Dominio público

Sueños quemados

Carlos J. López

Habitante de Moros, localidad afectada por el incendio forestal de Ateca, Zaragoza

Un miembro de protección civil accede al centro de control en la localidad de Ateca (Zaragoza). EFE/Javier Cebollada
Un miembro de protección civil accede al centro de control en la localidad de Ateca (Zaragoza). EFE/Javier Cebollada

Estoy en Zaragoza. He bajado a la piscina municipal para poder refrescarme. Llevamos 13 días de ola de calor asfixiante. No recuerdo otra igual. Cada año es peor. Algo está pasando.

Después del baño me tumbo bajo un pino. Intento leer, pero no soy capaz de concentrarme. Hace dos días que mi vida cambió radicalmente y me siento en un duermevela, en una realidad ficcionada, en un reloj sin arena. La copa del pino, verde, rebosante de vida y pájaros me hace daño. Hace dos días tuve que huir del pueblo, casi como un delincuente. Desorientado, confundido, frustrado, enfadado y, sobre todo, derrotado. El enemigo estaba a las puertas del pueblo, pero ni las murallas medievales han evitado la derrota.

El 18 de julio a las 6 de la tarde bajaba al huerto. Por detrás del Collado se veía una pequeña nube de humo. No era normal. Llamo al ayuntamiento, parece un incendio. Sí, parece que ya hay un operativo intentando sofocarlo. Por la zona del Borbojón o de Monegrillo. Me tranquilizo. En el huerto escucho un helicóptero. Después otro, pero muy distanciados. No me gusta, he visto otros incendios y el helicóptero no para de hacer viajes con agua. Atardece ya. Ya no se oyen helicópteros, pero el humo es más intenso. A la mañana siguiente sigue la columna de humo. Es más grande, pero parece lejana.

En el pueblo comenzamos a comentar quién ha podido ser. Se oye algún helicóptero y un avión. Pocos, se ve que el incendio no es importante. Hacemos vida normal. Son las 12 de la mañana. Sobre las 13 horas comienza a llover ceniza. En radio las noticias empiezan a ser alarmantes, nos llaman las familias. No sabemos qué pasa, pero seguimos confiando en los bomberos y autoridades. No hemos visto a ninguno y hay sensación de normalidad. La columna de humo se ensancha. Al poco la megafonía del pueblo, que suplió hace años al pregonero, nos conmina a evacuar el pueblo. Los que estamos más lejos no lo escuchamos, pero las llamadas continuas nos alertan. Emprendemos la vuelta al pueblo. La Guardia Civil está cortando las carreteras. Nos entorpece volver, pero no podemos dejar a la familia sola en el pueblo. Son minutos decisivos que estamos perdiendo.

Se impone la cordura. Las familias esperan, ya, con unos pocos enseres. Son las 14:30 horas. Se ha hecho de noche y el fuego está ascendiendo por la ladera oeste y descendiendo por la este. La niebla espesa se apodera de Moros. Ya hay un retén de bomberos en el pueblo estudiando cómo defenderlo. Es el primero que vemos. Es imposible, no caben por las calles medievales. El pueblo está casi totalmente cercado por el fuego cuando tomamos la carretera de Ateca. Conducimos inconscientemente, nos cruzamos con un retén de la UME, una pequeña esperanza en medio de la tormenta. Hemos salvado a la familia, pero seguimos sin entender nada. ¿Cómo se ha
iniciado el fuego? ¿Por qué no han sido capaces de atajarlo si la mitad era monte bajo? ¿Cómo puede avanzar tan rápido si apenas hay viento? Llegamos a Ateca. Hay muchos nervios, atascos, desorganización, abatimiento. Seguimos conduciendo inconscientemente, como si fuera un bálsamo en una herida. Llegamos a Calatayud.

La escasa alegría de sentirnos a salvo no puede superar la tensión, rabia y frustración. El calor es sofocante, superados los 40º, que se suman a la fiebre de nuestros cuerpos por el exceso de adrenalina. Decidimos ir a la terraza de un bar. Allí pasamos muchas horas. Algunos comen algo, el hambre es lo primero que se pierde. Los teléfonos no paran de sonar. Los vecinos nos apoyamos, preguntamos por el estado de todos, intentamos entender qué ha pasado. La información oficial es inexistente, lo cual nos preocupa más todavía. Sabemos que nunca más veremos nuestras casas y animales (algunos, como los gatos, ya se habían escondido y no pudimos recogerlos).

La información surge de los mismos vecinos, que conocen la zona y de algunos periódicos, que van descubriendo algo. Si es en Monegrillos habrá sido la misma empresa que la otra vez, hace unos días, la que quería hacer un coto de caza pero que no cumplía algún requisito. Sí, la que ha hecho un chalet con 20 habitaciones para cazadores de lujo. O un puticlub, yo qué sé. No podemos distinguir la verdad
de la mentira.

Ya, pero como no les dieron el coto, ahora estaban plantando árboles. ¿Ahora, en julio, para qué, están locos? Están picando roca para hacer pozos y siempre saltan chispas. Hierro con piedra es chispa, seguro, como los chisqueros de nuestros abuelos. Pero tendrían un camión de bomberos al lado, ¿No? No parece. Pero ¿están locos?

