Algo hemos hecho mal el resto también, sobre todo quien tiene posibilidades de hacer algo y no lo hace. Que le digan a José Manuel y a María, los octogenarios desahuciados el pasado viernes en Carabanchel, que gobierna la izquierda y que tenga cuidado con la ultraderecha. Que tengan cuidado también los obreros que preparan huelgas y protestas, que si viene la derecha será peor que la tanqueta de Cádiz. Y no digamos las personas migrantes, que, seguro que, si gana la derecha, construirá un CIE y los encerrará y deportará. Igual que ahora pero sin que te guiñen el ojo.

El pasado viernes, TVE sentaba en una mesa a varias personas para hablar del auge de la extrema derecha. Hablaron de Trump, de internet, de las conexiones internacionales, de las mentiras de sus discursos, y se preguntaron también si los medios tenían algún tipo de responsabilidad. Hablaban en tercera persona.

En medio del debate, el foco se desplazó a la calle. Una reportera mostraba una despensa llena de comida y a varias personas explicando sus recogidas y repartos de alimentos a familias españolas en situación precaria. TVE acababa de descubrir, ocho años después de su existencia, y cuando ya agonizaban, a los nazis Hogar Social Madrid. La pieza es un deleznable publirreportaje que da cancha a estos nazis para que promocionen su trabajo y se presenten como una ONG. Ni una alusión a sus vinculaciones con grupos nazis, sus juicios pendientes ni sus esvásticas tatuadas. Tan solo una pregunta supuestamente incómoda "¿Antes os llamabais Hogar Social Ramiro Ledesma?". Demoledor... Luego explicaron en plató que eso de discriminar está muy mal. Y ya está. Un macabro e insultante dejavú que, a quienes llevamos años siguiendo, denunciando y sufriendo a la extrema derecha, nos dio la respuesta a la pregunta que ellos mismos planteaban: "¿Tienen los medios responsabilidad en el auge de la ultraderecha?" Sí, como estáis haciendo vosotros resucitando y regalando minutos de oro en la televisión pública a una organización nazi marginal. Y es que hace ya años se advirtió de los errores que cometieron muchos medios haciendo precisamente lo mismo que acabáis de hacer. Enhorabuena.

No soy amigo de las pataletas sin propuestas. Hay que quejarse de quienes, con su poder, pueden hacer y no quieren, pero hay que reflexionar también sobre el papel de quienes no tenemos carné de ningún partido ni somos dueños de ningún medio, sobre qué estamos haciendo mal y qué podemos hacer mejor. El viernes, mientras la atención estaba en los despachos del PP, me acerqué al desahucio de José Manuel y María. Rodeados por decenas de antidisturbios permanecían a primera hora de la mañana quienes habían acompañado toda la noche al octogenario y habían tratado de impedir el desahucio. Hubo dos personas detenidas. Nos sorprendemos cuando vemos a miles de personas coreando el nombre de Ayuso. Y hasta nos reímos. Pero somos incapaces de ir a un desahucio a protestar.

Esa misma tarde, la localidad valenciana de Pego se llenó de solidaridad para denunciar la petición de nueve años de prisión a catorce jóvenes antifascistas que protestaron contra un grupo neonazi que se paseó por el pueblo insultando a los vecinos y colgando pegatinas con la cara de Hitler. Son, junto con otros jóvenes antifascistas de València, Zaragoza, Madrid, Barcelona y otras ciudades, quienes también ponen el cuerpo y se la juegan contra los fascistas, que tienen carta blanca para decorar las paredes con la cara de Hitler, realizar homenajes a la División Azul o pasearse por Chueca llamando sidosos a los vecinos.

El sábado, unas 80.000 de personas se manifestaban en varias ciudades de Andalucía por la sanidad pública, y el domingo, València fue el escenario de una manifestación contra un proyecto urbanístico que, de nuevo, volverá a destruir la huerta para construir pisos y asfalto. Varios activistas se enfrentan a multas que ascienden a 30.000€ por varias protestas similares. También en varias ciudades catalanas, este fin de semana salieron cientos de personas para recordar que el rapero Pablo Hasel cumple un año en prisión y exigir la derogación de la Ley Mordaza. Como la pasada semana, que hubo protestas contra esta ley en varias ciudades del Estado que reunieron a miles de personas y pasaron bastante desapercibidas en los medios.

Si, hay gente que se mueve, que no para, y que tampoco sale en televisión ni es motivo de debate en las tertulias, o al menos no tanto como las crónicas de palacio y los tejemanejes entre partidos. Movimientos que no esperan a que el gobierno de turno, por mucho que se diga de izquierdas, solucione todos los problemas. Salen a la calle, plantean soluciones y actúan. Estos movimientos sociales son el verdadero cordón democrático contra la extrema derecha. Los que tejen comunidad, defienden a los más vulnerables y construyen en sus barrios un dique contra el odio que promueven los fascistas. Quienes hoy hablan desde sus tribunas de cordones democrático, que empiecen a dar ejemplo haciendo esas políticas que no haría la extrema derecha, si quieren que les creamos cuando ahora, sobre tierra quemada, hablan de cordones democráticos. Porque al final, eso de pedir el voto porque viene el coco, no se lo va a creer nadie.

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