Dominio público

Robar y salir corriendo

Miquel Ramos

Aficionados marroquíes celebran en la madrileña Puerta del Sol el pase de su selección en Catar a las semifinales del campeonato del mundo de fútbol. EFE/Daniel González
Aficionados marroquíes celebran en la madrileña Puerta del Sol el pase de su selección en Catar a las semifinales del campeonato del mundo de fútbol. EFE/Daniel González

Estamos poco acostumbrados a ver a una parte de nuestros vecinos y vecinas celebrar victorias que algunos entienden, no son nuestras. Quizás en los sitios más turísticos estén acostumbrados a ver ingleses o alemanes blancos celebrar sus victorias, sin que esto cause mayor revuelo, pero cuando no son blancos quienes toman las calles, la cosa ya cambia. Habría que analizar cómo está tratando la prensa las celebraciones por las victorias de la selección marroquí en las calles de diferentes ciudades del Estado español y de Europa, con la alerta que la prensa racista había lanzado a priori vaticinando que iba a arder España y que se estaba reconquistando Al-Ándalus. Pero todo fue normal. Nuestros vecinos y vecinas de origen marroquí, y muchos otros de muy diversos orígenes, salieron a celebrar este hecho histórico en un mundial (la clasificación hasta tan lejos de un equipo africano), con absoluta normalidad y con absoluto civismo. Fallaron los pitonisos del odio, y ahí quedan sus tuits y sus "noticias", los chascarrillos a lo Mauricio Colmenero, el ‘robar y salir corriendo’ que dijo un periodista sobre los marroquíes (en términos futbolísticos, matizó) y todo lo demás, para el almanaque del periodismo vergonzante y racista.

Hubo hasta quedadas de ultras neonazis españoles para "proteger" las calles de los salvajes que, decían, iban a sembrar el caos. Tiene gracia que sean precisamente los ultras nazis, con más antecedentes penales todos ellos que todos los ciudadanos migrantes juntos, los que se erijan como guardianes del orden. Como si los incidentes durante las celebraciones de victorias deportivas las hubiesen traído los moros en patera, y aquí los ultras y los ultrapatriotas se hubieran dedicado toda la vida a hacer macramé y a tocar la guitarra alrededor de la Cibeles o de Canaletes. Solo por recordar un dato: las celebraciones de las victorias de España, en la Eurocopa de 2008 y en la de 2012, se saldaron con decenas de detenidos y numerosos incidentes. También con varios ataques racistas.

No soy futbolero, lo reconozco. Esto no me hace ni mejor ni peor persona, ni más ni menos listo. Simplemente no me llama la atención ni me desata ninguna pasión. Pero entiendo perfectamente la política que hay en él, como en todo, y más todavía en aquello que crea identidades y estimula pasiones. Y en el caso de los Mundiales, tanto las filias y fobias nacionales como los conflictos políticos y geopolíticos, supuran en cada partido. Igual que en Eurovisión y en cualquier otra competición internacional, donde se dirime para mucha gente mucho más que el resultado en sí.

No es ningún secreto que, en el caso de este Mundial, una gran parte del mundo está apoyando al equipo marroquí no porque simpatice con las políticas de su régimen ni con el nacionalismo de aquel país, ni mucho menos con la ocupación del Sáhara Occidental, sino por ser un equipo africano, del Sur Global. De un territorio, anteriormente colonia, de donde salen miles de jóvenes hacia el norte en busca de una mejor vida, y aquí son tratados muchas veces y de mil maneras como ajenos, y, por lo tanto, desmerecedores de gran parte de derechos. Verse ahora en unas semifinales a nivel mundial les retorna un poco el orgullo de quien siempre ha estado condenado a un segundo plano, aunque sus descendientes, como los de muchas otras excolonias, nutran hoy gran parte de las canteras de los equipos y las selecciones de la gran mayoría de los países occidentales. Ha sido marruecos, pero me temo que dicha alegría se hubiese desatado igual si en su lugar hubiera sido Argelia, Camerún o el Congo.