En el pueblo se han quedado muy pocos vecinos. Nos informan que el fuego ha sido derrotado por las murallas de piedra del pueblo, igual que les pasó, algunas veces, a los aragoneses en el siglo X y los castellanos de Pedro I en el siglo XIV. Pero, igual que entonces, el valle ha sido arrasado y algunas casas de la periferia, corrales y ermitas han ardido.

Queremos volver a ver nuestro hogar, queremos saber, queremos quedarnos en paz interior. Necesitamos ver el pueblo, el frente de fuego hace horas que abandonó Moros. Volvemos a Ateca, pero nos cortan el paso hacia Moros. Parece que el fuego está llegando a la carretera. Vamos al pabellón habilitado como frío comedor y dormitorio, aunque la temperatura sigue siendo elevada.

Hay un centenar de camas de campaña en el centro y un comedor improvisado en las orillas, haciendo una L. Por un momento me siento refugiado. He huido de mi casa, pero tengo suerte de tener a donde ir y de que el enemigo no quiere perseguirme para matarme por mi raza, religión, sexo o ideología, sino que se cobra su peaje de años de abandono de los pueblos. El vídeo de Pepillo se ha hecho viral. Es el único pastor que queda en el pueblo y mantiene estabulado el ganado, como manda la ley de beneficios máximos que nos han impuesto. La trashumancia hace décadas que desapareció. Consiguió sacar a su ganado de la nave cuando las llamas estaban prestas a devorarlo y lo contó con la amargura del momento. Si hubiera ovejas pastando por estos montes, el incendio se habría atajado enseguida.

Queremos transmitirnos ánimo y fuerza entre los vecinos. Las caras no son de excesiva preocupación, la procesión va por dentro. Intentamos bromear. Cenamos algo. Es impresionante cómo se han organizado los vecinos de Ateca para atendernos. Muchos nos conocemos.

Pero la aparente tranquilidad se rompe al poco de empezar a cenar. Parece que nos van a evacuar, el fuego está cercando Ateca. Comemos a atragantones. Salimos del pabellón, los montes de enfrente están ardiendo. El fuego parece un sol poniéndose al acabar el día, pero ya es noche cerrada. No podemos seguir allí. Salimos hacia donde sea. Tampoco es posible. El fuego está en la carretera de Madrid. Sólo queda huir dirección Zaragoza y allá nos encaminamos. Una hora de viaje lleno de recuerdos oscuros, de humo y cenizas. Nos van llegando las primeras imágenes aéreas. La derrota es terrible, implacable pero el pueblo medieval y milenario ha resistido. Nos han robado el paisaje, el oxígeno, el verde, el canto de los pájaros, el berreo de los corzos, el vuelo de los buitres... Bueno, este no, porque parece que han sido buitres de dos patas los que han provocado todo esto.

La prensa informa que una multinacional holandesa que se dedica a vender derechos de emisión de CO2 para que otras multinacionales puedan seguir contaminando en Europa, estaba realizando labores de reforestación con maquinaria. Que había subcontratado a otra empresa aragonesa para hacer los trabajos, una empresa especializada en reforestación y en aprovechamiento de bosques quemados, al mismo tiempo.

¡Hay que ser gilipollas! Dicen algunos vecinos, agricultores que de esto saben. ¿Cómo se les ocurre plantar árboles en julio si se van a morir si no los riegas y allí poca agua hay? ¿Pero cómo están con maquinaria pesada si nosotros no podemos ni llevar los tractores porque saltan chispas a la mínima piedra que pillas? ¿Pero quién les ha autorizado a hacer eso? Según la empresa subcontratada, tienen todos los permisos del INAGA, órgano del gobierno de Aragón responsable de la gestión forestal. ¿Pero cómo les pueden dar ese permiso si a los agricultores no nos dejan quemar rastrojos desde febrero? La indignación está en aumento, cada nueva información es un nuevo error a sumar y todos los errores no hubieran existido con un mínimo de
ética y profesionalidad.

Hacía 35 años que no había incendios en esta zona. El proceso de retroceso poblacional y degradación económica la había sumido en un sueño de abandono. Casas y terrenos de cultivo no valían nada... hasta que una gran empresa puso sus ojos en ella. Y esa ansia de ganar dinero nos ha arruinado. Ninguna autoridad ha dicho quién va a pagar toda esta ruina. Ni siquiera han dicho si alguien va a pagar o si la ruina se la va a comer el pueblo, como siempre. Pero aquí ya no queda dinero ni tiempo para recuperarse. Los agricultores son mayores y los frutales, economía de la zona, tardan años en producir. Ahora intentarán cobrar las migajas que dejarán las centrales eléctricas renovables que quieren instalar en el municipio e intentar sobrevivir hasta una muerte total del pueblo, en diferido.

El fuego ha destruido la cooperativa agrícola y ha deteriorado la traída de agua potable y la antena de telefonía móvil, que llevaba dos meses en funcionamiento, después de llevar dos años instalada. Todo huele a chamusquina. Moros vuelve a ser medieval.
Las empresas y el gobierno de Aragón hacen declaraciones ante los medios, pero no ante los fiscales. Como siempre, otro pueblo ha sido sacrificado en pos del progreso, de la creación de riqueza, del listillo de clase, de ese que se lleva el dinero rápido trabajando lo mínimo y que es el sueño que nos han inducido a todos los españoles. Pero en Moros, los sueños son, hoy, cenizas.

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