Dominio público

Reparto de culpas y anhelo de mar

Elizabeth Duval

25/07/2022.- El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda; las vicepresidentas del Gobierno, Nadia Calviño (2i) y Yolanda Díaz, junto al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (d), asisten a la ofrenda al apóstol Santiago, uno de los actos más destacados de la festividad del 25 de julio, que supone un espaldarazo al año Xacobeo en el Día de Galicia, este lunes en la catedral de Santiago. EFE/ Lavandeira jr
El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda; las vicepresidentas, Nadia Calviño y Yolanda Díaz, junto al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, asisten a la ofrenda al apóstol Santiago. EFE/Lavandeira jr

El primer artículo que escribí en este curso político, allá por septiembre de 2021, empezaba con la siguiente pregunta como título: ¿Hay partido en la izquierda? No me consuela nada apreciar, a puntito de coger vacaciones, que no hemos avanzado en absoluto desde entonces. O, si acaso, hemos empeorado. Los miedos que expresaba hace poco menos de un año (miedos a que la interna cayera en sus vicios de siempre) se han materializado. Lo que se plantea, ante las autonómicas y municipales de 2023, es directamente una renuncia. En los mensajes sibilinos, todo son indirectas y traiciones. Y todo el mundo parece encantado de largarlas, de lanzarse puñales en público, mostrar —nobleza obliga— que son ellos los mejores, más justos y magnánimos, frente a los imbéciles de la otra banda.

Hay algunas cosas que sí que han cambiado desde entonces. Todas confabulan en una misma dirección. Ha muerto políticamente Casado y la derecha se ha reestructurado en un federalismo multipolar Feijóo-Ayuso-Moreno, que ha absorbido lo suficiente a Vox como para que ahora sea imaginable que la ultraderecha quedara en cuarto lugar en unas elecciones (tal y como ocurre si sumamos, en Andalucía, los porcentajes de Por Andalucía y Adelante Andalucía; una trampa estadística, sí, porque sumar nunca es sumar, pero una trampa ilustrativa).

El PSOE parece decidido a hacer algo de izquierdas en lo que queda de legislatura, aunque su giro a la izquierda sea aplicar medidas que, por coyuntura, ya han aceptado aplicar hasta antiguos banqueros centrales tecnócratas (Draghi) y conservadoras en ocasiones comparados con el trumpismo (Johnson). Feijóo, aunque sus barones ganen, no parece encaminado a una absoluta como la de 2011. Si Vox fuera cuarta fuerza, por puro cálculo aritmético del reparto de escaños, un Vox demasiado pequeño en comparación con el PP podría resultar terrible para las expectativas electorales de la derecha. Y de la refundación de Ciudadanos, que admitía su error de haberle dado todo sin pedir nada a los populares, ya ni hablar.

Una conclusión posible es que el escenario no es tan potencialmente catastrófico como cuando, en mayo de 2021, cierta izquierda se imaginaba un futuro apocalíptico en el que Ayuso nos sometía a todas a trabajos forzados para amortiguar los genes rojos; no es sólo que no sea cierto que la hierba no vaya a volver a crecer allá donde pise el Partido Popular con Vox, sino que encima puede que su victoria no resulte una inevitabilidad. Y aquí nos damos de bruces con la peor de las culpas, la que puede hacer que nos tiremos de los pelos, la que exige mayor responsabilidad. Lo dije ya una vez: hasta que no renunciemos a hacer política marcada por las heridas del pasado seremos incapaces de organizarnos para un futuro. Y vuelvo a insistir: hay demasiada gente que lee el ciclo que se abre en clave de complot, revancha, paranoia, dolor. Nos obligan al resto a decir basta una y otra vez.

No es tolerable que a toda una serie de personas y opinadoras que toman la decisión de no renunciar a los espacios mediáticos desde los cuales pueden ejercer influencia y peso ideológico (una decisión tan respetable como la de quienes sí han renunciado) se nos acuse de formar parte de la cloaca de la progresía mediática, como si formáramos parte ya no de la trinchera enemiga, sino de la trinchera del complot, de las sombras y las tinieblas. No es posible construir un espacio político a través del búnker y el repliegue. No es sano que, cuando se necesita una unidad variable e inteligente (mirando sus posibilidades de multiplicar sitio por sitio, como he expresado en otras ocasiones), se mire con desconfianza a toda figura (me incluyo) capaz de tejer complicidades con distintas formaciones políticas y, sobre todo, entre distintas formaciones políticas: es decir, que a quienes desde fuera intentamos mediar se nos vea como traidores.

Se puede analizar la coyuntura actual, mirar al futuro y pensar que, si de las próximas elecciones generales surge un Gobierno de derechas, la culpa recaerá sobre el espacio político de geometría variable que baila en la cuerda floja entre Yolanda Díaz y su suma, Podemos, Izquierda Unida, los comunes, el PCE, Compromís, etcétera. Añado la pregunta: ¿a alguien le interesa saber en qué grado la culpa es de cada uno de los elementos de la lista? ¿A alguien que no esté dentro pueden importarle una mierda los agravios? ¿Alguien, desde fuera, puede pensar en otro objetivo que no sea hacer todo lo posible por lograr el mejor resultado en cada una de las convocatorias de las próximas elecciones? ¿Alguien entendería que hubiera decisiones que se tomaran en virtud del interés partidista o de la venganza y no del interés general?

La única posibilidad de revalidar las próximas elecciones generales pasa por una candidatura de unidad, allá donde esta tenga sentido, encabezada por Yolanda Díaz, capaz de beneficiarse de esa unidad para superar en votos y en el reparto de escaños a un Vox comido por el Partido Popular. Quien hoy reme en otra dirección distinta tendría que preguntarse hacia dónde, exactamente, está remando. Quien busque otra estrategia que no nos conduzca a ese resultado preciso tendría que hacer un examen de conciencia sobre sus motivaciones.

Y un aviso también para compañeros de gremio: puede que muchas de las cosas que ellos cuentan sobre la interna sean verdad, desde luego, y que haya por ahí camisas ensangrentadas, odios y navajas. A mí también me han contado setecientas historias. Pero creo que se gana bien poco aireando los trapos sucios en columnas y que hay muchas virtudes en el silencio calculado. Hay muchos nombres que yo no digo y que escojo no decir, igual que no cuento ya de las cosas ni las anécdotas ni las versiones que me relatan. En saber lo que no hay que decir, sobre todo para que no parezca que en la izquierda sólo somos una panda de patanes y payasos incapaces de hacer algo que no sea querer matarnos tras estar en una misma sala treinta minutos, hay mucho de admirable.

Quiero creer que tanta tensión se debe 1. al calor 2. a que estamos todas agotadas 3. a que aún no nos hemos ido de vacaciones; o sea, quiero pensar que tiene remedio. Como quiero creerlo, y quiero creerlo muy fuerte, me despido de vosotras hasta septiembre, aquí, en Público, con esta columna y con proyectos que tengo muchas ganas de contaros. Como recuerdo final, una frase de Saint-Exupéry que rescato, viajando en el tiempo, de febrero de 2014. "Si quieres construir un barco, no hay que empezar por reclutar tripulación, cortar madera y poner velas, sino que hay que crear en la gente anhelo de mar". Si lo que quieres construir, en cambio, es la nave de Teseo, un barco que se reclame como el mismo cuando todas sus tablas ya han sido reemplazadas, quizá haya que preguntarse quién crea hoy anhelo, quién discute por los tripulantes del barco y quién prefiere refugiarse y no mirar la tormenta. Feliz verano.

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