También la bandera palestina ha acompañado los éxitos de varios equipos, y a la selección marroquí en todas sus victorias. Lo explicaba ayer en Público la periodista Dima Khatib en un artículo titulado Cómo triunfa Palestina en el Mundial de Catar 2022 sin jugar, donde exponía la política y la geopolítica que se juega también en el terreno de juego y en sus alrededores. Palestina es bandera de los pueblos oprimidos y de los débiles frente a los poderosos. Pero hay quien señala la hipocresía de la selección marroquí de lucir esta bandera y no la del Sahara, ocupada por el mismo país cuyos éxitos futbolísticos hoy aplauden desde Gaza hasta Johannesburgo. También que el gobierno marroquí, como muchos otros gobiernos sátrapas que utilizan a menudo a Palestina de postureo, mantiene muy buenas relaciones y alianzas con su opresor, con el Estado israelí.

Es obvio que la dictadura marroquí va a rentabilizar bien las victorias de su equipo. Como cualquier Estado hace con sus selecciones y con todos los éxitos de sus súbditos. Quiero pensar que todas estas celebraciones populares por los triunfos de la selección marroquí no avalan ni al régimen, ni a sus aliados, ni a la ocupación del Sáhara, ni al mismo nacionalismo marroquí. La cosa, creo, va mucho más allá, como he podido interpretar leyendo a personas de varias partes del planeta, nada sospechosas de defender ni una cosa ni las otras. Personas críticas con la dictadura, con la monarquía y con la ocupación del Sáhara o la represión en el Rif. Los motivos que llevan a unos y a otros a celebrar estos éxitos son siempre diversos, y por eso, viendo estos detalles, uno intenta comprenderlo y no quedarse con la brocha gorda que algunos pretenden hacer sobre este asunto.

El periodista Antonio Maestre reflexionaba también sobre identidades, clasismo y racismo en un artículo reciente en el que celebraba la derrota de España ante Marruecos. Es curioso que el gol que eliminó a España fuese de un vecino de Getafe, de Achraf Hakimi, hijo de migrantes, de clase trabajadora. Muchos como él, pese haber nacido en España, no obtienen automáticamente la nacionalidad española. Cuando su documentación, parte de tus vecinos y las leyes españolas se niegan a incluirte en el ‘nosotros’, pero tú no conoces otra cosa que no sea este país, sus calles, sus lenguas y sus gentes. Lo reflexionaba bien Amin Maaluf en su libro Identidades asesina’, y lo reflexionan a diario millones de personas a quienes estas leyes racistas les impiden formar parte de ‘nosotros’. Lo explicaba también una joven en su cuenta de TikTok, a la que la ultraderecha crucificó en redes sociales cuando expuso esta misma reflexión, dándole estos, sin quererlo, la razón. Como todos aquellos que trataban de amedrentar, criminalizar y estigmatizar a las personas de origen migrante, les guste o no, hoy nuestros vecinos y vecinas. Los mismos que les gritan a los catalanes y vascos ‘¿qué pone en tu DNI?’ para imponerles la españolidad, estos días niegan que lo que ponga en ese DNI tenga validez si tu piel es más morena o tus padres o abuelos nacieron en otro país más al sur. Eso sí, los reproches a estos racistas no han sido pocos, y casi que los han puesto en su sitio como pocas veces hemos visto.

Hoy se enfrentan las selecciones de Marruecos y de Francia, cuyo ganador llegará a la final. Y volveremos a ver a reporteros buscando el primer papel que alguien lance fuera de una papelera, a la masa oscura y uniforme saltar y bailar mientras lanzan gritos ininteligibles. O cualquier incidente que valga para generalizar y meter a todos en un mismo saco, algo que no hacen cuando los fanáticos de los equipos europeos la lían, porque entonces, son solo esos, no toda la afición, ni toda esa ciudad, ni toda esa raza. Veremos de nuevo a los apocalípticos criptonazis de la teoría del Gran Reemplazo alertar del peligro de ver a tanta gente no blanca feliz en nuestras calles, sus calles también, por mucho que rabien. Veremos supurar el racismo una vez más, sí, pero también múltiples muestras de compadreo, de amistad, de deportividad, de la mayoría a la que no le molesta ni le inquieta la diversidad, y de aquellos a los que hacen suyas las victorias de sus vecinos. Esto es lo que más les va a joder, que lo celebremos juntos. Solo por esto, ya habrá valido la pena.

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