Dominio público

De profesión, guapa

Helena Sotoca

Divulgadora de arte con perspectiva feminista en @femme.sapiens

Juicio de Paris. Foto: Helena Sotoca
Juicio de Paris. Foto: Helena Sotoca

La semana pasada pude ver la serie Selftape, de Mireia y Joana Vilapuig. En ella, las hermanas hacen de ellas mismas y nos cuentan las consecuencias de haber triunfado en la serie de televisión Pulseras rojas cuando apenas tenían 15 años. Me ha parecido una historia tierna y valiente contada desde una perspectiva única, aquella que sólo las propias protagonistas pueden tener de su propia vida. Pero, sobre todo, me ha confirmado una vez más que el sistema se encarga de forma sutil y a través de señores imbéciles de sonrisa aduladora de enemistarnos entre nosotras por nuestra belleza. Incluso entre hermanas.

Más allá de la serie, la conclusión a la que no paro de llegar casi cada día es la de que no importa lo bien que una mujer haga algo, lo brillante que sea, o lo interesante de lo que cuenta, que si no encaja en el canon de belleza, su trabajo queda, como por arte de magia, desacreditado. Y no sólo eso: ya se encargarán de encontrar a la que ellos consideran lo suficientemente guapa -o atractiva, o disponible, o sexy- que haga la misma función, incluso aunque no con la misma solvencia. Disclaimer: no digo que las guapas hagan peor las cosas, yo soy guapísima y las hago de maravilla...

Esta idea de arrancarnos la personalidad y los logros intelectuales de cuajo tampoco es demasiado original -aunque sigue sirviendo de lujo al patriarcado para hacernos sentir pequeñitas-. En la mitología griega tenemos el ejemplo perfecto de esta competición entre mujeres por la belleza: el juicio de Paris, en el que las diosas Afrodita, Atenea y Hera compiten por ser la más bella. Da igual si Hera era la diosa matrona, Atenea la de la inteligencia y la razón, y Afrodita la del amor. Todo ello queda invalidado por lo que todas ya hemos ido comprobando desde una edad demasiado temprana que es lo más importante en nuestra vida: ser guapas.

Si os apetece daros un paseíllo por el Museo del Prado, os encontraréis con el cuadro de Rubens que hace alusión a esta escena: las tres diosas posan desnudas ante el pastor Paris, que sostiene la manzana dorada con la que premiará a la más bella. La verdad, después de visualizar las reconstrucciones de la poderosa imagen de la Atenea Partenos -aquella escultura colosal que ocupaba el interior del Partenón en la época dorada de Atenas-, pesa en el alma ver en el Rubens a la diosa de la sabiduría completamente desarmada y desnuda ensayando un dócil contoneo ante su auditor.

Tanto hemos aprendido cómo tenemos que socializar en ese sentido, que el desarme de Atenea ha llegado, como una herencia maldita y llena de deudas, hasta nosotras. He visto cómo compañeras, ante la posibilidad de ser juzgadas como prepotentes o sabiondillas, han dejado su talento y saber hacer a un lado para convertirse en un maniquí sonriente y complaciente. Y no me extraña, las consecuencias de mantener el casco y el escudo asustan a cualquiera: he presenciado cómo a nutricionistas maravillosas se les cuestionaba la profesionalidad por estar gordas, cómo violinistas talentosísimas se quedaban a medio camino del carrerón internacional por no ser lo suficientemente sexis, o, como nos muestra Selftape -no es spoiler-, cómo para ser considerada buena actriz, debes ser, para empezar, guapa. Lo que ellos dicen que es ser guapa, me refiero.

Más Noticias