Dominio público

Las lágrimas blancas de Žižek

Jonathan Martínez

El filósofo Slavoj Žižek. EFE
El filósofo Slavoj Žižek. EFE

El pasado mes de noviembre, Project Syndicate difundió un artículo de Slavoj Žižek que ahora puede leerse en El País bajo el título La cancelación de la ética. El filósofo esloveno denuncia la instauración de un nuevo orden woke donde se ha impuesto la cultura de la cancelación contra los hombres blancos cisgénero. La decadencia ética, dice Žižek, es una moneda de dos caras y el fanatismo discursivo de la izquierda woke equivaldría a la deriva despótica de los gobiernos de Rusia, Irán e Israel.

Con una osada voltereta argumental, Žižek lleva un peldaño más allá de lo imposible la vieja tonadilla de los extremos que se tocan. Roland Barthes lo llamaba "ninismo", un recurso dialéctico que permite a la burguesía equiparar dos posiciones contrarias para situarse en el falso centro de una falsa simetría. Cuando resulta incómodo elegir, dice Barthes, basta rechazar las dos partes para dar por zanjado el debate. Ahora que Žižek ubica al Estado Islámico en un platillo de la balanza, uno se pregunta qué clase de izquierda podría soportar semejante comparación.

No sabemos qué entiende Žižek por izquierda woke porque no se distrae en definiciones y apenas aporta dos ejemplos anecdóticos, pero al parecer se trata de un clan tan feroz e intransigente que tolera todas las formas de identidad sexual y étnica menos una: el macho de piel pálida y afectos rudimentarios, una subespecie amenazada cuyo destino no puede ser otro que la extinción inminente. Menos mal que el artículo termina abandonando todo cariz apocalíptico y llama a la calma después de estimar que la tiranía woke no tiene ninguna incidencia más allá de los estrechos dominios académicos.

Žižek acude al sociólogo Duane Rousselle para definir la cultura de la cancelación como "racismo en tiempos de los muchos sin el Uno". Sin embargo, el ostracismo y otras modalidades de castigo social son una constante antropológica tan antigua como el mundo. Si acaso las nuevas tecnologías han exacerbado nuestra primitiva condición de horda. Con todo, nada demuestra que el hombre blanco cisgénero sea el objetivo predilecto de los linchamientos digitales. Al contrario, abundan los estudios que demuestran la inclinación xenófoba, homófoba y misógina del ciberacoso.

Mientras Žižek expone sus tribulaciones de hombre blanco, la contrarreforma reaccionaria se afianza como una tendencia global y apunta al control de la función reproductiva de las mujeres, a la devaluación de los cuerpos racializados y a la persecución de las sexualidades disidentes. No hablamos aquí de un taller de pintura organizado por estudiantes de Pensilvania —un episodio menor que Žižek cita como paradigma de opresión inversa— sino de técnicas extremas de vigilancia, segmentación territorial, exilio forzado, desigualdad, aparatos punitivos y violencia policial.

El Tribunal Supremo de Estados Unidos derogó el derecho al aborto el pasado mes de junio. Unas semanas antes, el Gobierno polaco anunciaba un registro censitario de embarazos. La prohibición del aborto es casi absoluta en el país eslavo. Bajo la coartada moral de la defensa de la vida hay también una guerra de clases: las mujeres pudientes interrumpen la gestación en el extranjero mientras que las mujeres pobres quedan condenadas a la desatención sanitaria. En enero, una mujer falleció en Cz?stochowa después de haber sido obligada a albergar durante siete días un feto muerto en el útero.

En noviembre, la Duma rusa consolidaba la ilegalidad de "la promoción de las relaciones sexuales no tradicionales". Vladímir Putin venía de condenar el "satanismo" de aquellos que ponen en cuestión los valores morales y religiosos de la familia normativa. La semana pasada, el Gobierno talibán vetaba a las mujeres afganas el acceso a la universidad. Para entonces ya existían restricciones de género en los institutos de educación secundaria. El pasado martes, la justicia estadounidense ratificaba la doctrina trumpista de la expulsión rápida de migrantes mientras miles de centroamericanos se apretaban en la frontera blindada de Ciudad Juárez.

Ni la izquierda está exenta de conductas dogmáticas ni los ámbitos de deliberación están libres de reacciones sobreactuadas, pero no hace falta abrazar el vocabulario del nacionalismo blanco ni amañar los debates para deplorar cualquier expresión de intolerancia. Žižek lamenta que en el internado de la Escuela Normal Superior de París se discuta reservar un sector de los dormitorios a las minorías discriminadas. Sin embargo, cuando el alumnado propone habilitar entornos seguros no pretende abolir los espacios mixtos sino llamar la atención sobre las asimetrías de poder.

¿A quién le interesa inflamar controversias de segundo orden y apartar el foco de las formas sistémicas de dominación? ¿Será que la historia del capitalismo no es todavía hoy la historia del colonialismo, de las tierras expropiadas a golpe de pólvora, del esclavismo y del disciplinamiento de las mujeres como máquinas de engendrar nuevos trabajadores? ¿Qué clase de licencia permite a Žižek recurrir a la metáfora del apartheid para tender un paralelismo entre la segregación racial en Sudáfrica y los espacios no mixtos de la tradición feminista?

Antes de que alguien confunda una vez más la crítica con la cancelación, adelanto que seguiré leyendo a Žižek con curiosidad aun cuando sus reflexiones suenen a proclama identitaria o a llanto masculinista. De hecho será difícil no leerlo mientras sus palabras continúen disfrutando de visibilidad en un paisaje intelectual saturado de hombres blancos. Hay quienes se sienten paladines de la razón y acaban por actuar como abnegados militantes del privilegio.

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