Dominio público

Globalización, patriotismo y petróleo

Augusto Klappenbach

Globalización, patriotismo y petróleo

Augusto Klappenbach
Filósofo y escritor
Ilustración de Bosco Rey-Stolle

La nacionalización de YPF por parte del Estado argentino, con la consiguiente expropiación de buena parte de sus acciones a la petrolera Repsol, ha desatado los peores fantasmas patrióticos en nuestro país. Es curioso que mientras se habla de "los mercados" con enorme respeto y se propone "tranquilizarlos" como prioridad política nacional, la decisión de un gobierno extranjero de revertir la privatización de una empresa multinacional haya despertado emociones nacionalistas tan primitivas en el gobierno español y en buena parte de los medios de comunicación.

Vaya por delante que no opino sobre el fondo del asunto: los que lo ignoramos todo sobre política energética y finanzas internacionales solo podemos confesar nuestros prejuicios. Entre los míos  figura la desconfianza hacia las empresas multinacionales y la sospecha de que las finanzas están mejor en manos de gobiernos elegidos democráticamente –aunque no nos gusten- que en las de anónimos directivos que solo deben responder de sus decisiones ante algunos de sus accionistas. Pero de lo que se trata aquí no es de la conveniencia o inconveniencia de la expropiación sino de la reacción patriótica que han manifestado los dos principales partidos políticos y casi todos los medios de comunicación, hasta el punto de que un titular en la primera página de El País decía textualmente: "España activa a la UE y a EEUU para defenderse de Argentina", como si de una invasión bélica se tratara. Una de las escasas excepciones es el excelente artículo de Juan Torres López publicado en Público el 17 de abril y titulado "Repsol no es España".

El patriotismo constituye un sentimiento legítimo y hasta necesario cuando se limita a  una cuestión afectiva: la vinculación con el país donde se ha vivido, con su lengua, sus costumbres, sus gentes y hasta sus comidas son lazos que enriquecen la vida de sus habitantes y cuya ausencia puede conducir a una situación de desarraigo personal. Pero cuando se pretende convertir ese sentimiento en una virtud y, peor aún, cuando esa virtud se convierte en obligatoria, ese patriotismo pasa a ser un peligro. Porque se extraen de él consecuencias políticas, económicas y hasta militares que ponen la pertenencia a una nación por encima de  valores como la razón o la justicia. Creo que era Cánovas del Castillo quien difundió la siniestra consigna "con la patria, con razón o sin ella". Y en nombre de esas patrias se han perpetrados las más terribles guerras y genocidios de la historia.

Pero en este caso del petróleo ni siquiera es la patria la que participa en el conflicto. Porque suponer que una compañía petrolera multinacional encarna la esencia de la nación española es llevar muy lejos el patriotismo. Los Estados modernos ya no son lo que eran: la globalización ha tenido como consecuencia que el capital financiero ha escapado del control de la autoridad política y se ha convertido en un poder independiente capaz de dictar sus decisiones a los Estados. Aunque es verdad que hace siglos que el dominio del dinero es capaz de ejercer influencia en los gobiernos, nunca como hasta ahora el manejo de la riqueza había alcanzado tal grado de autonomía, en gran parte gracias a su anonimato.  Solo un Estado mundial inexistente –y por ahora imposible- podría garantizar que el dinero que proviene del trabajo de los ciudadanos se destine a financiar lo que la sociedad necesita. Mientras tanto, los Estados constituyen la única modesta defensa ante la arbitrariedad de los mercados financieros y los pactos entre los Estados la única posibilidad de obtener éxitos, siquiera sean parciales, en su control.

Si el gobierno de España, la Unión Europea y los grandes partidos españoles creen que la expropiación de Repsol atenta contra su economía, están en su derecho para decirlo y para acudir a las instancias legales que crean necesarias. Pero lo que me parece intolerable es aducir razones patrióticas para defender el dinero de accionistas anónimos repartidos por todo el planeta y gestionados por una empresa cuyos intereses están por encima de los de cualquier país. La declaración de nuestro ministro de economía identificando los intereses de España con los de una multinacional petrolera expresan, en el mejor de los casos, una total ignorancia acerca de las relaciones que mantienen ese tipo de empresas con los Estados y, en el peor, constituyen una prueba más de la sumisión de nuestros países a los dictados de los grupos financieros internacionales.

Tampoco está claro, por supuesto, que esta expropiación constituya un triunfo de la soberanía nacional argentina sobre esos capitales. Seguramente la operación tiene mucho que ver con intereses de otros grupos y con complejas estrategias financieras. Pero en cualquier caso es preferible considerar estas operaciones como una más de las batallas a las que nos tienen acostumbrados los mercados internacionales antes que investirlas de un patriotismo decadente.

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