Dominio público

La 'toma de Domenico Scarlatti': votos de primerísima y votos de mierda

Ana Pardo de Vera

Escaños del hemiciclo del Congreso de los Diputados. E.P./Alejandro Martínez Vélez
Escaños del hemiciclo del Congreso de los Diputados. E.P./Alejandro Martínez Vélez

Desde el 11 de marzo de 2004, con los atentados de Madrid que causaron 193 muertos y cerca de 2.000 heridos y heridas, el pueblo español no ha vuelto a salir espontáneamente a la calle, a reivindicar lo suyo; en el caso del 11-M, pedimos que no se nos mintiese sobre la autoría de los atentados al irse descubriendo que estaba en marcha una maniobra retorcida y antidemocrática del Gobierno de Aznar que pretendía culpar a ETA de la masacre.

El Ejecutivo conservador intuía que un atentado islamista (confirmado posteriormente por sentencia judicial, aunque al PP le dio lo mismo) no iba a beneficiar electoralmente al Partido Popular que había aprobado la participación de España en la guerra ilegal de Irak y convertido a nuestro país en objetivo prioritario de Al Qaeda, según habían advertido los servicios de inteligencia de todo el mundo.

Las elecciones generales se celebraban el 14 de marzo, tres días después de los atentados y, tras ganar el PSOE de Zapatero gracias en mucha parte a la movilización de una izquierda incapaz de quedarse en casa mientras la derecha utilizaba a tantos muertos para mentir. El resultado electoral fue pasto de todo tipo de conspiranoias del PP -entonces PP y lo que serían después Vox y Ciudadanos mayoritariamente- y sus medios afines para justificar que el Gobierno socialista de Zapatero era ilegítimo y criminal. ¿Les suena?

Esta semana, después de lo ocurrido con la mordaza que el Tribunal Constitucional impuso a las Cortes soberanas, al Senado, a tu voto y al mío, sea cual fuera, yo -ilusa- pensaba que me iba a encontrar a riadas de gente ante el Alto Tribunal, en una recreación de la toma de la Bastilla en la madrileña calle de Domenico Scarlatti, pidiendo lo suyo: el respeto a su voto depositado por última vez en las urnas de diciembre de 2019. A este respecto, recomiendo la puntería de la viñeta de Bernardo Vergara en El Diario. Poco más se puede decir.

Esta ausencia de clamor popular ante la democracia amenazada por un Tribunal Constitucional cuya representación no es la soberana, sino la del PP de hace cuatro años (¡Bingo! Los mismos años que el partido de Rajoy-Casado-Feijóo se ha negado a cumplir la Constitución renovando los órganos constitucionales), me ha llevado a pensar que, entre el ruido político, legislativo y seguramente periodístico, con una materia particularmente compleja, los de este oficio no estamos explicando bien lo que pasa. Por la parte que me toca, asumo que los y las periodistas no hemos sabido trasladar a nuestros lectores y lectoras la gravedad de la operación iniciada y no concluida.

En definitiva, no hemos sabido explicarles que la principal herramienta, si no única, que tenemos los y las ciudadanas para elegir el sistema que nos gobierna, con todas las repercusiones que este genera en nuestras vidas, ha sido silenciada porque dos magistrados caducados del Constitucional, sobre todo, y de un PP que perdió la mayoría en 2018, creen que sus deseos de mantener una representación ficticia valen más que tu voto y el mío. Votos de primerísima y votos de mierda, el tuyo y el mío.

El pulso entre el Consejo General de Poder Judicial (CGPJ), que bloquea la renovación del Tribunal Constitucional con la mayoría elegida por el PP hace cuatro años, y el Poder Legislativo (el que nos representa directamente a ti y a mí) no ha concluido. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, elegido por la mayoría legislativa resultado de los votos de los 36,8 millones de españoles del censo, como no podía ser de otra forma, ha dicho este martes que se reformará la ley para cumplir la Constitución, esto es, la representación en el Poder Judicial y el TC que corresponde a la mayoría soberana entre los votos de esos 36,8 millones de ciudadanos/as; que nos corresponde a ti y mí. Porque tú y yo votamos y a partir de ahí, se configuran el resto de las instituciones, salvo la Jefatura del Estado que merece todos los reproches democráticos y más que ya le dedicamos en Público.

Desconocemos qué artimañas elegirá esta vez la (ultra)derecha para imponer su criterio (el de el Poder Judicial me pertenece sí o sí) y solo cabe esperar en tensa postura. En la tensa postura, digo, de salir corriendo a la toma de Domenico Savarlatti para iniciar nuestra revolución española. Que después de 40 años de dolor y destrucción y otros 40 de cachondeo, ya va siendo hora.

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