Dominio público

Un retroceso que nos pone en riesgo a todas

Beatriz Gimeno

Un retroceso que nos pone en riesgo a todas
Foto de las protestas en contra de la ley que entró en vigor en Texas. EFE/EPA/SHAWN THEW/Archivo

Parece que el Tribunal Supremo de EE.UU se dispone a revertir la histórica decisión Roe contra Wade que en 1973 dio cobertura legal al derecho al aborto. Las razones que ahora esgrimen los jueces "constitucionalistas" de allí para revertir la sentencia es tan peregrina como decir que el derecho al aborto no figura en la Constitución norteamericana. Está claro que los llamados constitucionalistas de allí y de aquí son aquellos que consideran que la Constitución es la Biblia, simbólica y casi literalmente. Se trata de un retroceso pocas veces experimentado en los derechos de las mujeres. Primero por ser el derecho al aborto la clave de bóveda de todos los derechos y, en segundo lugar, porque hasta ahora avanzábamos hacia la igualdad sufriendo recesos en el camino, pero pocas veces retrocesos de esta envergadura. El retroceso es monumental por la carga simbólica que tiene al darse en EE.UU, patria ideológica y taller de la extrema derecha mundial. Además, los argumentos utilizados dan terror porque en la Constitución de EE.UU no figura el derecho al aborto, no, así como tampoco el derecho al voto para las mujeres o la igualdad para las personas de raza negra. En el fondo (y en la forma) se trata de un ejemplo práctico de la elevación a lo más alto (nada menos que el Tribunal Supremo)  de los argumentos "desacomplejados", absurdos, históricamente falsos o estúpidos de Trump y sus discípulos/as, véase Ayuso. Da la sensación de que cualquier cosa es posible.

Cualquiera que haya estudiado mínimamente la historia del aborto sabrá que ésta es tan larga como la de la misma humanidad. Que las mujeres siempre han luchado por controlar su natalidad, es decir, por tener un cierto control sobre sus propias vidas. Que el aborto ha estado tan extendido que durante la mayor parte de la historia no ha estado especialmente penalizado, ni siquiera por la Iglesia. Entre otras cosas porque todo el mundo ha sido consciente de que era inevitable. Históricamente siempre existió, además, una diferencia entre lo que ahora llamamos embrión y el feto, siendo que prácticamente ninguna institución ni sociedad consideraba un aborto en las primeras semanas (es un embrión hasta la octava semana de gestación) como un crimen y ni siquiera como un pecado. Provocarse un aborto formaba parte del ámbito de lo que una mujer podía decidir hacer para sí misma, un ámbito siempre estrecho en todo caso. Era algo íntimo, personal. El feto siempre ha gozado de alguna protección, cierto, y las leyes que regulan el aborto siguen ofreciendo dicha protección, pero lo que dichas leyes hacen es considerar que los derechos de las mujeres están, al menos durante un tiempo, por encima de los derechos de un ser que no ha nacido.

Pero incluso en casos de abortos tardíos prácticamente ningún país lo ha considerado como un crimen grave hasta el siglo XIX. Jamás se ha equiparado el embrión o el feto a la vida de la madre. Es cuando aparece el feminismo como movimiento organizado y cuando las mujeres comenzamos a "arrancar" privilegios a los hombres y al sistema, cuando el aborto se convierte en un tema central entre los defensores del patriarcado. Porque, efectivamente, lo es. Nada hay con la misma capacidad para situarnos en un plano de desigualdad, simbólica y material, como que el estado tome posesión simbólica de nuestros cuerpos, que es como hacerlo de nuestras vidas. Impedir que podamos decidir sobre nuestras vidas a ese nivel, al nivel de poder obligarnos a continuar con un embarazo no deseado, supone un nivel de violencia insoportable. Supone considerar nuestros cuerpos como un objeto al servicio de ese estado. Supone que un poder ajeno a nosotras se arroga el poder de interferir en una de las decisiones básicas de las mujeres, la de decidir ser o no ser madre una vez comenzado, por la razón que sea, un embarazo; supone que el estado puede violarnos, torturarnos, encarcelarnos por tomar una decisión que tiene que ver con nuestra capacidad/libertad para ser nuestras propias dueñas. El retroceso de este derecho anunciado en EE.UU no tiene que ver sólo con el acto en sí, sino que representa, defiende y extiende una concepción de la vida y de la sociedad en la que las mujeres ocupan un lugar subordinado a los hombres, a la familia, al estado. Se puede saber cómo es una sociedad, qué políticas defiende, observando cómo se permite o prohíbe, y en qué condiciones, a las mujeres acceder a este derecho.

El aborto define la posición de las mujeres en una sociedad dada pero en cuanto a las vidas particulares el aborto es siempre una cuestión de clase. Las mujeres han abortado siempre y seguirán haciéndolo. El número de abortos no disminuye nada estando penado (las estadísticas de los organismos internacionales lo dejan claro) así que la diferencia es que abortar estando penado significa hacerlo en condiciones de inseguridad, que pueden llegar a costar la vida y o la cárcel. Pero únicamente a las pobres. Quienes quieren controlar las vidas de las mujeres y ponerlas al servicio del patriarcado, defienden también, y siempre, un determinado orden de clase. Nunca una mujer rica ha ido a la cárcel, ha sido siquiera interrogada, detenida  o molestada por abortar. Ellas abortan sin problemas y lo han hecho siempre, pero controlar a las mujeres pobres supone poder expresar al mismo tiempo el odio misógino y el odio de clase, porque sólo a las mujeres pobres van destinadas estas leyes.

El tribunal supremo de EE.UU lo que va a dictaminar es que no haya cobertura nacional para este derecho. En los estados más desarrollados se podrá seguir abortando y allí viajarán las más pudientes si hace falta, igual que viajarían a otros países como se hacía en España. Pero, incluso en el caso de que se extendiera una prohibición general, existirían clínicas privadas que lo harían sin ser molestadas, así ha sido siempre. El acceso al aborto refleja también, como pocas cosas, la diferencia de clase. Libertad y seguridad para unas pocas; miedo, inseguridad y muerte o cárcel para la mayoría. Esto también  es lucha de clases. Y si se ha perdido esta batalla, no nos engañemos, es porque los progresistas no se han preocupado lo suficiente de asegurar este derecho, porque no lo han considerado una cuestión absolutamente fundamental. Sabiendo, como sabemos, que los reaccionarios tienen el aborto en el punto de mira en todo el mundo, todo lo que no sea avanzar con decisión y aumentar su protección, supone dejar flancos abiertos. Los miedos de la izquierda no los tiene nunca la derecha, que se dispone a revocar esta sentencia cuando 7 de cada 10 estadounidenses está en contra según las encuestas. Cuando las mujeres defendemos el derecho al aborto estamos luchando por nuestras vidas; por la igualdad, la libertad y la dignidad de nuestras vidas. Es un golpe duro sin duda pero, como siempre, nos sobrepondremos para continuar luchando.

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