Cuando se me ha preguntado sobre ambos líderes socialistas, con un cierto ánimo de boutade, he dado por respuesta que, al lado del actual presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero se me aparecía como un Olof Palme cuando no un Willy Brandt. Sin duda la baraka de Pedro Sánchez, producto de una innegable capacidad para encarar situaciones difíciles con atrevimiento, lo ha convertido en representación genuina de político ligero de ideología y por ende accidentalista. ¡Fuera lastres innecesarios! Algún día se estudiará con detalle en las facultades de Ciencias Políticas lo ocurrido en el año 2016 como paradigma de modernidad, la misma que llevó al éxito a Macron en Francia, hundiendo la socialdemocracia francesa y que en España pretendió alcanzar la cumbre con su pacto frustrado con Albert Rivera.
En paralelo, el republicanismo catalán en los últimos tiempos se impuso el imperativo de metabolizar el procés a partir de una profunda reflexión sobre lo acaecido en Catalunya y lo protagonizado en la calle en clave de asunción del principio de realidad. Concretar en definitiva qué debía apuntarse en la columna de los aciertos y qué debía endosarse en la columna de déficits. Un ejercicio que explica no sólo la aritmética que hizo posible la actual presidencia socialista sino también la aprobación de los presupuestos del Estado vigentes. Un bloque de investidura que, pese a todos los contratiempos, le ha permitido al PSOE hacer camino.
Pedro Sánchez, pues, debería haber aprendido de Rodríguez Zapatero. El mismo presidente que, dos años después de su investidura en 2004 gracias al apoyo del republicanismo independentista, renunció al compromiso adquirido de emprender el camino de la construcción de un sistema que superara el terraplén la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico post23-F para alcanzar un reconocimiento total de la plurinacionalidad, la pluriculturalidad y el plurilingüismo del Estado que necesariamente hubiese implicado enfrentarse a una progresiva y a la par profunda regeneración del aparato estatal y de los órganos constitucionales para ir así armándose para abrir el melón de la reforma constitucional.
Y, por encima de todo, debería haber aprendido de la realidad. Efectivamente, porque ni hoy Pedro Sánchez dispone de un político como Duran i Lleida ni puede acudir a un presidente de la Generalitat como Artur Mas. Líderes con los que en aquel entonces sí pudo contar Rodríguez Zapatero para enterrar veleidades federalizantes y regeneracionistas y así retornar a la dialéctica acuñada en los años de Transición basada en las complicidades entre los partidos españoles mayoritarios y los partidos nacionalistas. Y de aquellas renuncias, de aquella incapacidad, derivó lo acaecido posteriormente. ¡Sin duda!
Ni existen pues ya asideros desde donde hacer palanca para mantener la ficción de un sistema democrático de excelencia, tal como ha quedado reflejado en el decadente marco actual en el que al desprestigio de la Corona se le suman las secuelas del enquistamiento del caso catalán, la facilidad con que sectores del Estado profundo se externalizan del funcionamiento democrático, la frágil separación de los poderes del Estado que más bien se nos aparece como un simple reparto de intereses entre las élites o la trepidante socialización de la banalización de Vox.
Nada ha aprendido Pedro Sánchez del enorme error cometido por parte de Rodríguez Zapatero al interpretar que sus renuncias obligarían a la derecha española a imprimir, a la par, moderación. ¿Ingenuidad? ¿Insensatez? En todo caso, altivez supina la que ignora que estos son los momentos que la derecha siempre sabe aprovechar como plataforma de despegue para alcanzar el retorno al poder.
Si Rodríguez Zapatero pudo traicionarse a sí mismo (ante buena parte ciudadanía catalana, por supuesto, pero no sólo con ella) fue porque previamente fue capaz de vehicular un relato estratégico que apelaba a un cambio progresista. Una mirada en definitiva que interpelaba a las fuerzas de izquierda "periféricas" de entre las cuales el republicanismo catalán, cuyo apoyo recibió. Pero éste no es el caso de Pedro Sánchez, para quien lo vacuo (los contenidos de sus intervenciones parlamentarias más relevantes así lo corroboran) y lo líquido de sus fidelidades ideológicas (la operación de alianza con Albert Rivera en 2016 antes mencionada) querían convertirse en sinónimo de modernidad.
Pero los tiempos son otros. Existe un gobierno inédito de coalición pese le duela al PSOE, el catalanismo constitucionalista es residual, Vox llegó para crecer y el PP mantiene un suelo electoral de hormigón pese a haberse convertido en el partido político con más causas judiciales abiertas por corrupción de la UE. Y, pasado el ecuador de la legislatura, la coyuntura actual empieza a mimetizarse con la de la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero en la que progresivamente se fue evidenciando que todas las renuncias sólo le alcanzaban para ir saliendo al paso del día a día a trompicones, pero con la progresiva evidencia de que con apaños le resultaría imposible encarar con éxito problemas acuciantes como los derivados de la crisis económica y de la propia desafección/contestación de la ciudadanía ante el desamparo.
Y hoy nos hallamos ante otra oportunidad perdida por parte de la izquierda española. ¡Sin duda! Frenazo a la mesa de diálogo pactada con Esquerra Republicana ante el vértigo de tener de publicitar cuál es su oferta a la ciudadanía catalana para contrarrestar la demanda de amnistía y de un referéndum acordado, maltrato a los grupos parlamentarios que posibilitaron investidura y aprobación de las cuentas del Estado. ¡Así es! Y así se evidenció en el caso de la gestión parlamentaria de la reforma laboral despreciando todas las propuestas republicanas porque esta era la exigencia de la CEOE, resistencia a asumir las demandas relativas a la Ley Mordaza inaplazables como las relacionadas con la prohibición del uso de las balas de goma o la devolución en caliente de inmigrantes, el mantenimiento de recursos de inconstitucionalidad a leyes sociales aprobadas en el Parlament, el no respeto al marco competencial estatutario en el proyecto de la Ley de la Vivienda, la inconcreción en la aplicación de los fondos europeos extraordinarios y un largo etcétera de déficits incomprensibles para culminar con la negativa a conformar una Comisión de Investigación en el Congreso ante el catalangate. Un escenario agónico para cuya desaparición no le dan, al gobierno español, suficiente rédito los indultos a los líderes del procés.
En conclusión, un déjà vu. Desgraciadamente.
Comentarios
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