Pasan los días, la guerra continua en Ucrania, la gente sigue huyendo del horror, el Ejército ruso continua su ataque y desde Occidente se ha optado de manera explícita por abordar esta situación desde el plano moral. De este modo, todo lo que sucede se analiza en términos de blanco y negro, de buenos y malos, del eje del bien contra el eje del mal. Y, francamente, las cosas son mucho más complicadas que lo que parece indicar esta sencilla ecuación.
Pero es precisamente sobre en este marco sobre el que se está sosteniendo el grueso del discurso público occidental. En líneas generales, el discurso predominante es el que plantea que la guerra de Putin es un ataque contra los valores democráticos y que es la OTAN la organización encargada de velar por esos valores. Esto es sorprendente, ya que la OTAN es una organización internacional de Seguridad y Defensa, pero, en ningún caso es defensora de valores democráticos, así como tampoco lo es alguno de sus miembros. Quizás durante la Guerra Fría, momento en que fue creada esta estructura militar defensiva, tuvo algún sentido la evocación de la defensa de los valores frente a lo que representaba el Pacto de Varsovia, su contraparte de entonces, pero en la actualidad no existe un antagonismo ideológico tal que permita armar un discurso en esos términos. De hecho, a pesar de que a la opinión pública se le plantea que esta guerra es un enfrentamiento por un sistema de valores determinados, lo que esa misma opinión pública observa con estupor es cómo desde el mundo occidental se intentan establecer alianzas con países que hasta hace apenas un mes conformaban parte el "eje del mal" para Occidente, como es el caso de Venezuela. O cómo también se intenta convencer a China de posicionarse en relación con la agresión rusa. Si la declaración de Putin y Xi Hin Ping durante los Juegos Olímpicos fue para algunos la prueba de que efectivamente entrábamos en una competición por la defensa de unos valores, entonces no se entiende que se quiera sumar a China en el bando de la defensa de los valores democráticos. Algo suena muy raro en todo esto, y ese algo produce confusión entre la opinión pública. Parece evidente, por tanto, que el debate moral sobre la defensa de los valores no se sostiene por ningún lado.
Pero a lo anterior se suman dos cuestiones que también inciden sobre lo mismo. La primera la extrema habilidad que ha demostrado Zelensky en la esfera pública internacional para introducir un relato que incide, precisamente en lo anterior, que no es ni más ni menos que en Ucrania se está jugando la lucha por los valores democráticos, y que, por tanto, lo que está en juego es la defensa de occidente en sí misma. La segunda, la manera en que el presidente norteamericano, Joe Biden, personaliza, de manera descarnada, a la vez que imprudente, los ataques directamente contra Putin llamándole entre otras lindezas criminal de guerra o carnicero. La utilización de tales calificativos no tendría mayor impacto en boca de otras personas, no así en la del presidente de EEUU. En este caso lo que provoca es un mayor enconamiento y escalada, de momento, verbal, en la guerra, además de estar indicando que no habrá clemencia con el Kremlin. Y si esto es así, ¿por qué debería Putin negociar un alto el fuego? Y es por esto por lo que rápidamente los servicios de comunicación de la Casa Blanca han salido a matizar siempre las salidas de tono de su jefe.
Pero, además, en el momento de una potencial negociación de un alto el fuego o incluso algún acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, puede ser muy complicado para Occidente y para Kiev, en el marco de este discurso de lucha de valores, aceptar determinadas cesiones tales como un estatuto de neutralidad para el país o la pérdida de parte del territorio ahora bajo el control ruso, puesto que sería una renuncia no ya a las posiciones iniciales, sino a sus propios valores. Insistir, por tanto, en este discurso moralista y profundamente hipócrita no hace si no a ojos de otros, porque es importante recordar que el mundo no se limita a EEUU, Reino Unido y la UE, y de la propia opinión pública perder grandes dosis de legitimidad en sus acciones, ya muy dañadas, por otro lado, como consecuencia de acciones pasadas.
Así, un planteamiento menos visceral, occidentalista y liberal, por el contrario, permitiría tejer alianzas con otros países, situados en el sur global, de manera mucho más firme. De hecho, esta aproximación hubiera sido la más inteligente en términos de aislamiento de Rusia, puesto que, primero no entraría en contradicciones civilizatorias, y segundo, las potenciales alianzas tendrían un suelo más sólido.
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